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1. Asegúrese de entender la salvación.
1 Juan 5:13 nos dice, “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna”. Dios quiere que entendamos la salvación. Dios quiere que tengamos la confianza de saber con seguridad que somos salvos. Vayamos brevemente a los puntos clave de la salvación:
(a) Todos hemos pecado. Todos hemos hecho cosas que desagradan a Dios (Romanos 3:23).
(b) Merecemos ser castigados con la separación eterna de Dios, a causa de nuestro pecado (Romanos 6:23).
(c) Jesús murió en la cruz para pagar la penalidad por nuestros pecados (Romanos 5:8; 2 Corintios 5:21).
(d) Dios otorga perdón y salvación a todos aquellos que ponen su fe en Jesús – confiando en Su muerte, como pago por nuestros pecados (Juan 3:16; Romanos 5:1; Romanos 8:1).
¡Ese es el mensaje de salvación! Si ha puesto su fe en Jesucristo como su Salvador, ¡usted es salvo! Todos sus pecados son perdonados, y Dios promete nunca dejarlo o desampararlo (Romanos 8:38-39; Mateo 28:20). Recuerde, su salvación está segura en Jesucristo (Juan 10:28-29). ¡Si usted confía solo en Jesús como su Salvador, puede tener la confianza de que va a pasar la eternidad con Dios en el cielo!
2. Encuentre una buena iglesia que enseñe la Biblia.No piense en la iglesia como un edificio. La iglesia es la gente. Es muy importante que los creyentes en Jesucristo tengan compañerismo unos con otros. Ese es uno de los propósitos principales de la iglesia. Ahora que usted ha puesto su fe en Jesucristo, le animamos firmemente a encontrar por su sector, una iglesia creyente en la Biblia. Hable con el pastor. Hágale saber acerca de su nueva fe en Jesucristo.
Un segundo propósito de la iglesia, es enseñar la Biblia. Usted puede aprender cómo aplicar las enseñanzas de Dios en su vida. Entender la Biblia es la clave para vivir una vida Cristiana exitosa y poderosa. 2 Timoteo 3:16-17 dice, “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.”
Un tercer propósito de la iglesia es la adoración. ¡La adoración es dar gracias a Dios por todo lo que Él ha hecho! Dios nos ha salvado. Dios nos ama. Dios es nuestro proveedor. Dios nos guía y nos dirige. ¿Cómo no agradecerle? Dios es santo, justo, cariñoso, misericordioso, y lleno de gracia. Apocalipsis 4:11 declara, “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”.
3. Aparte cada día un tiempo para enfocarse en Dios.Es muy importante para nosotros cada día, pasar tiempo enfocándonos en Dios. Algunas personas denominan a este, un “tiempo a solas.” Otros lo llaman “tiempo de devoción,” porque este es un tiempo cuando nos dedicamos a Dios. Algunos prefieren apartar tiempo en las mañanas, mientras otros prefieren el atardecer. No importa cómo denomine a este tiempo o cuándo lo haga. Lo que importa es que usted pase regularmente tiempo con Dios. ¿Qué eventos preparan nuestro tiempo con Dios?
(a) Oración.- La oración sencillamente es hablar con Dios. Hablar con Dios acerca de sus preocupaciones y problemas. Pedir a Dios que le de sabiduría y guía. Pedir a Dios que provea sus necesidades. Decirle a Dios cuánto lo ama y cuánto aprecia todo lo que hace por usted. De eso se trata la oración.
(b) Lectura bíblica.- Además de recibir enseñanza Bíblica en la iglesia, en la Escuela Dominical, y/o en los estudios bíblicos – es necesario que lea la Biblia por usted mismo. La Biblia contiene todo lo que usted necesita conocer a fin de vivir una vida Cristiana exitosa. La Biblia contiene la guía de Dios para tomar decisiones sabias, cómo conocer la voluntad de Dios, cómo ministrar a otros, y cómo crecer espiritualmente. La Biblia esencialmente es el manual de enseñanza de Dios para saber cómo vivir nuestra vida de una manera para agradarle al Señor y sentirnos satisfechos.
4. Desarrollar relaciones con gente que puede ayudarnos espiritualmente.1 Corintios 15:33 nos dice, “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.” La Biblia está llena de advertencias acerca de la influencia que la gente “mala” puede tener sobre nosotros. Pasar tiempo con aquellos que se ocupan de actividades pecaminosas, va a causar que seamos tentados por aquellas actividades. El carácter de aquellos que nos rodean va a “pegarse” en nosotros. Por esa razón es tan importante rodearnos de otra gente que ama al Señor y está comprometida con El.
Trate de encontrar un amigo o dos, tal vez de su iglesia, alguien quien pueda ayudarlo y animarlo (Hebreos 3:13; 10:24). Pida a sus amigos que lo mantengan responsable con respecto a su tiempo a solas, sus actividades, y su caminar con Dios. Pregúnteles si usted puede hacer lo mismo por ellos. Esto no significa que tiene que abandonar a todos sus amigos que no conocen al Señor Jesús como su Salvador. Siga siendo su amigo y ámelos. Simplemente permítales conocer que Jesús ha cambiado su vida, y que no puede hacer todas las mismas cosas que solía hacer. Pídale a Dios que le de oportunidades para compartir de Jesús con sus amigos.
5. Bautizarse.
Mucha gente malentiende el bautismo. La palabra “bautizar” significa sumergir en agua. El bautismo es la manera bíblica de proclamar públicamente su nueva fe en Cristo y su compromiso de seguirle. La acción de ser sumergido en agua ilustra el ser enterrado con Cristo. La acción de salir del agua ilustra la resurrección de Cristo. Bautizarse es identificarse con la muerte, entierro y resurrección de Jesús (Romanos 6:3-4).
El bautismo no es lo que le salva. El bautismo no le quita sus pecados. El bautismo simplemente es un paso de obediencia, una proclamación pública de su fe solo en Cristo para salvación. El bautismo es importante porque es un paso de obediencia – declarar públicamente la fe en Cristo y su compromiso con El. Si usted está listo para ser bautizado, debe hablar con un pastor.
El Diccionario Webster define a un cristiano como “una persona que se precia de creer en Jesús como el Cristo, o en la religión basada en la enseñanza de Jesús.” Aunque éste es un buen punto de partida para entender quien es un Cristiano, como muchas definiciones seculares, ésta de alguna manera no alcanza a comunicar en realidad la verdad bíblica de lo que significa ser un Cristiano.
La palabra “cristiano” es utilizada tres veces en el Nuevo Testamento - en Hechos 11:26; Hechos 26:28, y 1 Pedro 4:16. Los seguidores de Jesucristo fueron llamados “Cristianos” primero en Antioquía debido a que su comportamiento, actividad y forma de hablar fueron como los de Cristo. (Hechos 11:26) Originalmente este término fue utilizado por la gente no salva en Antioquía (o sea los no creyentes) como un tipo de apodo despectivo, utilizado para burlarse de los Cristianos. Literalmente significa “perteneciente al partido de Cristo” o “partidario o seguidor de Cristo,” lo cual es muy similar a la manera en la que el Diccionario Webster lo define.
Desafortunadamente con el paso del tiempo, la palabra “Cristiano” ha perdido mucho de su significado y a menudo es utilizada para describir a alguien religioso o que tiene altos valores morales, en lugar de un verdadero seguidor de Jesucristo nacido de nuevo (ésta vez en el espíritu) como lo vemos en Juan 3:3. Mucha gente que no cree ni confía en Jesucristo, se considera cristiana simplemente porque asiste a la iglesia o vive en una nación “Cristiana.” Pero asistir a la iglesia, servir a aquellos menos afortunados que uno, o ser una buena persona, no lo hace a uno un cristiano. Bien dijo una vez un evangelista, “Asistir a la iglesia no hace a uno un Cristiano, al igual que ir a un garaje no hace a uno un automóvil.” Ser un miembro de una iglesia, asistir a los servicios regularmente, y dar para la obra de la iglesia, no pueden hacerle un cristiano.
La Biblia nos enseña que las buenas obras que hacemos no nos pueden hacer aceptables a Dios. Tito el capítulo 3 y versículo 5 nos dice que “Dios nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo.” De manera que, un cristiano es alguien que ha sido nacido de nuevo por Dios (espiritualmente hablando) y ha puesto su fe y confianza en Jesucristo. Esto lo vemos en Juan 3:3,7, y en 1 Pedro 1:23. En Efesios 2:8 leemos que “Por gracia somos salvos por medio de la fe y esto no procede de nosotros, sino que es un regalo, un don de Dios, no por obras, para que nadie se gloríe ni se jacte.” Un cristiano verdadero es alguien que se ha arrepentido de sus pecados y ha puesto su fe y confianza solamente en Jesucristo. Su confianza no está en seguir una religión, ni una serie de claves morales, ni una lista de cosas que uno debe o no debe hacer.
Un verdadero Cristiano es una persona que ha puesto su fe y confianza en la persona de Jesucristo, que reconoce que Él murió en la cruz como pago por todos los pecados personales de cada uno de nosotros y que resucitó al tercer día para obtener la victoria sobre la muerte, para dar la vida eterna a todos los que creamos en Él. Juan 1:12 nos dice: “Más a todos lo que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” Un verdadero cristiano es en verdad un hijo de Dios, una parte de la verdadera familia de Dios, y uno a quien le ha sido dado una nueva vida en Cristo. Por lo tanto Dios pone un deseo en el corazón del cristiano de cambiar totalmente su estilo de vida y le incentiva a llevar una vida santa y pura. La marca de un cristiano verdadero es demostrar amor hacia los demás y la obediencia a la Palabra de Dios. Esto lo vemos en las Sagradas Escrituras en 1 Juan 2:4 y en 1 Juan 2:10.
¿Ha hecho usted una decisión por Cristo, por lo que ha leído aquí? Si es así, por favor oprima la tecla “¡He aceptado a Cristo hoy!”
La clave para entender este punto es saber que la ley del Antiguo Testamento fue dada a la nación de Israel, no a los cristianos. Algunas de las leyes se hicieron para que los Israelitas supieran, cómo obedecer y agradar a Dios (por ejemplo los Diez Mandamientos), algunos de estos eran para mostrarles cómo adorar a Dios (el sistema de sacrificios), otros simplemente, para hacer a los Israelitas diferentes de otras naciones (las reglas de alimentación y vestimenta). Ninguna de las leyes del Antiguo Testamento se aplica a nosotros hoy. Cuando Jesús murió en la cruz, puso fin a la ley del Antiguo Testamento (Romanos 10:4; Gálatas 3:23-25: Efesios 2:15).
En lugar de estar bajo la Ley del Antiguo Testamento, estamos bajo la ley de Cristo (Gálatas 6:2) esto es “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:37-40) Si hacemos estas dos cosas, estaremos cumpliendo con todo lo que Cristo quiere que hagamos, “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1ª Juan 5:3). Técnicamente, aún los Diez Mandamientos no son aplicables a los cristianos. Sin embargo, nueve de los Diez Mandamientos están repetidos en el Nuevo Testamento (todos, excepto el mandamiento de observar el Día de Reposo). Obviamente, si estamos amando a Dios, no estaremos adorando a otros dioses o adorando a ídolos. Si estamos amando a nuestros vecinos, no estaremos asesinándolos, mintiéndoles, cometiendo adulterio contra ellos, o codiciando lo que les pertenece. De manera que, no estamos bajo los requerimientos de la ley del Antiguo Testamento. Debemos amar a Dios y a nuestros vecinos. Si hacemos aquellas dos cosas fielmente, todo lo demás va a estar en su lugar.
Hay dos claves para conocer la voluntad de Dios en una situación dada (1) Asegurarse que lo que está pidiendo o considerando hacer, no sea algo que la Biblia lo prohíbe. (2) Asegurarse que lo que está pidiendo o considerando hacer, va a glorificar a Dios, y va a ayudarlo a usted a crecer espiritualmente. Si estas dos cosas son ciertas, y Dios todavía no le ha dado lo que le está pidiendo – entonces es probable que no sea la voluntad de Dios que usted obtenga lo que está pidiendo. O tal vez, usted simplemente necesita esperar un poco más de tiempo para recibirlo. Algunas veces, conocer la voluntad de Dios es difícil. La gente quiere que Dios básicamente les diga qué hacer – dónde trabajar, dónde vivir, con quién casarse, etc. Romanos 12:2 nos dice, “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”
Dios raramente da a la gente esa información directa y específica. Dios nos permite hacer decisiones referentes a aquellas cosas. La única decisión que Dios no quiere que hagamos es pecar o resistirse a Su voluntad. Dios quiere que tomemos decisiones que estén de acuerdo con Su voluntad. De manera que, ¿cómo saber cuál es la voluntad de Dios para usted? Si usted está caminando cerca del Señor, y deseando de verdad Su voluntad para su vida – Dios va a colocar Sus propios deseos en su corazón. La clave es desear la voluntad de Dios, no la suya propia. “Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón” (Salmos 37:4) Si la Biblia no habla en contra de sus peticiones, y si éstas genuinamente pueden beneficiarle espiritualmente – entonces la Biblia le da “permiso” para tomar decisiones y seguir a su corazón.
La Biblia habla de los recursos que tenemos para vencer nuestra pecaminosidad:
(1) El Espíritu Santo – El Espíritu Santo es un don que Dios nos ha dado (a Su iglesia) para ser victoriosos en el vivir cristiano. En Gálatas 5:16-25, Dios hace un contraste entre las acciones de la carne y el fruto del Espíritu. En ese pasaje, somos llamados a caminar en el Espíritu. Todos los creyentes ya poseen el Espíritu Santo, pero este pasaje nos dice que necesitamos caminar en el Espíritu, dejando bajo Su control nuestra voluntad. Esto significa que deberíamos llevar a la práctica lo que el Espíritu Santo nos induce a hacer en nuestras vidas, en lugar de seguir los deseos de la carne.
La diferencia que el Espíritu Santo puede hacer en la vida del creyente se demuestra en la vida de Pedro, quien antes de ser lleno del Espíritu Santo, negó a Jesús tres veces, habiendo dicho antes que seguiría a Cristo hasta la muerte. Una vez lleno del Espíritu, Pedro habló del Salvador a los judíos en Pentecostés de manera fuerte y abierta.
Uno camina en el Espíritu tratando de no bloquear lo que él mismo nos induce a hacer (“sin apagar al Espíritu” como dice en 1ª Tesalonicenses 5:19) y buscar más bien, ser lleno del Espíritu (Efesios 5:18-21). ¿Cómo se llena uno del Espíritu Santo? Primero, es elección de Dios igual que lo era en el Antiguo Testamento. Dios elegía a individuos específicos en el Antiguo Testamento para llenar a estos individuos que él escogía para llevar a cabo una obra que él los quería hacer (Génesis 41:38; Éxodo 31:3; Números 24:2; 1ª Samuel 10:10; etc.) En Efesios 5:18-21 y Colosenses 3:16, hay evidencia de que Dios escoge llenar a aquellos que se están llenando de la Palabra de Dios. De manera que eso nos lleva a nuestro siguiente recurso.
(2) La Palabra de Dios, la Biblia – 2ª Timoteo 3:16-17 dice que Dios nos ha dado Su Palabra para equiparnos para cada buena obra. Esto nos enseña cómo vivir y qué creer, nos revela cuando hemos escogido senderos erróneos, nos ayuda a regresar al sendero correcto, y nos ayuda a permanecer en ese sendero. Como nos comparte Hebreos 4:12, la Palabra es viva y eficaz, y capaz de penetrar en nuestros corazones, para arrancar los problemas más profundos que humanamente hablando no se pueden vencer. El salmista habla acerca de este poder que puede cambiar vidas en Salmos 119:9, 11, 105 y otros versículos. A Josué se le dijo que la clave del éxito para vencer a sus enemigos (una analogía para nuestra batalla espiritual) no era olvidar este recurso, sino más bien meditar en la Palabra día y noche, de manera que pudiera cumplirlo. Él lo hizo, aún cuando lo que Dios le ordenó no tenía sentido militar, y esta fue la clave para su victoria en Su lucha por obtener la Tierra Prometida.
Este comúnmente es un recurso que lo tratamos de manera trivial. Damos prueba de ello al llevar nuestras Biblias a la iglesia o leer el devocionario diario o un capítulo diario, pero fallamos en memorizarla, en meditar en ella, en buscar la aplicación para nuestras vidas, en confesar los pecados que nos revela, en adorar a Dios por los dones que revela habernos dado. A menudo nos volvemos, o anoréxicos o bulímicos cuando se trata de la Biblia. Al alimentarnos de la Palabra, aspiramos lo suficiente como para mantenernos vivos espiritualmente, pero lo hacemos solamente cuando vamos a la iglesia (pero nunca ingerimos lo suficiente para ser cristianos saludables y prósperos); o a menudo nos alimentamos, pero nunca meditamos el tiempo suficiente, como para obtener de ella una nutrición espiritual.
Si usted no ha hecho un hábito de estudiar la Palabra de Dios sobre una base diaria de una manera significativa, y de memorizarla mientras pasa a través de los pasajes que el Espíritu Santo deja grabado en su corazón, es importante que desde ya comience a hacer de ello un hábito. También le sugiero comenzar un diario (puede ser en el computador si usted puede tipiar más rápido que escribir) o en un cuaderno espiral, etc. Tenga como un hábito no dejar la Palabra de Dios hasta que haya escrito algo que lo beneficie. A menudo, yo anoto oraciones que hago a Dios, pidiéndole que me ayude a cambiar en las áreas en las que El también me ha pedido hacer. ¡La Biblia es la herramienta que utiliza el Espíritu en nuestras vidas y en las vidas de otros (Efesios 6:17), una parte indispensable y primordial de la armadura que Dios nos da, para pelear nuestras batallas espirituales (Efesios 6:12-18)!
(3) La oración – Este es otro recurso esencial que Dios ha dado. Nuevamente, este es un recurso que los cristianos mencionan pero no lo ponen en práctica, le dan un uso muy pobre. Tenemos reuniones de oración, tiempos de oración, etc., pero no encontramos el uso que le daba a ella la iglesia de la antigüedad, como puede ver en estos ejemplos en Hechos 3:1; 4:31; 6:6; 13:1-3, etc. Pablo repetidamente menciona cómo oró por aquellos a quienes ministró. Nosotros tampoco utilizamos de la manera correcta este gran recurso que está a nuestra disposición. Pero Dios nos ha dado promesas maravillosas concernientes a la oración (Mateo 7:7-11; Lucas 18:1-8; Juan 6:23-27; 1ª Juan 5:14-15, etc.). ¡Y nuevamente Pablo incluye esto, en su pasaje referente a cómo prepararse para la batalla espiritual (Efesios 6:18)!
¿Cuán importante es esto? Al observar nuevamente a Pedro, se puede ver palabras de Cristo para él en el Huerto de Getsemaní antes de que lo negara. Ahí, mientras Jesús está orando, Pedro está durmiendo. Jesús lo despierta y dice, “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:41). Usted, como Pedro, quiere hacer lo que es correcto, pero no encuentra la fortaleza. Necesitamos seguir la recomendación de Dios de mantenernos buscando, llamando, pidiendo… y El va a darnos la fortaleza que necesitamos (Mateo 7:7). Pero necesitamos no solamente mencionar, sino poner en práctica este recurso.
No estoy diciendo que la oración es mágica. No lo es. Dios es formidable. La oración es simplemente reconocer nuestras propias limitaciones, y el poder inagotable de Dios, y volvernos a El por esa fuerza, para hacer lo que EL quiere que hagamos (no lo que NOSOTROS queremos hacer) (1ª Juan 5:14-15).
(4) La Iglesia - Nuevamente, este último recurso es uno que tendemos a ignorar. Cuando Jesús envió a Sus discípulos, los envió de dos en dos (Mateo 10:1). Cuando leemos acerca de los viajes misioneros en el libro de los Hechos, vemos que no salía un misionero a la vez, sino en grupos de dos o más. Jesús dijo que donde están dos o tres congregados en Su nombre, allí está El en medio de ellos (Mateo 18:20). El nos manda a no dejar de congregarnos como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras (Hebreos 10:24-25). El nos manda confesar nuestras ofensas unos a otros (Santiago 5:16). En la literatura acertada del Antiguo Testamento, se nos dice que hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo (Proverbios 27:17) “Cordón de tres dobleces no se rompe pronto”. Hay fortaleza en el número (Eclesiastés 4:11-12).
Hay hermanos y hermanas en Cristo, que se comunican a través del teléfono o en persona, y comparten su caminar cristiano, sus luchas, sus problemas, etc., se comprometen a orar unos por otros, y son responsables de sostenerse unos a otros para aplicar la Palabra de Dios en sus relaciones, etc.
Algunas veces los cambios vienen rápidamente en unas áreas, y lentamente en otras. Pero Dios nos ha prometido, que mientras hacemos uso de sus recursos, El VA a producir cambios en nuestras vidas. ¡Persevere sabiendo que El es fiel a Sus promesas!
Diezmar es un asunto con el que muchos cristianos luchan. En muchas iglesias ponen demasiado énfasis en diezmar. Al mismo tiempo, muchos cristianos rehúsan someterse a la exhortación bíblica tocante a ofrendar al Señor. Diezmar / ofrendar intenta ser un gozo, una bendición. Tristemente, casi nunca es ese el caso en la iglesia de hoy.
Diezmar es un concepto del Antiguo Testamento. El diezmo era un requisito de la ley en la cual todos los Israelitas ofrendaban al tabernáculo / templo el 10% de todo lo que ganaban y hacían crecer (Levítico 27:30; Números 18:26; Deuteronomio 14:23; 2ª Crónicas 31:5). Algunos toman al diezmo del Antiguo Testamento como un método de imposición de tributos para suplir las necesidades de los sacerdotes y los Levitas del sistema Mosaico. El Nuevo Testamento en ninguna parte ordena, o aún recomienda que los cristianos se sometan a un sistema legalista de diezmar. Pablo declara que los creyentes deberían apartar una porción de sus ingresos a fin de dar soporte a la iglesia (1 Corintios 16:1-2).
El Nuevo Testamento en ningún lugar señala un cierto porcentaje de ingreso que se deba apartar, solamente dice que ponga aparte algo “según haya prosperado” (1ª Corintios 16:2). La iglesia cristiana básicamente ha tomado la figura del 10% del diezmo del Antiguo Testamento, y la ha aplicado como un “mínimo recomendado” para los cristianos en su ofrendar.
Sin embargo, los cristianos no deberían sentirse obligados a diezmar siempre. Deben dar de acuerdo a su capacidad, “según hayan prosperado”. Algunas veces eso significa dar más que un diezmo, otras veces puede significar dar menos. Todo depende de los recursos del cristiano y de las necesidades de la iglesia. Cada cristiano debería orar diligentemente y buscar la sabiduría de Dios acerca de participar en el diezmo y de cuánto debería ofrendar (Santiago 1:5). “Cada uno de como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7).
El crecimiento espiritual es el proceso de volverse más y más como Jesucristo. Cuando ponemos nuestra fe en Jesús, el Espíritu Santo comienza el proceso de hacernos más como Jesús, conformándonos a Su imagen. El crecimiento espiritual quizá está mejor descrito en 2 Pedro 1:3-8, donde se nos dice que mediante el poder de Dios: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de Aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro señor Jesucristo.”
En Gálatas 5:19-23 encontramos dos listas. En Gálatas 5:19-21 están enlistados los “hechos de la carne” Estas son cosas con las cuales se identificaban nuestras vidas antes de confiar en Cristo para salvación. Los hechos de la carne son las actividades que debemos confesar, arrepentirnos y con la ayuda de Dios, vencerlas. Mientras experimentamos el crecimiento espiritual, los “hechos de la carne” serán cada vez menos y menos evidentes en nuestras vidas. La segunda lista es “el fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22-23). Esto es por lo que nuestras vidas deben ser identificadas, ahora que hemos experimentado la salvación en Jesucristo. El crecimiento espiritual se identifica por el evidente crecimiento del fruto del Espíritu en la vida del creyente.
Cuando tiene lugar la transformación de la salvación, se inicia el crecimiento espiritual. El Espíritu Santo mora en nosotros (Juan 14:16-17). Somos nuevas criaturas en Cristo (2 Corintios 5:17). La antigua naturaleza es reemplazada con una nueva (Romanos capítulos 6-7). El crecimiento espiritual es un proceso de toda la vida que ocurre mientras estudiamos y aplicamos la Palabra de Dios (2 Timoteo 3:16-17), y andamos en el Espíritu (Gálatas 5:16-26). Al buscar el crecimiento espiritual, podemos orar a Dios, pidiéndole sabiduría en las áreas que Él desea que crezcamos espiritualmente. Podemos pedirle que nos ayude a aumentar nuestra fe y conocimiento de Él. Dios desea nuestro crecimiento espiritual. Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para experimentar este crecimiento espiritual. Con la ayuda del Espíritu Santo, podremos vencer más y más el pecado, avanzando con firmeza para llegar a parecernos cada vez más a nuestro Salvador, el Señor Jesucristo.
La Escritura no ordena que los cristianos ayunen. No es algo que Dios requiera o demande de los cristianos. Al mismo tiempo, la Biblia presenta el ayuno como algo que es bueno, beneficioso y esperado. El libro de Hechos registra el ayuno de creyentes antes de hacer decisiones importantes (Hechos 13:4; 14:23). El ayuno con frecuencia va ligado a la oración (Lucas 2:37; 5:33). Creemos casi siempre que el objetivo del ayuno es la falta de alimento. En cambio, el propósito del ayuno debe ser quitar tus ojos de las cosas de este mundo y concentrarte en Dios. El ayuno es una manera de demostrar a Dios, y a ti mismo, que tomas en serio tu relación con Él. El ayuno te ayuda a obtener una nueva perspectiva y una renovada confianza hacia Dios.
Aunque en la Escritura casi siempre el ayuno es la abstención de alimentos, existen otras maneras de ayunar. Cualquier cosa que puedas ceder temporalmente con el fin de concentrarte más en Dios, puede ser considerado como un ayuno (1 Corintios 7:1-5). El ayuno debe estar limitado a un tiempo determinado, especialmente cuando el ayuno es de comida. Los largos períodos de tiempo sin comer son dañinos para el cuerpo. La intención del ayuno no es castigar al cuerpo, sino el enfocarse en Dios. El ayuno tampoco debe ser considerado como un “método de dieta”. No ayunes para perder peso, sino para ganar una relación más profunda con Dios. Sí, todos pueden ayunar. Algunos pudieran no estar en condiciones para el ayuno alimenticio (por ejemplo los diabéticos), pero todos pueden abstenerse temporalmente de algo para concentrarse en Dios.
Al apartar nuestros ojos de las cosas de este mundo, podremos enfocarnos más en Cristo. El ayuno no es una forma de lograr que Dios haga lo que deseamos. El ayuno nos cambia a nosotros, no a Dios. El ayuno no es una manera de aparecer más espirituales que otros. El ayuno es para hacerse en un espíritu de humildad y una actitud gozosa. Mateo 6:16-18 declara, “Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.”
Cada cristiano tiene o un miembro de la familia, un amigo, un compañero de trabajo o un conocido que no es cristiano. Compartir el Evangelio con otros siempre es difícil. Compartir el Evangelio se vuelve aún más difícil cuando involucra a alguien cercano a nosotros. La Biblia nos dice que algunas personas se ofenderán ante el Evangelio (Lucas 12:51-53). Es especialmente difícil arriesgarse a ofender a alguien con quien tienes un contacto frecuente. Sin embargo, se nos ha ordenado compartir el Evangelio – no hay excusas para no hacerlo (Mateo 28:19-20; Hechos 1:8; 1 Pedro 3:15).
Así que, ¿cómo podemos evangelizar a nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo o conocidos? La cosa más importante que puedes hacer es orar por ellos. Ora para que Dios cambie sus corazones y abra sus ojos a la verdad del Evangelio (2 Corintios 4:4). Ora para que Dios los convenza de Su amor por ellos y su necesidad de salvación a través de Jesucristo (Juan 3:16). Ora por sabiduría para poder ministrarles a ellos (Santiago 1:5). Además de orar, también necesitas vivir la vida de un buen cristiano ante a ellos, para que puedan ver el cambio que Dios ha hecho en tu propia vida (1 Pedro 3:1-2). Como dijo una vez Francisco de Asís, “Predica el Evangelio todo el tiempo y cuando sea necesario, usa las palabras.”
Después de todo esto, debes estar gozoso y dispuesto a compartir el Evangelio - proclamar el mensaje de salvación a través de Jesucristo, a tus amigos y familiares (Romanos 10:9-10). Estar siempre preparado para hablar de tu fe (1 Pedro 3:15), haciéndolo con respeto y gentileza. Por último, debemos dejar la salvación de nuestros seres queridos a Dios. Es el poder y la gracia de Dios la que salva a la gente, no nuestros esfuerzos. Lo mejor y más importante que debemos hacer es; ¡orar por ellos, testificarles, y vivir la vida cristiana ante ellos!
Hay dos errores primarios cuando se habla de guerra espiritual: sobre-enfatizarla y subestimarla. Algunos culpan de cada pecado, cada conflicto y cada problema a los demonios que necesitan ser expulsados. Otros ignoran completamente la realidad espiritual, y el hecho de que la Biblia nos enseña que nuestras batallas son contra poderes espirituales. La clave para el éxito en la guerra espiritual es encontrar el balance bíblico. Algunas veces Jesús expulsó demonios de la gente, y algunas veces sanó a la gente sin mencionar lo demoníaco. El apóstol Pablo enseñó a los cristianos a librar batallas contra el pecado en ellos mismos (Romanos 6), y a librar batallas en contra del maligno (Efesios 6:10-18).
Efesios 6:10-12 declara, “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” Este pasaje nos enseña algunas verdades cruciales; (1) Sólo podemos estar fuertes en el poder del Señor, (2) Es la armadura de Dios la que nos protege, (3) Nuestra batalla es contra fuerzas espirituales de maldad en el mundo.
(1) Un poderoso ejemplo de esto es el arcángel Miguel en Judas verso 9. Miguel, como el más poderoso de todos los ángeles de Dios, no reprendió a Satanás en su propio poder, sino que dijo “El Señor te reprenda.” Apocalipsis 12:7-8 dice que en el final de los tiempos, Miguel derrotará a Satanás. Aún así, cuando se presentó su conflicto con Satanás, Miguel reprendió a Satanás en el nombre y autoridad de Dios, no en la suya propia. Es sólo a través de nuestra relación con Jesucristo que nosotros, como cristianos, tenemos alguna autoridad sobre Satanás y sus demonios. Es sólo en Su nombre que nuestra reprensión tiene algún poder.
(2) Efesios 6:13-18 nos da una descripción de la armadura espiritual que Dios nos da. Debemos estar firmes con (a) el cinturón de la verdad, (b) la coraza de justicia (c) el Evangelio de la paz, (d) el escudo de la fe, (e) el yelmo de la salvación, (f) la espada del Espíritu, y (g) orando en el Espíritu. ¿Qué es lo que estas piezas de la armadura espiritual representan para nosotros en la guerra espiritual? Debemos hablar la verdad contra las mentiras de Satanás. Debemos descansar en el hecho de que somos declarados justos por el sacrificio que Cristo hizo por nosotros. Debemos proclamar el Evangelio, sin importar cuánta resistencia recibamos. No debemos vacilar en nuestra fe, no importa cuán fuertemente seamos atacados. Nuestra defensa principal es la seguridad de que tenemos nuestra salvación, y el hecho de que las fuerzas espirituales no pueden quitárnosla. Nuestra arma ofensiva está en la Palabra de Dios, no en nuestras propias opiniones y sentimientos. Debemos seguir el ejemplo de Jesús en reconocer que algunas victorias espirituales sólo son posibles a través de la oración.
Jesús es nuestro mejor ejemplo para la guerra espiritual. Observa cómo Jesús manejó los ataques directos de Satanás: “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. Y vino a Él el tentador, y le dijo; Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Él respondió y dijo: Escrito está; No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra. Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios. Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares. Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás. El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían.” (Mateo 4:1-11) La mejor manera de combatir a Satanás es la manera que Jesús nos mostró y que fue citando la Escritura, porque el diablo no puede manejar la espada del Espíritu, la Palabra del Dios Viviente.
El mejor ejemplo de cómo no comprometerse en una guerra espiritual fueron los siete hijos de Esceva. “Pero algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo; Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo. Había siete hijos de un tal Esceva, judío, jefe de los sacerdotes, que hacían esto. Pero respondiendo el espíritu malo, dijo; A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois? Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando sobre ellos y dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y heridos.” (Hechos 19:13-16). ¿Cuál fue el problema? Los siete hijos de Esceva estaban usando el Nombre de Jesús. Eso no es suficiente. Los siete hijos de Esceva no tenían una relación con Jesús, por lo tanto sus palabras eran carentes de cualquier poder o autoridad. Los siete hijos de Esceva se estaban basando en una metodología. Ellos no se basaban en Jesús, y no estaban empleando la Palabra de Dios en su guerra espiritual. Como consecuencia, recibieron una humillante golpiza. Aprendamos de su mal ejemplo y manejemos las batallas espirituales como lo describe la Biblia.
En resumen, ¿cuáles son las claves para el éxito en la guerra espiritual? Primero, que nos apoyemos en el poder de Dios, no en el nuestro. Segundo, reprendamos en el Nombre de Jesús, no en el nuestro. Tercero, protegernos con toda la armadura de Dios. Cuarto, librar nuestras batallas con la espada del Espíritu – La Palabra de Dios. Por último, debemos recordar que aunque libramos batallas contra Satanás y sus demonios, no cada pecado o problema es un demonio que necesita ser reprendido. “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó” (Romanos 8:37).
Esta pregunta ha sido hecha por muchísima gente a través de todos los tiempos. Samuel escuchó la voz de Dios, pero no la reconoció hasta que fue instruido por Elí (1 Samuel 3:1-10). Gedeón tuvo una revelación física de Dios y aún así dudaba de lo que había escuchado, hasta el punto de pedir una señal, no una vez, sino tres veces (Jueces capítulo 6: 17-22 y 36-40). Cuando escuchamos la voz de Dios, ¿cómo sabemos que es Él quien habla? Primero que nada, nosotros tenemos algo que ni Gedeón ni Samuel tenían. Tenemos la Biblia completa, la inspirada Palabra de Dios para leerla, estudiarla y meditarla. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2 Timoteo 3:16-17) ¿Tienes una pregunta acerca de algún tópico o decisión en tu vida? Ve lo que dice la Biblia acerca de ello. Dios jamás te guiará o dirigirá contrariamente a lo que Él ha pensado o prometido en Su Palabra (Tito 1:2).
Segundo, al oír la voz de Dios, debemos reconocerla. Jesús dijo, “Mis ovejas oyen mi voz, y Yo las conozco, y me siguen” (Juan 10:27). Yo puedo relacionarme personalmente con este verso, excepto porque los animales involucrados son reses. Mi suegro tiene un pequeño rancho. Cada vez que vamos a visitarlo, puedo contar con que al menos una vez al día, salga con él para revisar el ganado. Mi suegro puede bajarse de la camioneta, llamar con algunas palabras amables, y pronto la camioneta se encuentra rodeada de vacas, esperando ansiosamente un bocado de paja. Pero si abro la portezuela de mi lado de la camioneta, se ocasiona una dispersión del ganado desde un lado del pastizal hasta el otro. Así que ¿cuál es la diferencia? El ganado está con mi suegro al menos una vez, o a veces dos o tres veces al día. Por su encuentro diario con quien las alimenta y las cuida, las vacas se sienten a gusto con él, y pueden inmediatamente reconocer a un extraño entre ellas. Si queremos conocer la voz de Dios, debemos pasar tiempo con Él diariamente.
Asegúrate de pasar un tiempo de calidad diariamente en oración, estudio de la Biblia, y quieta contemplación de Su Palabra. Mientras más tiempo pases en intimidad con Dios y Su Palabra, te será más fácil reconocer Su voz y Su guía en tu vida. Los empleados en el banco están entrenados para reconocer falsificaciones mediante el minucioso estudio de los billetes genuinos, así es fácil reconocer los falsos. Debemos estar tan familiarizados con la Palabra de Dios que Él ha hablado, que cuando Dios nos hable o nos guíe, sea claro que es Dios mismo. Dios nos habla para que podamos entender la verdad. Mientras que Dios puede y habla audiblemente a la gente, Él habla primeramente a través de Su Palabra; pero a veces también a través del Espíritu Santo a nuestras conciencias, a través de circunstancias, y a través de otras personas. Al aplicar lo que escuchamos a la verdad de las Escrituras, podemos aprender a reconocer Su voz.
Todos nos hemos hecho algo indebido, ofendido y pecado contra alguien en algún punto de nuestra vida. ¿Cómo debemos responder cuando ocurren tales ofensas? De acuerdo con la Biblia, debemos perdonar. Efesios 4:32 dice; “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” Igualmente Colosenses 3:13 declara, “…soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.” La clave en ambos pasajes de la Escritura es que debemos perdonar a otros, como Dios nos perdonó a nosotros. ¿Por qué perdonamos? ¡Porque nosotros hemos sido perdonados!
El perdón sería sencillo si sólo tuviéramos que concederlo a aquellos que lo piden con pena y arrepentimiento. La Biblia nos dice que debemos perdonar a aquellos que pecan contra nosotros, sin condiciones. El negar el sincero perdón a una persona, demuestra resentimiento, amargura y enojo – ninguna de los cuales deben ser las características de un cristiano. En el Padre Nuestro, le pedimos a Dios que “perdone nuestros pecados, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.” (Mateo 6:12). Jesús dijo en Mateo 6:14-15, “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.” A la luz de otras Escrituras que hablan del perdón de Dios, Mateo 6:14-15 es la que mejor explica que la gente que se niega a perdonar a otros, realmente no han experimentado el perdón de Dios en ellos mismos.
Siempre que fallamos, al desobedecer uno de los mandamientos de Dios, pecamos contra Él. Siempre que hacemos daño a otra persona, no sólo pecamos contra ella, sino también contra Dios. Cuando vemos la enorme misericordia de Dios al perdonarnos TODAS nuestras transgresiones, nos damos cuenta de que no tenemos derecho a retener esta gracia para con otros. Hemos pecado infinitamente más contra Dios que lo que cualquier persona pueda pecar contra nosotros. Si Dios nos perdona tanto, ¿cómo podemos rehusar perdonar a otros tan poco? La parábola de Jesús en Mateo 18:23-35 es una poderosa ilustración de esta verdad. Dios promete que cuando venimos a Él, pidiéndole perdón, Él nos lo concede gratuitamente (1 Juan 1:9). El perdón que otorguemos no debe tener límites, de la misma manera que el perdón de Dios es ilimitado (Lucas 17:3-4).
El apóstol Pablo escribió: “Habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos Suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de Su voluntad, para alabanza de la gloria de Su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por Su sangre, el perdón de pecados, según las riquezas de Su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia.” (Efesios 1:5-8). Esto se refiere a la salvación, donde Dios ha tomado nuestros pecados y los ha quitado de nosotros “Cuanto está lejos el oriente del occidente…” (Salmo 103:12). Este es el perdón judicial que Dios nos da al recibir a Su Hijo Jesucristo. Todos los pecados pasados, presentes, y futuros son perdonados sobre bases judiciales, significando que no sufriremos el castigo eterno por nuestros pecados. Sin embargo, aún sufrimos las consecuencias del pecado mientras estamos aquí en la tierra, lo cual nos lleva a la pregunta.
La diferencia entre este pasaje y el verso en 1 Juan, es que Juan está hablando de lo que llamamos el perdón “familiar”—como el que hay entre un padre y un hijo. Por ejemplo, si le haces algo malo a tu padre—no cumpliendo con sus expectativas o reglas—tu relación se afecta, pero aún eres su hijo. La relación se ve afectada hasta que tú admitas ante tu padre, que hiciste mal. Lo mismo sucede con Dios; tu relación con Él se daña, hasta que tú confiesas ese pecado. Entonces la relación es restaurada. Este es el perdón “relacional.”
El perdón “posicional” es aquel que es obtenido por cada creyente en Cristo. En nuestra posición como miembros del Cuerpo de Cristo, hemos sido perdonados de cada pecado que hayamos cometido o que cometeremos. El precio pagado por Cristo en la cruz, ha satisfecho la ira de Dios contra el pecado, y ya no es necesario ningún otro pago o sacrificio. Cuando Jesús dijo, “Consumado es,” Él realmente quiso decir eso. Nuestro perdón posicional fue obtenido ahí y en ese momento.
La confesión de los pecados, de acuerdo a 1 Juan 1:9, nos ayudará a evitar la disciplina del Señor. Si dejamos ese pecado sin confesar, es seguro que vendrá la disciplina del Señor, hasta que lo confesemos. Como lo dijimos anteriormente, nuestros pecados son perdonados en la salvación (perdón posicional), pero nuestra relación con el Señor, basada en la vida cotidiana, necesita mantenerse en buen estado, lo cual no sucederá si hay un pecado inconfesado en nuestras vidas (perdón relacional). Por lo tanto, necesitamos confesar nuestros pecados en cuanto ocurren, para mantener una correcta relación con Dios.
La frase “toda la armadura de Dios” viene de un pasaje en el Nuevo Testamento: “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.” (Efesios 6:13-17).
Efesios 6:12 indica claramente que el conflicto con Satanás es espiritual, y por lo tanto ninguna arma material puede ser empleada con efectividad contra él y sus demonios. No se nos da una lista de tácticas específicas que él usará. Sin embargo, el pasaje es muy claro en que cuando seguimos fielmente todas las instrucciones, podremos permanecer firmes y obtendremos la victoria, a pesar de sus ofensivas.
El primer elemento de nuestra armadura es la verdad (vs. 14). Esto es fácil de entender, puesto que Jesús dice que Satanás es “el padre de la mentira.” (Juan 8:44). Es muy sorprendente la lista de las cosas que Dios considera como abominaciones. Una “lengua mentirosa” es una de las cosas que Él describe como “aborrecibles para Él” (Proverbios 6:16-17). Él establece claramente que ningún mentiroso será admitido en el cielo (Apocalipsis 22:14-15). Por lo tanto, somos exhortados a basarnos solo en la verdad, para nuestra santificación y liberación, y para beneficio de aquellos ante quienes somos testigos.
También en el vs. 14 se nos dice que nos vistamos con la coraza de justicia. Una coraza debía proteger al guerrero de una herida fatal en el corazón y otros órganos vitales. Esta justicia no se refiere a las obras de justicia hechas por los hombres—aunque éstas ciertamente son una buena cobertura de protección, cuando las usamos contra los reproches y acusaciones que sufrimos a manos del enemigo. Sino más bien, se trata de la justicia de Cristo, imputada a nosotros por Dios y recibida por fe, la cual guarda nuestros corazones contra las acusaciones y cargos de Satanás, y protege nuestro ser interior de sus ataques.
El verso 15 habla de la preparación de los pies para el conflicto espiritual. El soldado moderno necesita prestar particular atención a sus pies, tanto como lo hacía el soldado en la antigüedad, donde algunas veces el enemigo ponía peligrosos obstáculos en el camino de avanzada de los soldados. Esto se parecía mucho a las minas de hoy. También la enfermedad puede dañar los pies de un soldado que carezca del calzado apropiado. La idea de la preparación con el evangelio de la paz, sugiere que necesitamos avanzar dentro del territorio de Satanás con el mensaje de gracia tan esencial para ganar almas para Cristo. Satanás tiene muchos obstáculos colocados en el camino, para detener la propagación del evangelio.
El escudo de la fe, del que habla el vs. 16, hace inefectivo el ataque de Satanás de sembrar dudas respecto a la fidelidad de Dios y Su Palabra. Nuestra fe –de la que Cristo es el autor y consumador (Hebreos 12:2)—es como un escudo de oro, precioso, sólido y substancial; como el escudo de poderosos guerreros, por el cual grandes cosas son logradas, y por medio del cual, el creyente no sólo repele, sino conquista al enemigo.
El yelmo del vs. 17 que cubre la cabeza, es, nuevamente para mantener protegida la parte más crítica del cuerpo. Podríamos decir que nuestra manera de pensar necesita ser preservada. La cabeza del soldado estaba entre las partes más importantes por proteger, ya que sobre ella podían descargar los golpes más mortales, y es la cabeza la que ordena sobre todo el cuerpo. La cabeza es el asiento de la mente, la cual, cuando ha sido guardada por la segura “esperanza” del Evangelio para la vida eterna, no recibirá falsa doctrina, o dará lugar a las desesperantes tentaciones de Satanás. La persona no salva, carece de la esperanza de protección contra los embates de la falsa doctrina, porque su mente es incapaz de discernir entre lo verdadero y lo falso.
El verso 17 se interpreta a sí mismo, respecto al significado de la espada del Espíritu. Mientras que todo lo demás es de naturaleza defensiva, aquí está la única arma ofensiva en la armadura de Dios. Habla de la santidad y el poder de la Palabra de Dios. No es concebible un arma espiritual más grande que ésta. En las tentaciones de Jesús en el desierto, la Palabra de Dios fue siempre Su poderosa respuesta a Satanás. ¡Qué bendición es, que esa misma Palabra esté a nuestra disposición!
Orar en el Espíritu (esto es con la mente de Cristo, con Su corazón y Sus prioridades), como en el vs. 18, es la culminación de lo que involucra armarnos a nosotros mismos, vistiendo toda la mencionada armadura de Dios. Es significativo que este pasaje de la Escritura es esencial en las prioridades del ministerio, remarcado a través de las epístolas de Pablo; él sostiene que la oración es el elemento más esencial para alcanzar la victoria y madurez espiritual. Cuán sinceramente la solicita también para él mismo (vs. 19-20).
¿Puede un verdadero cristiano ser carnal? Para responder a esta pregunta, primeramente definamos lo que es el término “carnal.” La palabra “carnal” es la traducción de la palabra griega “sarkikos,” lo que literalmente significa “corpóreo.” Esta descriptiva palabra es vista en el contexto de los cristianos en 1 Corintios 3:1-3. En este pasaje, el apóstol Pablo se está dirigiendo a los lectores como “hermanos”, un término que Pablo usa casi exclusivamente para referirse a otros cristianos, y luego prosigue a describirlos como “carnales.” Por tanto, podemos concluir que los cristianos pueden ser carnales. La Biblia es absolutamente clara, en que nadie está libre de pecado (1 Juan 1:8). Cada vez que pecamos, actuamos carnalmente.
La clave para entenderlo es que, mientras que un cristiano puede ser carnal por algún tiempo, un verdadero cristiano no permanecerá siéndolo de por vida. Algunos han abusado de la idea de un “cristiano carnal”, diciendo que es posible que la gente venga a la fe en Cristo y luego prosigan viviendo sus vidas de manera totalmente carnal, sin evidencia alguna de haber “nacido de nuevo” o de ser una “nueva criatura.” (2 Corintios 5:17). Tal concepto es totalmente anti-bíblico. Santiago 2 es abundantemente claro al exponer que la fe genuina siempre se reflejará en las obras. Efesios 2:8-10 dice que mientras que somos salvados solo por gracia a través de la fe solamente, la salvación resultará en buenas obras. ¿Puede un cristiano, en un tiempo de caída o rebelión, parecer un creyente carnal? Sí. ¿Un cristiano verdadero, permanecerá actuando carnalmente? No.
Puesto que en la Escritura la seguridad eterna es un hecho, aún el cristiano carnal será salvo. La salvación no puede perderse, porque la salvación es un regalo de Dios que Él no retirará (ver Juan 10:28; Romanos 8:37-39; 1 Juan 5:13). En 1 Corintios 3:15, aún al cristiano carnal se le asegura la salvación: “Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego.” Con frecuencia, la pregunta no es si la persona ha perdido su salvación, sino más bien si la persona era verdaderamente salva en primer lugar (1 Juan 2:19).
En cuanto a los cristianos que se vuelven carnales en su comportamiento, Dios los disciplina amorosamente (Hebreos 12:5-11), para que puedan ser restaurados a una estrecha comunión con Él, y para ser enseñados a obedecerle. El deseo de Dios al salvarnos, es que crezcamos progresivamente hacia una semejanza a la imagen de Cristo (Romanos 12:1-2), incrementando nuestra espiritualidad y decreciendo nuestra carnalidad, un proceso conocido como santificación. Hasta que seamos liberados de nuestra carne de pecado, existirán los brotes de carnalidad. Sin embargo, para el genuino creyente en Cristo, estos brotes de carnalidad serán la excepción, y no la regla.
Tal vez ninguna acusación sea más provocativa que la de “hipócrita.” Desafortunadamente, algunos se sienten justificados en su opinión de que todos los cristianos son hipócritas. El término “hipócrita” goza de una rica herencia en el lenguaje. El término nos llega del latín hypocrisis que significa “actuar, pretender.” En el pasado, la palabra la encontramos tanto en el griego clásico, como en el Nuevo Testamento griego, adjudicándole virtualmente la misma idea – actuar, pretender.
Esta es la manera en que el Señor Jesús empleaba el término. Por ejemplo, cuando Cristo enseñaba el significado de la oración, el ayuno, y dar limosna para la gente, Él nos disuadía de seguir el ejemplo de aquellos que actuaban con hipocresía (Mateo 6:2, 5, 16). Al hacer públicamente largas oraciones, empleando medidas extremas para asegurarse de que otros notaran sus ayunos y anunciando sus ofrendas para el Templo y los pobres, ellos revelaban sólo una relación superficial y aparente con el Señor. Mientras que los fariseos representaban bien sus roles dramáticos como ejemplos públicos de la virtud religiosa, ellos fallaban miserablemente en el mundo interno del corazón donde residían las virtudes judeo-cristianas. (Mateo 23:13-33; Marcos 7:20-23).
Jesús nunca llamó hipócritas a Sus discípulos. Ese nombre sólo era dado a los fanáticos religiosos mal orientados. Más bien Él llamaba a los Suyos sus “seguidores,” Sus “hijos,” Sus “ovejas,” y Su “iglesia.” Adicionalmente, hay una advertencia en el Nuevo Testamento acerca del pecado de la hipocresía (1 Pedro 2:1), al cual Pedro le llama por su nombre. También están registrados en la iglesia, dos evidentes ejemplos de hipocresía. En Hechos 5:1-10, dos discípulos son expuestos por pretender ser más generosos de lo que en realidad eran. La consecuencia no fue agradable. Y, de toda la gente, Pedro es acusado de dirigir un grupo de hipócritas en su trato con los creyentes gentiles (Gálatas 2:13).
De la enseñanza del Nuevo Testamento, entonces, podemos sacar al menos dos conclusiones. Primero, existe hipocresía entre los que profesan ser cristianos. Ellos estaban presentes en el principio y, como se expone en la parábola de Jesús sobre el trigo y la cizaña, éstos ciertamente existirán hasta el fin de los tiempos (Mateo 13:18-30). Adicionalmente, si aún un apóstol puede ser culpable de hipocresía, no hay razón para creer que los cristianos “ordinarios” están exentos de ella. Debemos estar siempre en guardia, para que no caigamos en esta misma tentación (1 Corintios 10:12).
Desde luego, no todo el que clama ser cristiano lo es verdaderamente. Quizá todos o la mayor parte de los hipócritas famosos entre los cristianos, eran realmente farsantes y embusteros. Hasta la fecha, prominentes líderes cristianos han caído en pecados terribles. A veces parecen inundar la comunidad cristiana con escándalos sexuales y financieros. Sin embargo, en vez de tomar las acciones de unos pocos y usarlas para denigrar a toda la comunidad cristiana, es necesario preguntarse si aquellos que claman ser cristianos, y sin embargo demuestran ser sólo hipócritas, son realmente cristianos. Numerosos pasajes bíblicos confirman que aquellos que realmente pertenecen a Cristo, mostrarán en sus vidas el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23). La parábola de Jesús sobre el sembrador y la semilla en Mateo 13, expone claramente que no todos los que profesan la fe en Él son genuinos. Tristemente, muchos que dicen pertenecerle a Él, un día quedarán estupefactos al escuchar al Señor decirles, “Nunca os conocí; apartaos de Mí, hacedores de maldad.”
En segundo lugar, mientras que no debe sorprendernos que la gente que pretende ser más santa de lo que es, clamen ser cristianos; tampoco podemos concluir que la iglesia esté formada enteramente por hipócritas. Uno debe concluir que seguramente todos los que invocamos el nombre de Jesucristo, permanecemos siendo pecadores, aún cuando nuestro pecado haya sido perdonado. Esto es, aún cuando hayamos sido salvados del castigo eterno por el pecado (Romanos 5:1; 6:23), todavía debemos ser salvados y liberados de la presencia del pecado en nuestras vidas (1 Juan 1:8-9), incluyendo el pecado de hipocresía. A través de nuestra fe viva en el Señor Jesús, estamos venciendo continuamente el poder del pecado, hasta que seamos finalmente liberados de él. (1 Juan 5:4-5).
Todos los cristianos fallamos en tener una vida a la altura de los estándares enseñados en la Biblia. Ningún cristiano ha tenido jamás una perfección semejante a la de Cristo. Sin embargo, hay MUCHOS cristianos quienes buscan genuinamente vivir la vida cristiana y están confiando más y más en que el Espíritu Santo los redarguya, los cambie y les dé el poder para hacerlo. Ha habido multitudes de cristianos que han vivido sus vidas libres del escándalo. Ningún cristiano es perfecto, pero el cometer errores o fallar en alcanzar la perfección en esta vida, no es lo mismo que ser un hipócrita.
Los períodos de tristeza y depresión pueden entrar aún en la vida de los más devotos cristianos. Vemos muchos ejemplos de esto en la Biblia. Job deseaba que nunca hubiera nacido (Job 3:11). David oraba para que fuera llevado a un lugar donde no tuviera que lidiar con la realidad (Salmo 55:6-8). Elías, aún después de vencer a los 450 profetas de Baal pidiendo que bajara fuego del cielo (1 Reyes 18:16-46), huyó al desierto y le pidió a Dios que le quitara la vida (1 Reyes 19:3-5).
Así que, ¿cómo podemos superar estos períodos de ausencia de gozo? Podemos ver cómo estos mismos personajes superaron sus momentos de depresión. Job dijo que, si oramos y recordamos nuestras bendiciones, Dios nos restaurará el gozo y la justicia (Job 33:26). David escribió que el estudio de la Palabra de Dios alegra el corazón (Salmo 19:8). David también descubrió, que era necesario alabar a Dios aún en medio de la desesperación (Salmo 42:5). En el caso de Elías, Dios lo dejó descansar por un tiempo y después envió a un hombre, Eliseo, para atenderlo (1 Reyes 19:19-21). Nosotros en la actualidad aún necesitamos amigos con quienes podamos compartir nuestras heridas y penas (Eclesiastés 4:9-12). Trata de compartir cómo te sientes con algún hermano en Cristo en quien tú confíes. Puede sorprenderte descubrir que él también ha estado batallando con algunas de las mismas cosas por las que estás pasando ahora.
Lo más importante es que, al morar inevitablemente dentro de nosotros nuestros problemas, nuestras heridas y especialmente nuestro pasado, éstos jamás producirán un verdadero gozo espiritual. El gozo no se encuentra en el materialismo, ni se encuentra en la psicoterapia, y ciertamente tampoco se encuentra en la obsesión con nosotros mismos. Se encuentra en Cristo. Los que pertenecemos al Señor “… nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne.” (Filipenses 3:3). El conocer a Cristo es llegar a tener un sentido adecuado de nosotros mismos, y un verdadero espiritualismo interior en Cristo, haciendo imposible el gloriarnos en nosotros mismos, en nuestra sabiduría, fortaleza, riquezas, o bondad, sino en Cristo, en Su sabiduría y fortaleza, en Sus riquezas y bondad, y en Su Persona solamente. Sumérgete en Él, en Su Palabra, y busca conocerlo más íntimamente. Si le permanecemos, Él ha prometido que “nuestro gozo será cumplido” (Juan 15:1-11).
Finalmente, recuerda que es sólo a través del Espíritu Santo de Dios, que podemos encontrar el gozo verdadero (Salmo 51:11-12; Gálatas 5:22; 1 Tesalonicenses 1:6). No podemos hacer nada, aparte del poder de Dios (2 Corintios 12:10, 13:4). En efecto, entre más tratemos de estar gozosos a través de nuestros propios recursos, más miserables podemos llegar a ser. Descansa en los brazos del Señor (Mateo 11:28-30) y busca Su rostro a través de la oración y la Escritura. “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo.” (Romanos 15:13)
Cuando una persona nace de nuevo, ésta recibe el Espíritu Santo, el cual sella al creyente para el día de la redención (Efesios 1:13; 4:30). Jesús prometió que el Espíritu Santo nos guiaría “a toda la verdad” (Juan 16:13). Parte de la verdad a la que el Espíritu nos guía, es a tomar las cosas de Dios y aplicarlas en nuestras vidas. Cuando se hace esta aplicación, el creyente entonces toma la decisión de permitir que el Espíritu Santo lo controle. La espiritualidad cristiana se basa en la medida en que el creyente nacido de nuevo, permita al Espíritu Santo dirigir y controlar su vida.
El apóstol Pablo dice que los creyentes deben ser “llenos” del Espíritu Santo. “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu.” (Efesios 5:18). La oración en este pasaje es continua, y por lo tanto significa “mantenerse lleno del Espíritu.” El ser llenos del Espíritu, es simplemente permitir que el Espíritu Santo nos controle, en vez de entregarnos a los deseos de nuestra propia naturaleza carnal. En el pasaje anterior, se hace esta comparación. Cuando alguien es controlado por el vino, se embriaga y manifiesta ciertas características, tales como un hablar incoherente, un caminar vacilante, e imposibilidad para tomar decisiones. Así como puedes decir cuando una persona está ebria por las características que exhibe, así un creyente nacido de nuevo que es controlado por el Espíritu Santo, también mostrará Sus características. Encontramos estas características en Gálatas 5:22-23, donde se les llama “el fruto del Espíritu.” Este es el carácter cristiano, producido por el trabajo del Espíritu en y a través del creyente. Este carácter no es producido por esfuerzo propio. Un creyente nacido de nuevo que es controlado por el Espíritu Santo, manifestará un hablar juicioso, un caminar espiritual consistente, y la toma de decisiones basadas en la Palabra de Dios.
Por lo tanto, la espiritualidad cristiana es una elección que hacemos de “conocer y crecer” en nuestra relación cotidiana con el Señor Jesucristo, mediante al sometimiento al ministerio del Espíritu Santo en nuestras vidas. Esto significa que como creyentes, debemos tomar la decisión de mantener clara nuestra comunicación con el Espíritu, a través de la confesión (1 Juan 1:9). Cuando contristamos al Espíritu por el pecado (Efesios 4:30; 1 Juan 1:5-8), erigimos una barrera entre Dios y nosotros. Cuando nos sometemos al ministerio del Espíritu, nuestra relación no se apaga (1 Tesalonicenses 5:19). La espiritualidad cristiana es una consciencia de la comunión con el Espíritu de Cristo que no es interrumpida por la carnalidad y el pecado. Por lo tanto, un cristiano espiritual es un creyente nacido de nuevo, quien hace una consistente y continua elección de rendirse al ministerio del Espíritu Santo.
La disciplina del Señor es un hecho con frecuencia ignorado en la vida de los creyentes. Frecuentemente lamentamos nuestras circunstancias sin darnos cuenta de que éstas son las consecuencias de nuestro propio pecado, y que son parte de la gracia y amorosa disciplina del Señor por ese pecado. Esta ignorancia ego-centrista puede contribuir a la formación de hábitos pecaminosos en la vida del creyente, incurriendo entonces en la necesidad de una disciplina aún mayor.
La disciplina no debe confundirse con un castigo emanado de la dureza del corazón. La disciplina del Señor es una respuesta de Su amor por nosotros, y Su deseo para cada uno de nosotros es que seamos santos. “No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de Su corrección; porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere.” (Proverbios 3:11-12). Dios usará pruebas, sufrimientos, y varios predicamentos para traernos arrepentidos, de regreso a Él. El resultado de esta disciplina es una fe reforzada, y una relación con Dios renovada (Santiago 1:2-4), sin mencionar la destrucción del poder que ese pecado en particular tenía sobre ti.
Si continúa la falta de arrepentimiento, el hábito, o una pecaminosidad “severa,” con frecuencia requerirá de un trato más severo. No perderás las recompensas que ganaste mientras estabas en el mundo, pero podrías ¡no estar más en el mundo! Lee lo que dice 1 Corintios 10:6-10, 1 Corintios 11:28-30, 1 Juan 5:16-17 y el relato sobre Ananías y Safira en Hechos 5. En cada uno de estos casos, el pecado resultó en muerte. Esto es extremo, pero definitivamente es algo que debemos considerar, antes de acostumbrarnos al pecado.
La disciplina del Señor trabaja para nuestro propio bien, para que Él pueda ser glorificado en nuestras vidas. Él quiere que exhibamos vidas de santidad, vidas que reflejen la nueva naturaleza que Dios nos ha dado: “…como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como Aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque Yo soy santo.” (1 Pedro 1:14-16). Si pecamos sin arrepentirnos, podemos esperar el ser disciplinados. La penuria de la disciplina, sin embargo, es como la formación de un diamante en bruto, para que seamos refinados y fortalecidos. El ignorar la disciplina del Señor y continuar en pecado, llevará a más disciplina, mayor sufrimiento, y por último, aún la muerte.
La palabra “legalismo” no se encuentra en la Biblia. Es un término que usan los cristianos evangélicos para describir una posición doctrinal enfatizando un sistema de reglas y reglamentos, para alcanzar tanto la salvación como el crecimiento espiritual. Los legalistas creen que es necesaria la estricta adherencia literal a esas reglas y reglamentos. Doctrinalmente, es una posición esencialmente opuesta a la gracia. Aquellos que sostienen una postura legalista, pueden fallar aún en ver el propósito real de la ley, especialmente el propósito de la Ley de Moisés en el Antiguo Testamento, el cual es el ser nuestro “ayo” o “tutor” para traernos a Cristo. (Gálatas 3:24).
Respecto a nuestra disposición, el legalismo es lo opuesto a ser compasivo, y así, aún los creyentes pueden ser legalistas. En vez de eso, somos enseñados a ser misericordiosos unos con otros. “Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones.” (Romanos 14:1). Tristemente, existen aquellos que se sienten tan seguros acerca de su posición escatológica, que te excluirán de su círculo, antes de permitirte que expreses otra opinión. Eso, también, es legalismo. Muchos creyentes legalistas de hoy cometen el error de demandar solidaridad incondicional a sus propias interpretaciones bíblicas, y aún a sus propias tradiciones. Por ejemplo, hay aquellos que sienten que para ser espirituales, uno simplemente debe evitar el tabaco, las bebidas alcohólicas, los bailes y el cine, etc. La verdad es que el evitar esas cosas no es ninguna garantía de espiritualidad.
Para evitar caer en la trampa del legalismo, podemos comenzar por asirnos firmemente a las palabras del apóstol Juan, “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo…” (Juan 1:7), y recordar el ser misericordiosos, especialmente hacia nuestros hermanos y hermanas en Cristo. “¿Tú, quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme.” (Romanos 14:4). “Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo.” (Romanos 14:10).
Aquí es necesaria una palabra de precaución. Mientras que necesitamos ser misericordiosos unos con otros y tolerantes sobre desacuerdos y asuntos disputables, no podemos aceptar la herejía. Somos exhortados a contender por la fe que una vez nos fue confiada a los santos (Judas 1:3). Si recordamos estos lineamientos y los aplicamos en amor y misericordia, no caeremos ni en el legalismo ni en la herejía. “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. En esto conoced e Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios, y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene y que ahora ya está en el mundo.” (1 Juan 4:1-3).
Todos hemos pecado, y una de las consecuencias del pecado es la culpa. Podemos estar agradecidos por los sentimientos de culpa, porque éstos nos llevan a buscar el perdón. Al momento en que una persona se vuelve del pecado para poner su fe en Jesucristo, su pecado le es perdonado. El arrepentimiento es parte de la fe que conduce a la salvación (Mateo 3:2; 4:17; Hechos 3:19).
En Cristo, aún los pecados más viles son purificados (ver en 1 Corintios 6:9-11 la lista de hechos perversos que son perdonados). La salvación es por gracia, y la gracia perdona. Aún después de que una persona es salva, cometerá pecados. Cuando lo hace, Dios aún promete el perdón. “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.” (1 Juan 2:1).
La liberación del pecado, sin embargo, no siempre significa liberación de los sentimientos de culpa. Aún cuando nuestros pecados son perdonados, todavía los recordaremos. También, tenemos un enemigo espiritual llamado “el acusador de nuestros hermanos” en Apocalipsis 12:10, quien nos recuerda incesantemente nuestras fallas, faltas y pecados. Cuando un cristiano experimenta sentimientos de culpa, debe hacer lo siguiente:
1) Confesar todos los pecados conocidos y que no se hayan confesado. En algunos casos, los sentimientos de culpa son apropiados, porque la confesión es necesaria. Muchas veces, nos sentimos culpables ¡porque somos culpables! (Ver la descripción que hace David de la culpa y su solución en el Salmo 32:3-5).
2) Pedirle al Señor que le revele cualquier otro pecado que necesite ser confesado. Ten el valor de ser totalmente abierto y honesto ante el Señor. “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad.” (Salmo 139:23-24ª).
3) Confía en la promesa de Dios de que Él perdonará los pecados y quitará la culpa, basándose en la sangre de Cristo (1 Juan 1:9; Salmo 85:2; 86:5; Romanos 8:1).
4) En ocasiones, cuando surgen los sentimientos de culpa sobre pecados ya confesados y abandonados, rechaza tales sentimientos como una culpa falsa. El Señor ha sido fiel a Su promesa de perdonar. Lee y medita en el Salmo 103:8-12.
5) Pide al Señor que reprenda a Satanás, tu acusador, y ruégale que te restaure al gozo que procede de la libertad de la culpa.
El Salmo 32 es un estudio muy provechoso. Aunque David había pecado terriblemente, él encontró la libertad, tanto del pecado como de los sentimientos de culpa. Él lidió con la causa de la culpa, y la realidad del perdón. El Salmo 51 es otro buen pasaje para investigar. El énfasis aquí es la confesión del pecado, la manera en que David ruega a Dios con un corazón lleno de culpa y dolor. Los resultados son la restauración y el gozo.
Finalmente, si el pecado ha sido confesado, ha habido arrepentimiento genuino, y ha sido perdonado; entonces es tiempo de dejarlo atrás. Recuerda que nosotros que hemos venido a Cristo, hemos sido hechos nuevas criaturas en Él. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17). Parte de las cosas “viejas” que “pasaron” es el recuerdo de pecados pasados y la culpa que produjeron. Tristemente, algunos cristianos son propensos a sumergirse en los recuerdos de sus pecaminosas vidas pasadas, memorias que debían estar muertas y enterradas desde hace mucho. Esto no tiene sentido y es contrario a la vida cristiana victoriosa que Dios quiere para nosotros. Un dicho sabio dice, “Si Dios te ha salvado de una cloaca, no regreses a sumergirte y nadar en ella.”
La palabra “meditación” se encuentra en Salmo 5:1; 19:14, y otros. Un verso familiar en Salmo 19:14 dice, “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de Ti…” Él pide que sus palabras y pensamientos sean consistentes. Las palabras de la boca son una farsa si no están sustentadas por la meditación del corazón.
Contrario al pensamiento popular en algunos círculos, la meditación cristiana nada tiene que ver con ninguna práctica que involucre un misticismo oriental como su raíz o modelo. Tales prácticas incluyen lectio divina (lecturas divinas), meditación trascendental, y muchas formas de la llamada oración contemplativa. Éstas contienen en su núcleo una peligrosa premisa, de que podemos “escuchar la voz de Dios,” no a través de Su Palabra, sino a través de revelación extra-bíblica. Hay iglesias en la actualidad que están llenas de gente quienes creen que están escuchando una “palabra del Señor,” contradiciéndose con frecuencia unos a otros y causando interminables disputas y divisiones dentro del Cuerpo de Cristo. En ninguna parte de la Escritura se anima a los cristianos a buscar cualquier sabiduría más allá de la Biblia, la cual es “…inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2 Timoteo 3:16-17). Si la Biblia es suficiente para equiparnos totalmente para toda buena obra, ¿cómo podemos creer que necesitamos buscar una experiencia mística adicional a ésta?
Para el cristiano, la meditación debe ser únicamente sobre la Palabra de Dios, y lo que ella revela acerca de Él. David encontró que esto es así, y describe al hombre que es “bendecido,” como aquel que “…en la ley de Jehová está su delicia, en su ley medita de día y de noche.” (Salmo 1:1-2, énfasis añadido). La verdadera meditación cristiana es un proceso activo del pensamiento (pensando, resolviendo), donde nos entregamos al estudio de la Palabra, orando sobre ello, y pidiéndole a Dios que nos dé el entendimiento por el Espíritu, Quien habita en el corazón de cada creyente, y Quien ha prometido guiarnos “a toda la verdad” (Juan 16:13). Entonces ponemos esta verdad en práctica, sometiéndonos a ello (las Escrituras) como la regla para nuestra vida y práctica, mientras practicamos nuestras actividades cotidianas. Esto ocasiona el crecimiento y la madurez espiritual en las cosas de Dios, al ser enseñados por el Espíritu Santo.
De acuerdo a 2 Corintios 5:17, “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” Hay dos palabras griegas que son traducidas como “nuevo” en la Biblia. La primera, neos se refiere a algo que acaba de ser hecho, pero que existen muchos otros iguales a el. La palabra traducida “nueva” en este verso, es la palabra kainos, la cual significa algo recién hecho, el cual no se parece a nada que exista. En Cristo, somos hechos enteramente una nueva creación, al igual que Dios creó originalmente los cielos y la tierra. Él los creó de la nada, y de igual manera lo hace con nosotros. Él no sólo nos limpia de nuestro antiguo yo, sino que Él hace de nosotros un ser enteramente nuevo, y ciertamente, este nuevo ser es parte de Cristo Mismo. Cuando estamos en Cristo, somos “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Dios Mismo, en la persona de Su Espíritu Santo, hace Su morada en nuestros corazones. Nosotros estamos en Cristo, y Él está en nosotros.
Cuando estamos en Cristo, y Él en nosotros, somos regenerados, renovados y renacidos, y esta nueva creación es de mentalidad espiritual, mientras que la antigua es de mentalidad carnal. La nueva naturaleza es en compañerismo con Dios, obedientes a Su voluntad y devotos a Su servicio. Estos son aspectos que la antigua naturaleza es incapaz de hacer o aún desear hacerlo. La antigua naturaleza está muerta a las cosas del espíritu y no puede revivirse a sí misma. Está “muerta en sus delitos y pecados” (Efesios 2:1), y sólo puede revivirse mediante una resucitación espiritual, la cual sucede cuando venimos a Cristo y somos hechos Su morada. Él nos da una naturaleza totalmente nueva y santa y una vida incorruptible. Nuestra antigua vida, previamente muerta ante Dios por causa del pecado, es sepultada, y somos resucitados “para andar en vida nueva” con Él (Romanos 6:4).
En Cristo, estamos unidos a Él, dejando de ser esclavos del pecado (Romanos 6:5-6); Dios “…nos dio vida juntamente con Cristo..” (Efesios 2:5); “…hechos conforme a la imagen de Su Hijo…” (Romanos 8:29); libres de la condenación y no andando conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Romanos 8:1), y formando parte del cuerpo de Cristo con otros creyentes (Romanos 12:5). El creyente posee ahora un corazón nuevo (Ezequiel 11:19), y ha sido bendecido “con toda bendición espiritual en los lugares celestes en Cristo.” (Efesios 1:3).
Entonces nos gustaría saber por qué con tanta frecuencia no vivimos de la manera descrita, aún habiéndole entregado nuestras vidas a Cristo y estando seguros de nuestra salvación. Esto sucede porque nuestras nuevas naturalezas residen en nuestros antiguos cuerpos carnales y estos dos están en guerra uno contra el otro. La antigua naturaleza está muerta, pero la nueva naturaleza aún tiene que batallar con la antigua “tienda” en la que aún mora. El mal y el pecado aún están presentes, pero el creyente ahora los ve en una nueva perspectiva, y ellos ya no lo controlan como alguna vez lo hacían. En Cristo, ahora podemos elegir resistir al pecado, mientras que la antigua naturaleza no podía. Ahora tenemos la oportunidad de elegir si alimentamos la nueva naturaleza mediante la Palabra, la oración y la obediencia, o alimentamos la carne, al descuidar esas cosas e involucrarnos con el pecado.
Cuando estamos en Cristo, “somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó…” (Romanos 8:37), y podemos regocijarnos en nuestro Salvador, quien hace posibles todas las cosas. En Cristo somos amados, perdonados y tenemos la promesa de salvación. En Cristo somos adoptados, justificados, redimidos, reconciliados y elegidos. En Cristo somos victoriosos, llenos de gozo y paz, obteniendo un verdadero significado de la vida. ¡Qué maravilloso Salvador es Cristo!
El apóstol Pablo respondió a una pregunta similar en Romanos 6:1-2, “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” La idea de que una persona pueda confiar en Jesucristo para salvación y luego siga viviendo de la misma manera que vivía antes, es absolutamente ajena a la Biblia. Los creyentes en Cristo son una nueva creación (2 Corintios 5:17). El Espíritu Santo nos transforma para no realizar las obras de la carne (Gálatas 5:19-21), sino mostrar el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23). La vida cristiana es una vida transformada.
Lo que diferencia el cristianismo de cualquier otra religión en el mundo, es que el cristianismo está basado en lo que Dios ha hecho por nosotros a través de Jesucristo. Cualquier otra religión está basada en lo que debemos hacer para ganar el favor y el perdón de Dios. Cualquier otra religión enseña que debemos hacer ciertas cosas, y dejar de hacer otras, a fin de ganar el amor y la misericordia de Dios. El cristianismo, la fe en Cristo, enseña que hacemos ciertas cosas y dejamos de hacer otras, por lo que Cristo ha hecho por nosotros.
¿Cómo podría alguien, habiendo sido librado del infierno, que es la pena por el pecado, volver a vivir la misma vida que tenía en su camino a la condenación? ¿Cómo podría alguien, habiendo sido limpiado de la contaminación del pecado, desear regresar a la misma cloaca de depravación? ¿Cómo podría alguien, sabiendo lo que Jesucristo hizo por nosotros, seguir viviendo como si Jesucristo no fuera importante? ¿Cómo podría alguien, sabiendo lo mucho que Cristo sufrió por nuestros pecados, continuar pecando, como si los sufrimientos de Jesús fueran sin importancia?
Romanos 6:11-15 declara, “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para con Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia. ¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera.”
Tenemos entonces, que para el cristiano verdaderamente convertido, el continuar viviendo en pecado no es una opción. Ya que nuestra conversión nos transformó en una naturaleza totalmente nueva, nuestro deseo ya no es vivir en pecado. Sí, aún pecamos, pero en vez de revolcarnos en el pecado, como una vez lo hicimos, ahora lo odiamos, y deseamos ser liberados de él. La idea de “aprovecharnos” del sacrificio de Cristo a nuestro favor, al continuar una vida pecaminosa, es impensable. Si una persona creyendo ser un cristiano, aún desea vivir la antigua vida de pecado, tendría razón para dudar de su salvación. “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Corintios 13:5)