Este es un punto muy importante a considerar en el matrimonio y también en la vida diaria. Dios ideó el hecho de la sumisión en Génesis. En el principio, como no había pecado, el hombre no tenía una autoridad a quien obedecer, excepto la autoridad de Dios. Cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios, el pecado entró en el mundo y entonces fue necesaria la autoridad. Por lo tanto, Dios estableció la autoridad necesaria para reforzar las leyes de la tierra y además proveernos con la protección que necesitamos. Primero, debemos sujetarnos a Dios, lo cual es la única manera en que realmente podemos obedecerle (Santiago 1:21 y Santiago 4:7). En 1 Corintios 11:2-3, encontramos que el esposo está sujeto a Cristo, como Cristo lo estuvo a Dios. Entonces los versos dicen que la mujer debe seguir su ejemplo de sujeción a su esposo. Otro versos acerca de la sumisión de Cristo a Dios, se encuentran en Mateo 26:39 y Juan 5:30.
La sumisión es la respuesta natural a un liderazgo amoroso. Cuando un esposo ama a su esposa como Cristo ama a la iglesia (Efesios 5:25-33), entonces la sumisión es una respuesta natural de la esposa hacia su esposo. La palabra griega traducida como someterse (Hupotasso) es la forma continua del verbo. Significa que el someternos a Dios, a nuestros líderes y a nuestro esposo no es una decisión de una vez. Es una actitud continua en nuestras mentes, que llega a convertirse en un patrón de conducta. La sumisión de la que se habla en Efesios 5, no se refiere a una sujeción unilateral de un creyente para ser dominado egoístamente por la otra persona. La sumisión bíblica está diseñada para ser entre dos creyentes llenos del Espíritu, quienes se entregan mutuamente uno al otro y a Dios. La sumisión es una calle de dos sentidos. La sumisión es una posición de honor y plenitud. Cuando una esposa es amada como Cristo ama a la iglesia, la sujeción no es difícil. Efesios 5:24 dice, “... como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo.” Este verso está diciendo que la esposa debe sujetarse a su esposo en todo lo que es correcto y legítimo. Por lo tanto, la esposa no está obligada a desobedecer la ley o descuidar su relación con Dios.
La mujer fue formada de una costilla de Adán; no fue tomada de su cabeza para que gobierne sobre él, tampoco fue formada de sus pies para ser pisoteada por él, sino que fue tomada de su costado, para ser igual a él, bajo su brazo para ser protegida y cerca de su corazón para ser amada. El mandato “someteos” en Efesios 5:21, es la misma palabra usada en 5:22. Los creyentes deben someterse unos a otros en reverencia a Cristo. Los versos 19-21, son todos el resultado de estar llenos del Espíritu Santo (5:18). Los creyentes llenos del Espíritu son adoradores (5:19), agradecidos (5:20), y sumisos (5:21). Pablo entonces, sigue su línea de pensamiento del vivir con la llenura del Espíritu y la aplica a los esposos y esposas en los versos 22-33.
La paternidad puede ser una difícil y espantosa experiencia, pero una de las cosas más plenas y compensadoras que podamos llegar a hacer. Dios tiene mucho que decir acerca de la manera en que podemos criar exitosamente a nuestros hijos para que sean individuos piadosos. La primera cosa que debemos enseñarles es la verdad acerca de la Palabra de Dios.
Junto con el amor a Dios y el ser un buen ejemplo al comprometernos con Sus mandamientos, necesitamos “Repetirlos una y otra vez a nuestros hijos. Hablar de ellos cuando estés en casa y cuando vayas de camino, cuando descanses y cuando te levantes de nuevo. Atarlos a tus manos como un recordatorio y ponerlos en tu frente. Escribirlos en los postes de tu casa y en tus puertas.” (Deuteronomio 6:7-9). Al seguir figurativamente estos mandamientos que Dios dio a los hebreos, enseñamos a nuestros hijos que la adoración a Dios debe ser constante, no reservada para el domingo por la mañana o las oraciones nocturnas.
Aunque nuestros hijos aprendan mucho a través de la enseñanza directa, ellos aprenden mucho más observándonos. Esto es por lo que debemos ser muy cuidadosos en todo lo que hacemos. Debemos primeramente conocer el papel que Dios nos dio. Los esposos y las esposas deben ser mutuamente respetuosos y sujetarse el uno al otro (Efesios 5:21). Al mismo tiempo, Dios ha establecido una línea de autoridad para guardar un orden.
1 Corintios 11:3 dice, “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo.” Sabemos que Cristo no es inferior a Dios, al igual que una mujer no es inferior a su esposo. Sin embargo Dios reconoce que sin una sujeción a la autoridad, no hay orden. La responsabilidad del esposo como cabeza del hogar es amar a su esposa como ama su propio cuerpo, en la misma manera sacrificial que Cristo amó a la iglesia (Efesios 5:25-29).
En respuesta a este amoroso liderazgo, no es difícil para la esposa sujetarse a la autoridad de su esposo (Efesios 5:24, Colosenses 3:18). Su responsabilidad primaria es amar a su esposo e hijos, vivir pura y sabiamente, y cuidar de su hogar (Tito 2:4-5). Las mujeres son por naturaleza más protectoras que los hombres, porque ellos fueron diseñados para ser los cuidadores primarios de su prole.
La disciplina y la instrucción son parte integral de la paternidad. Proverbios 13:24 dice, “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige.” Los niños que crecen en hogares indisciplinados se sienten rechazados y sin valor. Les falta dirección y auto-control, y mientras crecen, se rebelan y tienen poco o ningún respeto por cualquier clase de autoridad, incluyendo la de Dios. “Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se apresure tu alma para destruirlo.” (Proverbios 19:18)
Al mismo tiempo, la disciplina debe estar balanceada con el amor, o los hijos pueden crecer resentidos, desanimados y rebeldes (Colosenses 3:21). Dios reconoce que la disciplina es dolorosa cuando se ejecuta (Hebreos 12:11), pero si es seguida por una instrucción amorosa, es en gran manera benéfica para el niño. “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.” (Efesios 6:4)
Es importante involucrar a los hijos en la familia y el ministerio de la iglesia cuando son jóvenes. Asistir con regularidad a una iglesia bíblica (Hebreos 10:25), permitirles ver y estudiar la Palabra, así como estudiarla con ellos. Platicar con ellos sobre el mundo a su alrededor cómo ellos lo ven, y enseñarles acerca de la gloria de Dios a través de la vida diaria. “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.”
El hombre fue comisionado por Dios para “crecer y multiplicarse” (Génesis 1:28) y el matrimonio fue instituido por Dios como un ambiente estable para tener y criar a los niños. En nuestra sociedad, con frecuencia los niños son considerados como una carga y un fastidio. Estorban el desarrollo de las carreras profesionales de la gente y sus metas financieras, además de “obstruir su vida social”. Con mucha frecuencia la raíz del uso de anticonceptivos es el egoísmo.
Génesis 38 nos habla de los hijos de Judá, llamados Er y Onán. Er se casó con una mujer llamada Tamar, pero él fue un hombre malo, y el Señor le quitó la vida, dejando a Tamar sin esposo e hijos. Tamar fue dada en matrimonio al hermano de Er, Onán, de acuerdo con la ley matrimonial del levirato en Deuteronomio 25:5-6. Onán no quería compartir su herencia con ningún niño que pudiera engendrar con Tamar a favor de su hermano, así que practicaba la antigua forma de control natal. Génesis 38:10 dice “Y desagradó en ojos de Jehová lo que hacía, y a él también le quitó la vida.” La motivación de Onán era egoísta; él utilizaba a Tamar para su propio placer, pero se rehusaba a cumplir con su deber “de hermano” de procrear a un heredero por su hermano muerto. Este pasaje es señalado con frecuencia como la evidencia de que Dios no aprueba el control natal. Sin embargo, no era el acto de anticoncepción lo que causó que el Señor matara a Onán, sino más bien los egoístas motivos de Onán detrás de esta acción.
Estos son algunos versos que describen a los hijos desde la perspectiva de Dios. Los hijos son un regalo de Dios (Génesis 4:1; Génesis 33:5). Los hijos son una herencia del Señor (Salmo 127:3-5) Los hijos son una bendición de Dios (Lucas 1:42). Son corona de la vejez (Proverbios 17:6). Dios bendice con hijos a la mujer estéril (Salmo 113:9; Génesis 21:1-3; 25:21-22; 30:1-2; 1 Samuel 1:6-8; Lucas 1:7, 24-25). Dios forma a los hijos en el vientre (Salmo 139:13-16). Dios conoce a los hijos desde antes de su nacimiento (Jeremías 1:15; Gálatas 1:15).
Es importante ver a los hijos como Dios los ve, no como nos dice el mundo que deberíamos verlos, habiendo dicho que, la Biblia no prohíbe la anticoncepción. Por su definición, la anticoncepción es simplemente lo opuesto a la concepción. No es el acto de anticoncepción en sí mismo lo que determina si está bien o mal. Como lo aprendemos de Onán, es la motivación detrás de la anticoncepción lo que determina si está bien o mal. Si una persona practica la anticoncepción porque esto hará que tengan más para ellos mismos, entonces está mal. Si una persona practica la anticoncepción para retrasar la llegada de los hijos hasta que está más madura y más preparada espiritual y financieramente, entonces quizá es aceptable el uso de anticonceptivos por un tiempo. Nuevamente, todo regresa a su motivación para hacerlo.
La Biblia siempre presenta el tener hijos como una cosa buena. La Biblia “espera” que el esposo y la esposa tengan hijos. La inhabilidad para tener hijos siempre es presentada en la Escritura como una cosa mala. No hay nadie en la Biblia que exprese el deseo de no tener hijos. Nosotros creemos definitivamente que todas las parejas casadas deben buscar el tener hijos. Al mismo tiempo, no creemos que pueda haber un argumento bíblico que califique explícitamente como malo el uso del control natal por un tiempo. Todas las parejas casadas deberían buscar la voluntad del Señor al considerar cuándo deberían tratar de tener hijos, y cuántos buscarían tener.
Hace unas décadas, el darles unas nalgadas a los niños era una práctica comúnmente aceptada. Sin embargo, en años recientes, el darles nalgadas (y otras formas de castigo corporal) ha sido reemplazado con “tiempos fuera” y otros castigos que no involucran la disciplina física. De hecho, el darle nalgadas a los niños ha sido considerado como ilegal en algunos países. Muchos padres temen corregir de esta forma a sus hijos, por el miedo a ser reportados al gobierno y que les sean quitados sus hijos. No hay que malentenderlo - de ninguna forma estamos abogando por el maltrato infantil. Un niño jamás debe ser disciplinado físicamente hasta el punto que pueda causarle un daño físico. Sin embargo, de acuerdo con la Biblia, es bueno que el niño cuente con restricciones y una apropiada disciplina física, que contribuya a su sano desarrollo y bienestar.
De hecho, muchas Escrituras promueven la disciplina física. “No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá.” (Proverbios 23:13-14) Hay también otros versos que apoyan la corrección física (Proverbios 13:24, 22:5, 20:30). La Biblia habla enfáticamente de la importancia de la disciplina; es algo que todos debemos tener para ser personas productivas y es mucho más fácil aprenderlo mientras aún somos pequeños. Los niños que no son disciplinados, crecen en rebelión, no tienen respeto por la autoridad, y como obvio resultado, no estarán dispuestos a obedecer y seguir a Dios. Él utiliza la disciplina para corregirnos y guiarnos por el camino correcto; así como para llevarnos al arrepentimiento de nuestras acciones (Salmo 94:12; Proverbios 1:7, 6:23, 12:1, 13:1, 15:5; Isaías 38:16; Hebreos 12:9) Estos son sólo algunos de los versos que hablan sobre lo bueno de la disciplina.
Aquí es donde reside el problema; muchas veces los padres son, o muy pasivos o muy agresivos cuando se trata de disciplinar a sus hijos. Aquellos que no creen en el castigo físico, algunas veces carecen de la habilidad para corregir y disciplinar correctamente, causando que sus hijos crezcan como niños revoltosos y desafiantes. Esto lastimará a sus hijos a la larga. “La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre” (Proverbios 29:15). Luego, están aquellos padres que pueden malentender la definición bíblica de la disciplina (o tal vez es que sólo sean personas abusivas) y la usan para justificar el abuso y maltrato de sus niños.
La disciplina se utiliza para corregir y guiar a la gente por el camino correcto. “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:11). La disciplina de Dios es amorosa, como debe ser entre el padre y el hijo. El castigo físico nunca debe ser usado para causar un dolor o daño físico permanente, sino como un golpe rápido (en el trasero, donde hay más “relleno protector”), para enseñar al niño que lo que hizo está mal y es inaceptable. Nunca debe ser usado sin control o para descargar nuestro enojo y frustraciones.
“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.” (Efesios 6:4). Criar a un niño en la “disciplina y amonestación del Señor” incluye la disciplina correctiva, establecer límites, y sí, amorosa disciplina física.
En la historia del hijo pródigo (Lucas 15:11-32) son inherentes varios principios que los padres creyentes pueden usar para reaccionar y tratar con un hijo que camina contrariamente al camino en que sus padres lo han criado. Necesitamos recordar que una vez que un hijo o una hija han alcanzado su “edad adulta” ya no están bajo la autoridad de los padres.
En la historia del pródigo, el hijo toma su herencia y se va a un país lejano y lo gasta. En el caso de que un hijo no sea un creyente nacido de nuevo, esto sólo es actuar así por naturaleza. En el caso de un hijo que en un tiempo hizo una clara decisión por Cristo, es cuando lo llamamos un “pródigo.” La palabra “pródigo” no se encuentra en esta historia. El significado de esta palabra es, “desperdiciado o imprudentemente extravagante o una persona que ha gastado sus recursos despilfarradamente.” Por lo tanto, esta palabra describe al hijo de Lucas 15. También describe a un hijo que deja el hogar y toma la herencia que sus padres han invertido en ellos, y todos los años de alimentación, enseñanza, amor y cuidado son olvidados mientras el hijo se rebela contra Dios. Porque toda rebelión es primeramente contra Dios y es manifestada en la rebelión contra los padres y su largo tiempo de autoridad. Este hijo entonces se dirige al mundo y gasta su herencia, repudiando los valores de sus padres.
Nótese que el padre de la parábola no evita que el hijo se marche. Tampoco el padre sigue a este hijo para tratar de protegerlo de él mismo. El padre no interfiere con las elecciones o decisiones que hace este hijo. Más bien, este padre permanece fielmente en casa y ora, y cuando el hijo “reacciona” y da la media vuelta, el padre está esperando y observando y ve a ese hijo cuando aún está “muy lejos” y va a su encuentro.
Los principios entonces son estos; cuando nuestros hijos e hijas se valen por ellos mismos y toman decisiones que sabemos traerán duras consecuencias, los padres debemos dejarlos y permitir que se vayan. Los padres no deben seguirlos ni tampoco interferir con las consecuencias que vendrán. En vez de eso, los padres se quedarán en casa, permanecerán orando fielmente y estarán atentos a las señales de arrepentimiento y cambios de dirección. Hasta que, y a menos que esto llegue, los padres guardarán su propio consejo, no respaldarán la rebelión ni se convertirán en entrometidos (1 Pedro 4:15).
Una vez que los hijos están en la edad legal “adulta”, ellos están sujetos solo a la autoridad de Dios y la delegada autoridad de un gobierno (Romanos 13:1-7). Como padres podemos hacernos a un lado, una vez que nuestros hijos o hijas hayan cambiado su dirección hacia Dios. Dios usa la miseria auto-infligida y “el entrenamiento de los hijos” para atraerlos a la sabiduría, y depende de cada individuo el responder correctamente. Como padres, no podemos salvar a nuestros hijos; sólo Dios puede hacer eso. En obediencia debemos criarlos en el SEÑOR cuando nos es dada esa oportunidad (Efesios 6:4) y luego permitirles tomar sus propias decisiones. Hasta entonces, observemos, oremos y dejemos el asunto en las manos del SEÑOR. Este puede ser un proceso doloroso, pero cuando es hecho de acuerdo al punto de vista divino, traerá la recompensa de la paz del corazón. No podemos juzgar a nuestros hijos; sólo Dios puede. En esto hay un gran consuelo, “El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo? (Génesis 18:25b).
El mandamiento más grande en la Escritura es este: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.” (Deuteronomio 6:5) Retrocediendo al verso 2, leemos, “…para que temas a Jehová tu Dios, guardando todos sus estatutos y sus mandamientos que yo te mando, tu, tu hijo, y el hijo de tu hijo, todos los días de tu vida, para que tus días sean prolongados.” Siguiendo los versos, más adelante dice, “Y esas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (versos 6-7).
La historia hebrea revela que el padre debía ser diligente en instruir a sus hijos en los caminos y las palabras del Señor para su propio desarrollo espiritual y bienestar. El padre que era obediente a los mandamientos de las Escrituras hacía esto justamente. La importancia primaria de este pasaje es la responsabilidad de los padres en el hogar de que los niños puedan ser criados en la “disciplina y amonestación del Señor.” Esto nos lleva a un pasaje en el Libro de los Proverbios 22:6-11; pero primeramente al verso 6, en el cual leemos, “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo (conforme se haga mayor) no se apartará de él.” Instruir, se refiere a las primeras enseñanzas que un padre y madre deben dar a su hijo, esto es, su educación temprana. El instruir tiene como objetivo colocar ante el niño la forma de vida prevista para él. El iniciar la educación del niño de esta manera es de gran importancia, al igual que un árbol sigue la inclinación de sus primeros tres años.
Un pasaje del Nuevo Testamento que nos da una clara ilustración de la instrucción del Señor a un padre en relación con la crianza de sus hijos es Efesios 6:4. Este es un breve sumario de instrucción a los padres, representada aquí por el padre, expuesto de una manera negativa y positiva. “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.” Aquí está lo que la Biblia dice acerca de la responsabilidad de los padres al criar a sus hijos. El aspecto negativo de este verso, indica que un padre no debe fomentar malos sentimientos en sus hijos por su severidad, injusticia, parcialidad o el irracional ejercicio de la autoridad. Eso sólo servirá para ocasionar que el niño alimente rencor en su corazón. El aspecto positivo es expresado en una dirección comprensiva; esto es, educarlos, animarlos, desarrollar su conducta en todos los aspectos de la vida mediante la instrucción y amonestación del Señor. Esto es la instrucción (ser un claro ejemplo del modelo de un padre) o educación de un hijo – el proceso completo de educación y disciplina. La palabra “amonestación” contiene la idea de “poner en la mente del niño”, que es el acto de recordarle al niño sus faltas (constructivamente) o sus deberes (responsabilidades de acuerdo a su edad y nivel de comprensión).
No debe permitirse a los niños crecer sin vigilancia o control. Ellos deben ser instruidos, disciplinados y amonestados, para que adquieran conocimiento sobre el auto-control y la obediencia. Todo este proceso de educación debe ser en un nivel espiritual y cristiano (en el verdadero sentido de la palabra). Es la “disciplina y amonestación del Señor” el vehículo mediante la cual se alcanza el fin de la educación. Cualquier otro substituto o guía de educación, bien puede resultar en un desastroso fracaso. El elemento moral y espiritual de nuestra naturaleza es tan esencial y tan universal, como el intelectual. Por lo tanto, la espiritualidad es tan necesaria para el desarrollo de la mente como el conocimiento. Nuevamente Proverbios 1:7 nos dice, “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová.”
El padre cristiano es realmente el instrumento en la mano de Dios en materia de la paternidad. Así como el cristianismo es la única religión verdadera, y Dios en Cristo, el único Dios verdadero, el único posible camino para una educación provechosa, es la disciplina y amonestación del Señor. Todo el proceso de instrucción y disciplina debe ser aquél que Él prescribe y administra, para que Su autoridad pueda estar presente y esté en constante contacto con la mente, el corazón y la conciencia del niño. El padre humano nunca debe presentarse a sí mismo como la mayor autoridad que determine la verdad y el deber. Esto simplemente desarrolla el aspecto humano del “yo”. Es solamente haciendo a Dios, Dios en Cristo, el maestro y el gobernante, en cuya autoridad todo es creíble y en obediencia a quien todo lo puede, que se logra alcanzar la meta de la educación.
Las instrucciones de las Escrituras a los padres son siempre el ideal de Dios. A veces tenemos la tendencia de bajar esos ideales a nuestro nivel y experiencia humana. Tu pregunta, sin embargo, es saber lo que la Biblia dice acerca de ser un padre. He tratado de responderla de acuerdo a ella. He descubierto por la experiencia de ser el padre de tres hijos, cuánto he fallado respecto al ideal bíblico. Eso, sin embargo, no desvirtúa la Escritura y la verdad y sabiduría de Dios, para decir que “la Escritura simplemente no funciona.”
Hagamos un resumen de lo que se ha dicho. La palabra “provocar” significa irritar, exasperar, incitar, etc. Esto resulta de un espíritu y métodos equivocados, como es, la severidad, irracionalidad, autoritarismo, dureza, crueles exigencias, restricciones innecesarias, y obcecada terquedad sobre la autoridad. Tales provocaciones producirán reacciones adversas, menoscabando su afecto, obstaculizando su deseo por la santidad, y haciéndolo sentir que es imposible complacer a sus padres. (Yo lo sé – he estado ahí, lo he hecho). Un padre sabio (desearía haber sido sabio) busca hacer la obediencia deseable y alcanzable mediante el amor y la gentileza. Los padres no deben actuar como tiranos ateos.
Martín Lutero decía; “Mantén una manzana al lado de la vara, para darla al niño cuando hace bien.” La disciplina en la educación y cultura general, debe ser ejercitada con una cuidadosa vigilancia y una enseñanza constante con mucha oración. El castigar, disciplinar y aconsejar por la Palabra de Dios, proporcionando tanto reprimendas como ánimos según se necesite, es indicativo de “amonestación”. La instrucción proporcionada procede del Señor, es aprendida en la escuela de la experiencia cristiana, y administrada por los padres (el padre). La disciplina cristiana es necesaria para prevenir que los hijos crezcan sin reverencia a Dios, respeto por la autoridad paterna, conocimiento de los estándares cristianos y hábitos de auto-control.
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2 Timoteo 3:16,17). Esto es lo que dice la Biblia acerca de ser un padre. La manera y los métodos que los padres puedan utilizar para enseñar la verdad de Dios, necesariamente serán variables. Pero esas verdades deberán estar siempre disponibles para ser aplicadas sobre cualquier vocación en la vida, viviéndolas y haciendo de ellas un estilo de vida. Así como el padre es fiel en su papel formativo, lo que el niño aprenda acerca de Dios, permanecerá en él/ella en buen lugar a través de toda su vida, sin importar lo que hagan o dónde vayan. Ellos aprenderán a “amar al Señor su Dios con todo su corazón, con toda su alma, y con toda su fuerza” y desearán servirle en todo lo que ellos hagan.
El ser una madre, es un papel muy importante que el Señor elige otorgar a muchas mujeres. Se dice que las madres deben amar a sus hijos. En Tito 2:4-5 leemos, “… que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada.” En Isaías 49:15a la Biblia dice, “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre?” ¿Cuándo comienza la maternidad?
Los hijos son un regalo del Señor (Salmo 127:3-5). En Tito 2:4, aparece la palabra griega “phileoteknos”. Esta palabra representa una clase especial de “amor materno.” La idea que se desprende de esta palabra es la de “preferir” a nuestros hijos, “cuidar” de ellos, “alimentarlos”, “abrazarlos con amor”, “cubrir sus necesidades”, “entablar una tierna relación” a cada uno como si fuera el único salido de la mano de Dios. Se nos manda en la Escritura el ver el “amor materno” como nuestra responsabilidad. En la Palabra de Dios se les ordena tanto a las madres como a los padres, llevar a cabo varias cosas en la vida de sus hijos:
Estando disponibles – mañana, tarde y noche (Deuteronomio 6:6-7)
Involucrándose - interactuando, acordando, pensando y procesando la vida juntos (Efesios 6:4)
Enseñándoles – con las Escrituras, el punto de vista bíblico del mundo (Salmo 78:5-6, Deuteronomio 4:10; Efesios 6:4)
Entrenándoles – ayudando al niño a desarrollar sus habilidades y descubrir su potencial (Proverbios 22:6)
Disciplinándoles – Enseñándoles en el temor de Dios, señalándoles sus límites en forma consistente, amorosa y firme (Efesios 6:4; Hebreos 12:5-11, Proverbios 13:24, 19:18, 22:15, 23:13-14; 29:15-17)
Nutriéndoles – Proveyendo un ambiente de constante soporte verbal, libertad de fallar, aceptación, afecto y amor incondicional (Tito 2:4; 2 Timoteo 1:7; Efesios 4:29-32, 5:1-2; Gálatas 5:22; 1 Pedro 3:8-9)
Moldeándolos con integridad – Viviendo lo que enseñes, siendo un modelo mediante el cual un niño pueda aprender, “captando” la esencia de una vida piadosa (Deuteronomio 4:9, 15, 23; Proverbios 10:9, 11:3; Salmo 37:18, 37).
La Biblia nunca ordena que todas las mujeres deban ser madres. Sin embargo, dice que aquellas que son bendecidas para ser madres, deben tomar seriamente esa responsabilidad. Las madres deben tener un único y crucialmente importante papel en la vida de sus hijos. La maternidad no es un trabajo o tarea desagradable. Al igual que una madre lleva a su bebé durante el embarazo, y alimenta y cuida de niño durante su infancia, así también las madres juegan un constante papel en las vidas de sus niños, adolescentes y jóvenes adultos, y aún cuando llegan a la edad madura. Mientras que el papel de la maternidad debe cambiar y desarrollarse – el amor, el cuidado, la educación y el ánimo que da una madre, nunca debe terminar.
La adopción puede ser una amorosa alternativa para padres biológicos, quienes puedan tener una variedad de razones para estar impedidos para cuidar a sus hijos. También puede ser una respuesta a la oración de muchas parejas que no han podido concebir sus propios hijos. La adopción se muestra como algo favorable a través de la Escritura, como una forma en la que Dios usa a la gente para hacer Su voluntad y traerle gloria a Él.
En Éxodo se relata la historia acerca de una mujer hebrea llamada Jacobed, quien dio a luz un hijo durante el tiempo en el que Faraón (el rey) había ordenado que todos los niños varones que nacieran, fueran muertos a fin de controlar la población (Éxodo 1:15-22). Jacobed tomó un canasto, lo impermeabilizó con asfalto y brea, colocando en él a su bebé y lo dejó en el río. Una de las hijas de Faraón vio el canasto y recuperó al niño. Eventualmente fue adoptado dentro de la familia real y se le puso por nombre Moisés. Él creció y llegó a ser un fiel y bendecido siervo de Dios (Éxodo 2:1-10).
En el libro de Ester, una hermosa muchacha llamada Ester, quien probablemente fue adoptada por su primo después de la muerte de sus padres, llegó a ser reina y Dios la usó para llevar la libertad al pueblo judío. En el Nuevo Testamento, el Único y unigénito hijo de Dios, Jesucristo, fue concebido por medio del Espíritu Santo, en vez de haber sido a través de la simiente de un hombre (Mateo 1:18). Él fue adoptado y criado por el esposo de Su madre, José, quien adoptó a Jesús como su propio hijo.
Una vez que entregamos nuestros corazones a Cristo, creyendo y confiando solamente en Él para salvación, Dios dice que nos convertimos en parte de Su familia –no a través de un proceso natural de concepción humana, sino a través de la adopción. “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15). El integrar a una persona dentro de una familia, por medio de la adopción, es algo hecho por elección y procedente del amor. “…en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos Suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de Su voluntad.” (Efesios 1:5).
Claramente la adopción –tanto en el sentido físico como en el sentido espiritual– es mostrada como algo favorable a la luz de la Escritura. Tanto los que adoptan como los que son adoptados pueden recibir abundante gozo y bendiciones.
El hijo que exhibe una conducta rebelde, puede estarlo haciendo por una variedad de razones. La falta de amor, severidad y crítica paternas casi siempre resultarán en alguna clase de rebeldía. Aún el hijo más obediente se rebelará –interior o exteriormente– contra tal trato. Naturalmente, debe evitarse este tipo de paternidad. Adicionalmente, es natural en los adolescentes una cierta cantidad de rebelión hacia los padres, porque lentamente están alejándose de sus familias en el proceso de establecer vidas e identidades propias.
Sin embargo, para los propósitos de este artículo, se asumirá que el hijo rebelde es uno que tiene una personalidad naturalmente voluntariosa. Nació con ella, es parte de la forma en que Dios lo creó, y todo lo que hace reflejará este hecho. El hijo voluntarioso se caracteriza por una inclinación a probar los límites, un prevaleciente deseo de controlar, y una deliberada resistencia a toda autoridad. En otras palabras, rebelde es su segundo nombre. Adicionalmente, con frecuencia se trata de niños muy inteligentes, quienes pueden “deducir” situaciones con asombrosa rapidez y encontrar maneras de tomar el control de las circunstancias y gente a su alrededor. Estos chicos pueden ser un desafío extremadamente irritante y exhaustivo para sus padres.
Pero, afortunadamente, también es verdad que Dios los hizo lo qué y cómo son. Él los ama, y no ha dejado a los padres sin los recursos para enfrentar el desafío. Hay principios bíblicos que enseñan cómo lidiar con los hijos rebeldes y voluntariosos con gracia y buen humor. Primero, Proverbios 22:6 nos dice, “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.” Para todos los niños, el camino por el que deben ir, es hacia Dios. Es crucial para todos los niños enseñarles la Palabra de Dios, para que puedan entender quién es Dios y de qué manera le sirven mejor. Con el niño voluntarioso, el entender lo que lo motiva –el deseo de controlar– le servirá mucho para ayudarlo a encontrar su “camino.” Este niño es uno que debe entender que él no está a cargo del mundo –Dios sí– y nosotros simplemente debemos hacer las cosas a la manera de Dios. Esto requiere que los padres estén absolutamente convencidos de esta verdad y que vivan de acuerdo a ella. Un padre que está en rebeldía contra Dios, no estará capacitado para convencer a su hijo a someterse a su Padre celestial.
Una vez que se ha establecido que Dios es El que hace las reglas, los padres deben establecer en la mente del niño, que ellos son los instrumentos de Dios y harán todo y cualquier cosa necesaria para llevar a cabo el plan de Dios para su familia; y Su plan es que ellos dirijan y el hijo les siga. No puede haber vacilaciones en este punto. El hijo voluntarioso puede oler los titubeos a un kilómetro de distancia y brincará ante la oportunidad de llenar el vacío de liderazgo y tomará el control. El principio de sujetarse a la autoridad es crucial para el chico voluntarioso. Si no se aprende en la niñez, su futuro estará caracterizado por conflictos con todas las autoridades, incluyendo, jefes, policía, cortes legales, y líderes militares. En Romanos 13:1-5 es claro que las autoridades que están sobre nosotros, son establecidas por Dios, y debemos someternos a ellas. También el niño voluntarioso sólo acatará gustosamente las reglas y leyes, cuando éstas tengan algún sentido para él. Denle una razón sólida para una regla, reiterándole constantemente la verdad de que hacemos las cosas de la manera en que Dios quiere que las hagamos y eso no es negociable. Explíquenle que Dios les ha dado a los padres la responsabilidad de amar y disciplinar a sus hijos y de no hacerlo significaría que como padres estarían desobedeciéndolo. Sin embargo, siempre que sea posible, denle al hijo la oportunidad de participar en tomar decisiones, para que no se sienta completamente indefenso. Por ejemplo, el ir a la iglesia no es negociable, porque Dios nos manda reunirnos con otros creyentes (Hebreos 10:25), pero los hijos pueden tener voto en lo que han de ponerse, dónde se siente la familia, etc., Denles proyectos en los que puedan hacerse cargo, como planear las vacaciones de la familia.
Además, la paternidad debe ejercerse con consistencia y paciencia. Los padres deben tratar de no levantar su voz, no levantar sus manos con ira, o perder la compostura. Esto le dará al hijo voluntarioso la sensación de control que tanto ansía, e inmediatamente planeará cómo controlarlos por medio de frustrarlos hasta el punto de hacerlos reaccionar emocionalmente. Las nalgadas fallan con frecuencia con estos chicos, porque gozan grandemente el llevar a sus padres hasta su punto límite, así que sienten que un poco de dolor vale la pena. Los padres de niños voluntariosos seguido reportan que el chico se burla de ellos mientras les están dando nalgadas, así que éste no puede ser el mejor método de disciplina con ellos. Tal vez en ninguna parte de la vida cristiana sean más necesarios los frutos del Espíritu de la paciencia y templanza (Gálatas 5:23) que con un niño voluntarioso.
Sin importar lo exasperante que pueda ser la paternidad con estos niños, los padres pueden descansar en la promesa de Dios, de no probarnos más allá de nuestra habilidad para resistir (1 Corintios 10:13). Si Dios les da un niño voluntarioso, los padres pueden estar seguros de que Él no se ha equivocado y proveerá la guía y recursos que necesitan para hacer la tarea. Tal vez como nunca en la vida de un padre, las palabras “orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17), tengan más sentido que con un joven voluntarioso. Los padres de estos hijos han invertido mucho de su tiempo arrodillados ante el Señor, rogando por sabiduría, la cual Él ha prometido que proveería (Santiago 1:5). Finalmente, hay consuelo en saber que los hijos voluntariosos que son bien educados, con frecuencia crecen para alcanzar grandes logros, ser adultos exitosos y audaces, cristianos entregados quienes usan sus considerables talentos para servir al Señor a quien han llegado a amar y respetar a través de los pacientes y diligentes esfuerzos de sus padres.
Aunque el hombre y la mujer son iguales en relación a Cristo, las Escrituras asignan papeles específicos para cada uno dentro del matrimonio. El esposo debe asumir el liderazgo en la casa (1 Corintios 11:3; Efesios 5:23). Este liderazgo no debe ser dictatorial, condescendiente, o de superioridad hacia la esposa, sino debe ser de acuerdo con el ejemplo de Cristo como cabeza de la iglesia. “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra.” (Efesios 5:25-26). Cristo amó a la iglesia (su pueblo) con compasión, misericordia, perdón, respeto y sin egoísmo; de la misma manera, los esposos deben amar a sus esposas.
Las esposas deben estar sujetas a la autoridad de sus esposos. “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es Su cuerpo y Él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo.” (Efesios 5:22-24). El sometimiento no es solo responsabilidad de las mujeres que tienen esposos cristianos. Jamás debemos someternos a nuestros esposos si ello requiere desobedecer a Dios; la relación que tenemos con el Señor es la más importante (Deuteronomio 6:5). Pero el predicarles, insistirles, quejarse, y rehusarse a servirles, sólo alejará al marido incrédulo aún más de Dios. En cambio, al mostrar a su esposo el amor de Cristo, a través de un comportamiento piadoso al servirle y amarle, le dará un excelente ejemplo de cómo Cristo sirvió y amó a la iglesia. Si una mujer cristiana tiene un esposo incrédulo, no debe dejarlo si él consiente en quedarse con ella. Y si un esposo cristiano tiene una esposa no creyente, él no debe abandonarla si ella quiere permanecer con él. Pero si el incrédulo se separa, está bien dejar que se vaya. (1 Corintios 7:2-15).
Aunque las mujeres deben sujetarse a sus esposos, la Biblia también les dice a los hombres varias veces, cómo deben tratar a sus esposas. El esposo no debe asumir el papel de dictador, sino mostrar respeto por su esposa así como por sus opiniones. “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida,...” (Efesios 5:28-29). “Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido.” (Efesios 5:33). “Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas.” (Colosenses 3:18-19). “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo.” (1 Pedro 3:7). De acuerdo a estos versos, podemos ver que el amor y el respeto caracterizan los papeles tanto de esposos como de esposas. Si están presentes la autoridad, el liderazgo, el amor y la sujeción, no habrá problema para ninguno de los dos.
Respecto a la división de responsabilidades en el hogar, la Biblia instruye a los esposos a proveer para sus familias. Esto significa que él trabaje y gane el suficiente dinero para cubrir todas las necesidades de vida de su esposa e hijos. El fracasar en ello, definitivamente tiene consecuencias espirituales. “Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo.” (1 Timoteo 5:8). Un incrédulo es alguien que no es creyente. Así que un hombre que no se esfuerza por proveer para su familia, no puede llamarse un cristiano. Esto no significa que la mujer no pueda ayudarle al mantenimiento de la familia – Proverbios 31 demuestra que una esposa piadosa seguramente puede hacerlo. Pero proveer para la familia no es su responsabilidad primaria como esposa – es de su esposo - mientras que un esposo debe ayudar con los hijos y con los quehaceres de la casa (cumpliendo así su deber de amar a su esposa). Proverbios 31 también deja en claro que el hogar debe ser la responsabilidad y el área de influencia más importante de la mujer. Nótese que la administración de sus bienes, no la exime de preparar la comida y hacer ropa para su familia (vv. 13-24). Aún si ella tenga que acostarse tarde, y levantarse temprano, su familia deberá estar bien atendida. Este no es un estilo de vida fácil para muchas mujeres – especialmente en los prósperos países occidentales – y demasiadas mujeres viven estresadas y presionadas hasta su límite, por tratar de hacerlo todo. Cuando esto ocurre, el esposo y la esposa deben reordenar piadosamente sus prioridades y seguir las instrucciones bíblicas sobre sus obligaciones.
Los conflictos respecto a la división de trabajos en un matrimonio son fáciles de surgir, pero si ambas partes se someten a Cristo, estos conflictos serán mínimos. Si una pareja encuentra que sus discusiones sobre este punto son frecuentes y con rencor, o parecen caracterizar su matrimonio, el problema es de índole espiritual, y como pareja deben re-comprometerse entre ellos mismos a orar y sujetarse primeramente a Cristo, luego uno al otro en actitud de amor y respeto.
Honrar a tu padre y a tu madre, son las palabras respetuosas y las acciones que resultan de una actitud interna de estima por su posición.
La palabra griega para honor, significa venerar, apreciar, y valorar. Honor es darles respeto, no solo por mérito sino también por rango. Por ejemplo, algunos pueden no estar de acuerdo con las decisiones del Presidente, pero aún así ellos deben respetar su posición como líder de su país. Similarmente, los hijos de todas las edades deben honrar a sus padres, sin importar si sus padres “merecen” o no el honor.
Dios nos exhorta a honrar al padre y a la madre. Él valora el honrar a los padres, lo suficiente como para incluirlo dentro de los 10 Mandamientos (Éxodo 20:12) y nuevamente en el Nuevo Testamento: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa, para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra.” (Efesios 6:1-3)
En los días del Antiguo Testamento, el hablar mal de los padres de uno o rebelarse contra sus instrucciones, resultaba en la pena capital (Éxodo 21:15-17; Mateo 15:14), mientras que aquellos que honraban a sus padres eran bendecidos (Jeremías 35:18-19). Una característica de tanto, aquellos con una “mente reprobada”, como aquellos que se caracterizan por su falta de piedad en los últimos días, es la desobediencia a los padres. (Romanos 1:30; 2 Timoteo 3:2).
Salomón, el hombre sabio, exhortaba a los hijos a respetar a sus padres (Proverbios 1:8; 13:1; 30:17). Aunque en la actualidad ya no estemos directamente bajo su autoridad, no podemos ignorar el mandamiento de Dios de honrar a nuestros padres. Aún Jesús, el Hijo de Dios, se sometió Él mismo a Sus padres terrenales y a Su Padre celestial (Mateo 26:39; Lucas 2:51). Siguiendo el ejemplo de Cristo, como cristianos, debemos tratar a nuestros padres de la manera en que deberíamos aproximarnos reverencialmente a nuestro Padre celestial (Hebreos 12:9; Malaquías 1:6)
Obviamente, se nos ordena honrar a nuestros padres, pero ¿cómo? Honrarlos tanto con nuestras acciones como con nuestras actitudes (Marcos 7:6). Honrar sus deseos no expresados, como los hablados. “El hijo sabio recibe el consejo del padre; Mas el burlador no escucha las reprensiones.” (Proverbios 13:1).
En Mateo 15:3-9, Jesús les recuerda a los fariseos el mandamiento de Dios de honrar a su padre y madre. Ellos estaban obedeciendo la letra de la ley, pero habían añadido sus propias tradiciones que esencialmente la anulaban. Mientras que honraban a sus padres de palabra, sus hechos probaban el verdadero motivo de su corazón. Honrar es más que un servicio de labios. La palabra honor en este pasaje es un verbo, y como tal, demanda elegir una acción correcta.
El honor incluye la idea de traer gloria a alguien. Primera de Corintios 10:31, nos dice que todo lo que digamos o hagamos, debemos hacerlo para la gloria de Dios. Debemos buscar honrar a nuestros padres de manera similar a la que los cristianos se esfuerzan por darle gloria a Dios –en nuestros pensamientos, palabras y acciones.
La palabra griega “hypakouo” significa obedecer, escuchar, o prestar atención. Para un hijo menor, obedecer a sus padres va de la mano con honrarlos. Eso incluye escucharlos, prestarles atención, y someterse a su autoridad. Después de que los hijos maduran, la obediencia que aprendieron cuando niños, les servirá para honrar a las autoridades tales como el gobierno, la policía y sus jefes.
Mientras que se nos pide honrar a los padres, eso no incluye el imitar a los impíos (Ezequiel 20:18-19). ¿Qué pasa si tus padres te piden hacer algo malo? En ese caso, debes obedecer a Dios antes que al hombre (Hechos 5:29).
El mandamiento de honrar a los padres es el único mandamiento con promesa: “para que te vaya bien y seas de larga vida sobre la tierra.” (Efesios 6:3). El honor engendra honor. Dios no honrará a aquellos que no obedezcan Su mandamiento de honrar a sus padres. Si deseamos complacer a Dios y ser bendecidos, debemos honrar a nuestros padres. Honrar no es fácil, no siempre es divertido, y ciertamente es imposible en nuestra propia fuerza. Pero el honor es un camino seguro para nuestro propósito en la vida: glorificar a Dios. “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor.” (Colosenses 3:20).
El problema de la infertilidad puede ser uno muy difícil, especialmente para parejas que tienen un enorme deseo de tener hijos. Las parejas cristianas pueden encontrarse preguntando “¿Por qué, Señor?” ante la pregunta de la infertilidad. Seguramente Dios quiere que los cristianos sean bendecidos con hijos, que los amen y los críen, y añadan más almas para Su servicio. Para parejas que están sanas y que han resultado médicamente sanas, uno de los aspectos más dolorosos de la infertilidad, es el no saber si es una situación temporal o una permanente. Si es temporal, ¿cuánto deberán esperar? Si es permanente, ¿cómo lo sabrán ellos y qué acción deberán tomar?
La Biblia ilustra el problema de la infertilidad temporal en varias historias:
Sarai (Génesis 11:30), posteriormente llamada Sara. Dios prometió a Abraham y a Sara una descendencia, pero ella no dio a luz a su hijo Isaac, hasta los 90 años de edad.
Rebeca (Génesis 25:21). Isaac, su esposo, oró fervientemente, y Jehová respondió; tiempo después nació su hijo Jacob.
Raquel (Génesis 30:1, 22-24). Ella oró y al fin Dios “abrió su matriz” y dio a luz a un hijo, José.
La esposa de Manoa (Jueces 13:2) quien dio a luz a Sansón.
Elizabét (Lucas 1:7,36). En su vejez dio a luz a Juan el Bautista, quien anunció la llegada de Cristo.
La esterilidad de Sarai, Rebeca y Raquel (las madres de la nación israelita) es significativa en que finalmente, su capacidad para concebir hijos fue una señal de la gracia y el favor de Dios hacia Su elegido. Sin embargo, las parejas infértiles no deben asumir que Dios está retrayendo Su gracia y favor, tampoco deben asumir que de alguna manera están siendo castigados. Las parejas cristianas deben apegarse a la seguridad de que sus pecados son perdonados en Cristo y que Dios nunca los castigará por sus delitos, especialmente negándoles los hijos.
Así que ¿cómo debe enfrentar la infertilidad una pareja cristiana? Es bueno buscar consejo de ginecólogos y otros especialistas en fertilidad. Tanto el hombre como la mujer deben tener un sano estilo de vida para prepararse para el embarazo. Al leer acerca de las madres de la nación de Israel, vemos que ellas oraron fervientemente por concebir, así que ciertamente no está por demás seguir orando por un hijo. Sin embargo, primeramente debemos orar por la voluntad de Dios en nuestras vidas. Si Su voluntad es que tengamos un hijo natural, lo tendremos. Si Su voluntad es que adoptemos, cuidemos a niños, o carezcamos de ellos, eso es lo que debemos aceptar y aceptarlo con agrado. Sabemos que Dios tiene un plan divino para cada uno de Sus amados, y es el autor de la vida. Él permite y retiene la concepción. Dios es soberano y posee toda la sabiduría y el conocimiento (Ver Romanos 11:33-36). “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto...” (Santiago 1:17). El conocer y aceptar estas verdades, llegará hasta el dolor de los corazones de las parejas infértiles.
Si estás casado(a), tu esposa(o) viene después de Dios. Un hombre casado debe amar a su esposa como Cristo amó a la iglesia (efesios 5:25). La prioridad número uno de Cristo –después de obedecer y glorificar al Padre–fue la Iglesia. Aquí está un ejemplo que los esposos deben seguir: Primero Dios, después su esposa. De la misma manera, las esposas deben estar sujetas a sus esposos “como al Señor” (Efesios 5:22). De esto podemos deducir el principio de que en sus prioridades, su esposo es secundario solo a Dios.
Si esposos y esposas son secundarios solo a Dios en nuestras prioridades, y siendo que un esposo y una esposa son una sola carne (Efesios 5:31), se deduce que el resultado de esa relación matrimonial –hijos– deben ser la siguiente prioridad. Los padres deben criar hijos piadosos quienes serán la siguiente generación de aquellos que amen al Señor con todo su corazón (Proverbios 22:6; Efesios 6:4), mostrando una vez más que Dios es la primera de nuestras prioridades y todas las demás relaciones deben reflejar eso.
Deuteronomio 5:16 nos dice que honremos a nuestros padres, para que tengamos larga vida y nos vaya bien. No se especifica un límite de edad, lo que nos lleva a creer que en tanto nuestros padres vivan, debemos honrarlos. Desde luego, una vez que el hijo alcanza la edad adulta, él ya no está obligado a obedecerlos (“Hijos, obedeced a vuestros padres…”), pero no hay límite de edad para honrarlos. Podemos concluir de esto, que después de Dios, nuestras(os) esposas(os), y nuestros hijos; siguen los padres en la lista de prioridades.
Después de los padres, viene el resto de la familia de uno (1 Timoteo 5:8), luego los hermanos en la fe. Romanos 14 nos dice que no juzguemos ni menospreciemos a nuestros hermanos (v.10), tampoco hacer cualquier cosa que cause que nuestro hermano en Cristo “tropiece” o caiga espiritualmente. Mucho del libro de 1 Corintios son instrucciones de Pablo sobre cómo debe vivir la Iglesia junta en armonía, amándose unos a otros. Otras exhortaciones referentes a nuestros hermanos y hermanas en Cristo son: “…servíos por amor los unos a los otros.” (Gálatas 5:13); “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” (Efesios 4:32); “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras.” (Hebreos 10:24).
Finalmente viene el resto del mundo (Mateo 28:19), al que debemos ir y llevar el Evangelio, haciendo entre ellos discípulos para Cristo. En conclusión, la orden escritural de prioridades es… Dios, esposo(a), hijos, padres, el resto de la familia, hermanos y hermanas en Cristo, y el resto del mundo.