¿Existe Dios? Encuentro interesante que se de tanta atención a este debate. Las últimas encuestas nos dicen que sobre el 90% de la gente en el mundo de hoy, cree en la existencia de Dios o en algún poder más alto. Sin embargo, de algún modo, la responsabilidad se coloca sobre aquellos quienes creen que Dios existe, para de alguna manera probar que El en realidad existe. Yo personalmente pienso que la responsabilidad está sobre los que no creen.
Sin embargo, la existencia de Dios no puede ser probada o desmentida. Aún la Biblia dice que deberíamos aceptar por fe, el hecho de que Dios existe, “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). Si Dios lo deseara así, simplemente podría aparecer, y probar a todo el mundo que El existe. Pero si lo hiciera, no habría necesidad de fe. “Jesús le dijo: porque me has visto, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:29).
Sin embargo, eso no significa que no hay evidencia de la existencia de Dios. La Biblia declara, “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras” (Salmos 19:1-4). Al mirar las estrellas, al entender la inmensidad del universo, al observar las maravillas de la naturaleza, al ver la belleza de la puesta del sol – vemos que todas ellas apuntan hacia un Creador, Dios. Si esto no fuera suficiente, también hay evidencia de Dios en nuestros propios corazones. Eclesiastés 3:11 nos dice, “…y ha puesto eternidad en el corazón de los hombres…” Hay algo en lo profundo de nuestro ser, que reconoce que hay algo más allá de esta vida y alguien más allá de este mundo.
Intelectualmente podemos negar este conocimiento, pero la presencia de Dios en nosotros y a través de nosotros, todavía está ahí. A pesar de todo esto, la Biblia nos advierte que todavía hay algunos que niegan la existencia de Dios, “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmos 14:1). Debido a que sobre el 98% de la gente a través de la historia, en todas las culturas, en todas las civilizaciones, en todos los continentes, creen en la existencia de algún tipo de Dios – debe haber algo (o alguien) que causa esta creencia.
Además de los argumentos bíblicos para la existencia de Dios, hay argumentos lógicos. Primero, tenemos el argumento ontológico. La forma más popular del argumento ontológico, usa básicamente el concepto de Dios para probar Su existencia. Este comienza con la definición de Dios como “Ese del cual no puede ser concebido uno más grande”. Entonces se sostiene que existir es mayor que no existir, y por tanto el mayor ser concebible debe existir. Si Dios no existió, entonces Dios no sería el mayor ser concebible – pero eso iría a contradecir la definición misma de Dios. El segundo es el argumento teológico. El argumento teológico dice que desde que el universo despliega tal maravilloso diseño, debe haber habido un diseñador Divino. Por ejemplo, aún si la tierra estuviera unos pocos cientos de millas más cerca o más lejos del sol, no sería capaz de mantener mucha de la vida que en la actualidad lo hace. Si los elementos en nuestra atmósfera fueran diferentes aún en un pequeño porcentaje, cada cosa viviente sobre la tierra moriría. Las probabilidades de una simple molécula de proteína formada por casualidad es 1 en 10 elevado a la potencia 243 (es decir, 10 seguido de 243 ceros). Una simple célula consta de millones de moléculas de proteína.
Un tercer argumento lógico para la existencia de Dios es el denominado argumento cosmológico. Cada efecto debe tener una causa. Este universo y todo lo que en el hay es un efecto. Debe haber algo que causó que todo existiera. A la larga, debe haber algo “sin-razón” a fin de provocar que todo lo demás exista. Esa “sin-razón” es Dios. Un cuarto argumento es conocido como el argumento moral. Cada cultura a través de la historia ha tenido alguna forma de ley. Todos tienen un sentido de lo correcto y lo erróneo. El asesinato, la mentira, el robo, y la inmoralidad son rechazados casi universalmente. ¿De dónde vino ese sentido de lo correcto y lo erróneo, sino de un Dios santo?
A pesar de todo esto, la Biblia nos dice que la gente va a rechazar el conocimiento claro e innegable de Dios, y en lugar de ello, creer una mentira. Romanos 1:25 declara, “Ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.” La Biblia también proclama que la gente no tiene excusa para no creer en Dios, “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20).
La gente demanda no creer en Dios porque “no es científico” o “porque no hay pruebas”. La razón verdadera es que una vez que la gente admite que hay un Dios, también deben darse cuenta de que son responsables hacia Dios y que están necesitados de Su perdón (Romanos 3:23; 8:23). Si Dios existe, entonces somos responsables por nuestras acciones hacia El. Si Dios no existe, entonces podemos hacer lo que queramos sin tener que preocuparnos porque Dios nos juzgue. Creo que esa es la razón por la que muchos en esta sociedad, están tan fuertemente aferrados a la evolución – para dar a la gente una alternativa de creer en un Dios Creador. Dios existe y a la larga todo el mundo sabe que El existe. El hecho mismo de que algunos intenten tan agresivamente refutar Su existencia es de hecho un argumento para Su existencia.
Permítame dar un último argumento para la existencia de Dios. ¿Cómo sé que existe Dios? Yo sé que Dios existe porque hablo con El todos los días. No lo escucho hablándome con voz audible, pero siento Su presencia, siento Su guía, conozco Su amor, deseo Su gracia. Han ocurrido cosas en mi vida que no tienen otra explicación posible sino Dios. Dios me ha salvado tan milagrosamente y ha cambiado mi vida que no puedo sino reconocer y alabar Su existencia. Ninguno de estos argumentos en sí, pueden persuadir a alguien que rehúsa reconocer lo que es tan claro. Al final, la existencia de Dios debe ser aceptada por fe (Hebreos 11:6). La fe en Dios no es un salto ciego a la oscuridad, este es un paso seguro a una habitación bien iluminada en donde ya se encuentra el 90% de la gente.
¡La buena nueva, mientras tratamos de contestar esta pregunta, es que hay mucho que se puede descubrir acerca de Dios! Aquellos que examinan esta explicación pueden encontrar provechoso primero leerla completamente; luego volver y consultar pasajes seleccionados de la Escritura para una aclaración adicional. Las referencias de la Escritura son completamente necesarias, porque sin la autoridad de la Biblia, esta colección de palabras no serían mejores que la opinión del hombre; la cual por sí misma es a menudo incorrecta en la comprensión de Dios (Job 42:7). ¡Decir que es importante para nosotros tratar de entender cómo es Dios, es como una gran subestimación! El descuidarlo, probablemente va a ocasionar que se levante, persiga, y adore a los dioses ajenos lo cual es contrario a Su voluntad (Éxodo 20:3-5).
Solamente lo que Dios ha escogido de Sí mismo para ser revelado, puede ser dado a conocer. Uno de los atributos o cualidades de Dios es que El es “luz”, queriendo decir que El mismo nos revela la información de Sí mismo (Isaías 60:19, Santiago 1:17). La realidad de que Dios ha revelado conocimiento de Sí mismo no debería ser abandonada, no sea que alguno de ustedes no alcance a entrar en Su reposo (Hebreos 4:1). La creación, la Biblia, y el Verbo hecho carne (Jesucristo) van a ayudarnos a conocer cómo es Dios.
Comencemos entendiendo que Dios es nuestro Creador y que somos una parte de Su creación (Génesis 1:1, Salmos 24:1). Dios dijo que el hombre fue creado a Su imagen. El hombre está sobre el resto de la creación y le fue dado dominio sobre ella (Génesis 1:26-28). La creación fue estropeada por la “caída”, no obstante, echa un vistazo a Sus obras (Génesis 3:17-18); Romanos 1:19-20). Al considerar la inmensidad de la creación, la complejidad, la belleza, y el orden, podemos tener una sensación de lo impresionante que es Dios.
La lectura de algunos de los nombres de Dios, puede ser de ayuda en nuestra búsqueda de cómo es Dios. Veamos los siguientes:
Elohim – El Fuerte, Divino (Génesis 1:1)
Adonai – Señor, indicando una relación Maestro - siervo (Éxodo 4:10,13)
El Elyon – El Altísimo, El más Fuerte (Isaías 14:20)
El Roi – El Fuerte que ve (Génesis 16:13)
El Shaddai – Todopoderoso Dios (Génesis 17:1)
El Olam – Dios eterno (Isaías 40:28)
Yahvé – SEÑOR “Yo Soy”, lo cual significa el Dios Eterno, que existe independientemente de cualquier otro ser. (Éxodo 3:13,14).
Vamos a continuar examinando más de los atributos de Dios. Dios es eterno, lo cual significa que no tuvo principio y que Su existencia nunca va a terminar. El es inmortal, infinito (Deuteronomio 33:27; Salmos 90:2; 1ª Timoteo 1:17). Dios es inmutable, lo cual significa, que es inalterable; es decir que Dios es absolutamente digno de confianza y fidedigno (Malaquías 3:6; Números 23:19; Salmos 102:26,27). Dios es incomparable, lo cual significa que no hay nadie como Él en obras o existencia; es inigualable y perfecto (2ª Samuel 7:22; Salmos 86:8; Isaías 40:25; Mateo 5:48). Dios es inescrutable, lo cual significa que no tiene límite, no se lo puede llegar a conocer por completo, es insondable (Isaías 40:28; Salmos 145:3; Romanos 11:33,34).
Dios es imparcial, lo cual significa que no hace distinción de personas en el sentido de mostrar favoritismo (Deuteronomio 32:4; Salmos 18:30). Dios es omnipotente, lo cual significa que es todopoderoso; El puede hacer todo lo que le agrada, pero Sus acciones siempre estarán de acuerdo con el resto de Su carácter (Apocalipsis 19:6, Jeremías 32:17,27). Dios es omnipresente, lo cual significa que siempre está presente, en todas partes (Salmos 139:7-13; Jeremías 23:23). Dios es omnisciente, lo cual significa que conoce el pasado, presente y futuro, aún lo que estamos pensando en cualquier momento; puesto que conoce todo, Su justicia siempre será administrada imparcialmente (Salmos 139:1-5; Proverbios 5:21).
Dios es uno, lo cual significa que no solamente no hay otro, sino que también es el único en poder cubrir las necesidades más profundas y anhelos de nuestros corazones, y sólo El es digno de nuestra adoración y devoción (Deuteronomio 6:4). Dios es justo, lo cual significa que no puede y no va a pasar por alto la maldad; es debido a Su rectitud y justicia, que Jesús tuvo que experimentar el juicio de Dios. Nuestros pecados fueron puestos sobre El para que de esta manera fuéramos perdonados (Éxodo 9:27; Mateo 27:45-46; Romanos 3:21-26).
Dios es soberano, lo cual significa que es supremo; toda Su creación junta, a sabiendas o ignorando, no puede impedir Sus propósitos (Salmos 93:1; 95:3; Jeremías 23:20). Dios es espíritu, lo cual significa que es invisible (Juan 1:18; 4:24). Dios es una Trinidad, lo cual significa que es tres en uno, el mismo en substancia, poder y gloria por igual. Note que en el primer pasaje citado de la Escritura, “nombre” es singular aún cuando se refiere a tres Personas distintas – “Padre, Hijo, Espíritu Santo” (Mateo 28:19; Marcos 1:9-11). Dios es verdad, lo cual significa que está de acuerdo con todo lo que es, El va a permanecer incorruptible y no puede mentir (Salmos 117:2; 1ª Samuel 15:29).
Dios es santo, lo cual significa que está separado de toda corrupción moral y es hostil a ella. Dios ve todo el mal y esto lo enfada; el fuego usualmente es mencionado en la Escritura junto con la santidad. Dios es referido como un fuego consumidor (Isaías 6:3; Habacuc 1:13; Éxodo 3:2, 4, 5; Hebreos 12:29). Dios es afable – esto incluiría Su bondad, benevolencia, misericordia y amor – las cuales son palabras que dan tintes de significado a Su bondad. Si no fuera por la gracia de Dios, parecería que el resto de Sus atributos nos excluirían de Él. Afortunadamente este no es el caso, porque El desea conocernos a cada uno personalmente (Éxodo 22:27; Salmos 31:19; 1ª Pedro 1:3; Juan 3:16, Juan 17:3).
Esto ha sido solamente un modesto intento de contestar una gran pregunta de Dios. Por favor siéntanse grandemente animado a seguir buscándolo (Jeremías 29:13).
Sabemos que Dios es real porque se nos ha revelado de tres maneras: en la creación, en Su Palabra y en Su Hijo, Jesucristo.
La prueba más fundamental de la existencia de Dios está simplemente en lo que El ha hecho. “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que (los no creyentes) no tienen excusa” (Romanos 1:20). “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de Sus manos” (Salmos 19:1).
Si encontrara un reloj de pulsera en medio de un campo, no asumiría que este simplemente “apareció” de la nada o que este existió siempre. Basado en el diseño del reloj, asumiría que este tenía un diseñador. Pero yo veo un más grande diseño y precisión alrededor de nosotros en el mundo. Nuestra medida del tiempo no está basada en los relojes de pulsera, sino en la obra de las manos de Dios – la rotación regular de la tierra (y las propiedades radiactivas del átomo 133 de cesio). El universo despliega un grandioso diseño, y esto alega un Grandioso Diseñador.
Si encontrara un mensaje codificado, buscaría un criptógrafo que ayude a descifrar el código. Mi suposición sería que hay un transmisor inteligente del mensaje, alguien que creó el código. ¿Cuán complejo es el “código” del ADN que llevamos en cada célula de nuestros cuerpos? ¿La complejidad y propósito del ADN, no alegan un Escritor Inteligente del código?
Dios no solamente que ha hecho un mundo físico complejo y finamente armonizado, El también ha inculcado un sentido de eternidad en el corazón de cada persona (Eclesiastés 3:11). La humanidad tiene una percepción innata de que en la vida hay más de lo que el ojo capta, una existencia superior a esta rutina terrenal. Nuestro sentido de eternidad se manifiesta en al menos dos formas: legislación de la ley y adoración.
Cada civilización a través de la historia ha valorado ciertas leyes morales, las cuales son sorprendentemente similares de cultura en cultura. Por ejemplo, el ideal del amor es apreciado universalmente, mientras que el acto de mentir es condenado universalmente. Esta moralidad común – este entendimiento global de lo correcto y lo erróneo – apunta hacia un Ser Supremo Moral quien nos dio tales escrúpulos.
De la misma manera, la gente en todo el mundo, sin reparar en la cultura, siempre ha cultivado un sistema de adoración. El objeto de la adoración puede variar, pero el sentido de un “poder superior” es una parte innegable de ser humano. Nuestra propensión a la adoración, armoniza con el hecho de que Dios nos creó “a Su imagen” (Génesis 1:27).
También Dios se nos ha revelado por medio de la Biblia, Su Palabra. A través de la Escritura, la existencia de Dios es tratada como un hecho patente (Génesis 1:1; Éxodo 3:14). Cuando Benjamín Franklin escribió su Autobiografía, no gastó tiempo tratando de probar su propia existencia. Asimismo, Dios no pasa mucho tiempo probando Su existencia, en Su libro. La naturaleza de vidas cambiantes de la Biblia, su integridad, y los milagros que acompañaron sus escritos, deberían ser suficientes para garantizar un libro más cercano.
La tercera forma en la que Dios se reveló, es a través de Su Hijo, Jesucristo (Juan 14:6-11). “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios…Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:1, 14). En Jesucristo “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9).
En la vida maravillosa de Jesús, El guardó perfectamente toda la ley del Antiguo Testamento, y llevó a cabo las profecías concernientes al Mesías (Mateo 5:17). Ejecutó innumerables actos de compasión y milagros públicos, para autentificar Su mensaje y atestiguar de Su deidad (Juan 21:24-25). Luego, tres días después de Su crucifixión, El resucitó, un hecho confirmado por cientos de testigos oculares (1ª Corintios 15:6). El registro histórico abunda en “pruebas” acerca de quién es Jesús. Como dijo el Apóstol Pablo, “No se ha hecho esto en algún rincón” (Hechos 26:26).
Nos damos cuenta de que siempre habrá escépticos que tienen sus propias ideas referentes a Dios y por consiguiente van a estudiar la evidencia. Y habrán algunos para quienes no hay prueba que los convenza (Salmos 14:1). Todo se reduce básicamente a la fe (Hebreos 11:6).
Lo más difícil acerca del concepto cristiano de la Trinidad, es que no hay manera de explicarlo de forma apropiada. Para cualquier ser humano, la Trinidad es un concepto imposible de entender por completo; de hecho, sería imposible explicarlo. Dios es infinitamente más grande de lo que somos nosotros, por tanto no deberíamos esperar estar en capacidad de entenderlo por completo. La Biblia enseña que el Padre es Dios, que Jesús es Dios, y que el Espíritu Santo es Dios. También enseña que hay solamente un Dios. Aunque podemos entender algunos hechos acerca de la relación una con otra, de las diferentes personas de la Trinidad, a la larga, es incomprensible para la mente humana. Sin embargo, esto no significa que no es verdad o que no está basado en las enseñanzas de la Biblia.
Al estudiar este tema, tenga en mente que la palabra “Trinidad” no se utiliza en la Escritura. Este es un término utilizado para procurar describir al trino Dios, y la realidad de que hay tres personas coexistentes, coeternas de las que Dios se conforma. Entienda que de NINGUNA MANERA está sugiriendo tres Dioses. La Trinidad es un Dios compuesto de tres personas. No hay nada de malo con usar el término “Trinidad”, aún cuando la palabra no se encuentra en la Biblia. Es más corto utilizar la palabra “Trinidad” que decir “3 personas coexistentes, coeternas que conforman un Dios”. Si esto representa un problema para usted, considere esto: la palabra abuelo tampoco es utilizada en la Biblia. Abraham fue el abuelo de Jacob. De manera que, no se obsesione con el término mismo “Trinidad”. Lo que en realidad debe importar, es que el concepto REPRESENTADO por la palabra “Trinidad” existe en la Escritura. Además de esta introducción, presentaremos versículos bíblicos en la discusión de la Trinidad.
(1) Hay un Dios: Deuteronomio 6:4; 1ª Corintios 8:4; Gálatas 3:20; 1ª Timoteo 2:5.
(2) La Trinidad está compuesta de tres Personas: Génesis 1:1; 1:26; 3:22; 11:7; Isaías 6:8; 48:16; 61:1; Mateo 3:16-17; 28:19; 2ª Corintios 13:14. Es provechoso el conocimiento del idioma Hebreo, para el mejor entendimiento de los pasajes del Antiguo Testamento. En Génesis 1:1, se utiliza el nombre plural “Elohim”. En Génesis 1:26; 3:22; 11:7 y en Isaías 6:8, se usa el pronombre plural para “nosotros”. Sin duda, “Elohim” y “Nosotros” se refieren a más de dos. En el idioma Español tenemos dos formas, singular y plural. En el idioma Hebreo tenemos tres formas: singular, doble y plural. Doble es SOLAMENTE para dos. En Hebreo, la forma doble es utilizada para cosas que vienen en pares como los ojos, orejas y manos. La palabra “Elohim” y el pronombre “nosotros” son formas plurales – definitivamente más que dos – y deben estarse refiriendo a tres o más (Padre, Hijo, y Espíritu Santo).
En Isaías 48:16 y 61:1, el Hijo está hablando mientras hace referencia al Padre y al Espíritu Santo. Compare Isaías 61:1 con Lucas 4:14-19 y se dará cuenta de que es el Hijo hablando. Mateo 3:16-17 describe el evento del bautismo de Jesús. En este se ve a Dios el Espíritu Santo descendiendo sobre Dios el Hijo mientras Dios el Padre proclama Su complacencia en el Hijo. Mateo 28:19 y 2ª Corintios 13:14 son ejemplos de 3 personas distintas en la Trinidad.
(3) Los miembros de la Trinidad se distinguen el uno del otro en varios pasajes: En el Antiguo Testamento, “JEHOVA” se distingue de “Jehová” (Génesis 19:24; Oseas 1:4). “JEHOVA” tiene un “Hijo” (Salmos 2:7, 12; Proverbios 30:2-4). El Espíritu se distingue de “JEHOVA” (Números 27:18) y de “Dios” (Salmos 51:10-12). Dios el Hijo se distingue de Dios el Padre (Salmos 45:6-7; Hebreos 1:8-9). En el Nuevo Testamento, Juan 14:16-17 es donde Jesús ruega al Padre que envíe un Consolador, el Espíritu Santo. Esto muestra que Jesús no se consideró el Padre o el Espíritu Santo. Tome en cuenta también todos los otros tiempos en los Evangelios, en donde Jesús habla al Padre. ¿Estaba hablándose a Sí mismo? No. El habló a otra persona de la Trinidad – al Padre.
(4) Cada miembro de la Trinidad es Dios: El Padre es Dios: Juan 6:27; Romanos 1:7; 1ª Pedro 1:2. El Hijo es Dios: Juan 1:1, 14; Romanos 9:5; Colosenses 2:9; Hebreos 1:8; 1ª Juan 5:20. El Espíritu Santo es Dios: Hechos 5:3-4; 1ª Corintios 3:16; Romanos 8:9; Juan 14:16-17; Hechos 2:1-4).
(5) La subordinación dentro de la Trinidad: La Escritura muestra que el Espíritu Santo es subordinado al Padre y al Hijo, y el Hijo es subordinado al Padre. Esta es una relación interna, y no niega la deidad de ninguna persona de la Trinidad. Esta es simplemente un área en el cual nuestras mentes finitas no pueden entender lo concerniente al Dios infinito. Concerniente al Hijo veamos: Lucas 22:42; Juan 5:36; Juan 20:21; 1ª Juan 4:14. Concerniente al Espíritu Santo veamos: Juan 14:16; 14:26; 15:26; 16:7 y especialmente Juan 16:13-14.
(6) Las labores de los miembros individuales de la Trinidad: El Padre es el recurso o causa esencial de: 1) el universo (1ª Corintios 8:6; Apocalipsis 4:11); 2) la revelación divina (Apocalipsis 1:1); 3) la salvación (Juan 3:16-17); y 4) las obras humanas de Jesús (Juan 5:17; 14:10). El Padre PONE EN MARCHA todas estas cosas.
El Hijo es el agente a través de quien el Padre hace las siguientes obras: 1) la creación y mantenimiento del universo (1ª Corintios 8:6; Juan 1:3; Colosenses 1:16-17); 2) la revelación divina (Juan 1:1; Mateo 11:27; Juan 16:12-15; Apocalipsis 1:1); y 3) la salvación (2ª Corintios 5:19; Mateo 1:21; Juan 4:42). El Padre hace todas estas cosas a través del Hijo, quien hace las veces de Su agente.
El Espíritu Santo es el medio por el cual el Padre hace las siguientes obras: 1) la creación y mantenimiento del universo (Génesis 1:2; Job 26:13; Salmos 104:30); 2) la revelación divina (Juan 16:12-15; Efesios 3:5; 2ª Pedro 1:21); 3) la salvación (Juan 3:16; Tito 3:5; 1ª Pedro 1:2); y 4) las obras de Jesús (Isaías 61:1; Hechos 10:38). De este modo el Padre hace todas estas cosas por el poder del Espíritu Santo.
Ninguna de las ilustraciones populares son descripciones completamente exactas de la Trinidad. El huevo (o manzana) cae en que la cáscara, clara, y yema son partes del huevo, no del huevo en ellas mismas. El Padre, Hijo y Espíritu Santo no son partes de Dios, cada uno de ellos es Dios. La ilustración del agua hasta cierto punto es mejor, pero todavía falla en describir adecuadamente a la Trinidad. El líquido, el vapor y el hielo, son formas del agua. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son formas de Dios, cada uno de ellos es Dios. De manera que, mientras estas ilustraciones puedan darnos una representación de la Trinidad, la representación no es completamente certera. Un Dios infinito no puede ser descrito completamente, por una ilustración finita. En lugar de enfocarse en la Trinidad, trate de enfocarse en el hecho de la grandeza de Dios y en la naturaleza infinitamente superior a nosotros mismos. “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?” (Romanos 11:33-34).
¿Por qué les suceden cosas malas a la gente buena? Esa es una de las preguntas más difíciles en toda la teología. Dios es eterno, infinito, omnisciente, omnipotente, etc. ¿Por qué nosotros como seres humanos (no eternos, ni infinitos, ni omniscientes, ni omnipresentes, ni omnipotentes) esperamos poder comprender plenamente los designios de Dios? El libro de Job diserta sobre este asunto. Dios le permitió a Satanás hacer todo lo que él quería a Job, excepto matarlo. ¿Cuál fue la reacción de Job? “He aquí, aunque Él me matare, en Él esperaré” (Job 13:15). “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21). Job no comprendía el por qué Dios había permitido las cosas que le sucedían, pero él sabía que Dios era bueno y por lo tanto continuó confiando en Él. Básicamente, esa debería ser también nuestra reacción. Dios es bueno, justo, amoroso y misericordioso. Con frecuencia nos suceden cosas que simplemente no podemos comprender. Sin embargo, en vez de dudar de la bondad de Dios, nuestra reacción debe ser de confianza en Él. “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:5-6).
Tal vez una mejor pregunta sería, “¿Por qué le suceden cosas buenas a gente mala?” Dios es santo (Isaías 6:3; Apocalipsis 4:8) Los seres humanos somos pecadores (Romanos 3:23; 6:23). ¿Quieres saber cómo ve Dios a la humanidad? “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta. Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios. Su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre. Quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos.” (Romanos 3:10-18). Cada ser humano en este planeta merece ser echado al infierno en este preciso momento. Cada segundo que seguimos vivos es solo por la gracia de Dios. Aún la más terrible miseria que pudiéramos experimentar en este planeta, es misericordia comparado con lo que merecemos, la condenación eterna en el lago de fuego del infierno.
“Más Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5:8). A pesar de la naturaleza malvada, vil, y pecadora de la gente de este mundo, Dios aún nos ama. El nos amó lo suficiente para sufrir Él mismo la pena de muerte que merecemos por nuestros pecados (Romanos 6:23). Todo lo que tenemos que hacer es creer en Jesucristo (Juan 3:16; Romanos 10:9) para ser perdonados y tener la vida eterna en el cielo (Romanos 8:1). Lo que merecemos es = el infierno. Lo que se nos da es = vida eterna en el cielo si solo creemos. Se ha dicho que este mundo es el único infierno que los creyentes experimentarán, y que este mundo es el único cielo que los no creyentes experimentarán. La próxima vez que nos hagamos la pregunta, “¿Por qué Dios permite que le sucedan cosas malas a la gente buena”?, quizá deberíamos más bien preguntar, “¿Por qué Dios permite que le sucedan cosas buenas a la gente mala?”
De principio parecería que si Dios creó todas las cosas, entonces el mal debe haber sido creado por Dios. Sin embargo, aquí tenemos una suposición que necesita ser aclarada. El mal no es una “cosa” como una roca o la electricidad. ¡No puedes tener una jarra de mal! Mas bien, el mal es algo que ocurre, como el correr. El mal no existe por sí mismo – realmente es la carencia en una cosa buena. Por ejemplo, los hoyos son reales, pero ellos solo existen en algo más. Llamamos a un hoyo la falta de tierra, pero no puede ser separado de la tierra. Cuando Dios hizo la creación, es verdad que todo lo que existía era bueno. Una de las cosas buenas que Dios hizo fueron criaturas con la libertad de elegir el bien. Para hacer una elección real, Dios tuvo que permitir algo más que el bien para elegir. Así que Dios permitió a estos seres libres, tanto ángeles como humanos, elegir entre el bien y la ausencia de éste (el mal). Cuando existe una mala relación entre dos cosas buenas, le llamamos “el mal”, pero eso no lo convierte en una “cosa” que haya requerido la creación de Dios.
Tal vez la siguiente ilustración nos ayude. Si le preguntara a una persona común “¿existe el frío?” – su respuesta sería que sí. Sin embargo, esto es incorrecto. El frío no existe. El frío es la ausencia de calor. Similarmente, la oscuridad no existe, ésta es la consecuencia de la falta de luz. Igualmente, el mal es la ausencia del bien, o mejor dicho, el mal es la ausencia de Dios. Dios no creó el mal, sino que más bien solo permitió la ausencia del bien.
Miremos el ejemplo de Job en los capítulos 1 y 2 del libro de Job. Satanás quería destruir a Job, y Dios le permitió a Satanás hacer lo que quisiera, excepto matar a Job. Dios permitió que esto sucediera para probarle a Satanás que Job era justo, porque amaba a Dios, y no porque Dios lo haya bendecido en gran manera. Dios es soberano y tiene control absoluto de cualquier cosa que sucede. Satanás no puede hacer nada, sin el “permiso” de Dios. Dios no creó el mal, pero Él lo permite. Si Dios no permitiera la posibilidad del mal, tanto ángeles como humanos servirían a Dios por obligación y no por decisión. Dios no quiso crear “robots” que simplemente hicieran lo que Él quería que hicieran mediante su “programación”. Dios permitió la posibilidad del mal, para que podamos tener genuinamente la libertad de elegir si queremos servirle o no.
Concluyentemente, no hay una respuesta a estas preguntas que podamos comprender plenamente. Nosotros como seres humanos finitos, jamás podremos entender a un Dios infinito (Romanos 11:33-34). Algunas veces pensamos que entendemos el por qué Dios está haciendo algo, solo para descubrir más tarde que era por diferentes propósitos de los que originalmente pensamos. Dios ve las cosas desde una perspectiva eterna. Nosotros miramos las cosas desde una perspectiva terrenal. ¿Por qué puso Dios al hombre en la tierra, sabiendo que Adán y Eva pecarían y traerían con ello el mal, la muerte y el sufrimiento para toda la raza humana? ¿Por qué Él no solamente nos creó y nos dejó en el Cielo donde seríamos perfectos y no tendríamos sufrimientos? La mejor respuesta que se me ocurre es que Dios no quería una raza de robots sin libre albedrío. Dios tuvo que permitir la posibilidad del mal para nosotros, para hacer una verdadera decisión de adorar o no a Dios. Si nunca hubiéramos sufrido y experimentado el mal, ¿realmente apreciaríamos cuán maravilloso es el Cielo? Dios no creó el mal, pero Él lo permite. Si no lo hubiera permitido, estaríamos adorando a Dios por obligación y no por la libre elección de nuestra voluntad.
¿Qué significa que Dios es amor? Primero veamos cómo la Biblia, La Palabra de Dios, describe “el amor” y después veremos algunos ejemplos que se aplican a Dios. “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no es indecoroso, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser.” (1 Corintios 13:4-8ª)
Esta es la descripción que Dios hace del amor. Así es como es Dios, y los cristianos tienen que hacer de éste su meta (aunque siempre en proceso). La más grande expresión del amor de Dios nos es comunicada en Juan 3:16 y Romanos 5:8 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Podemos ver por estos versos que el deseo más grande de Dios es que nos unamos con Él en Su hogar eterno, el cielo. Él hizo posible este camino, pagando el precio por nuestros pecados. Él nos ama, porque así lo decidió como un acto de Su voluntad. “Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión.” (Oseas 11:8b). El amor perdona. “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9)
El amor (Dios) no se impone a nadie. Aquellos que vienen a Él lo hacen en respuesta del llamamiento de Su amor. El amor (Dios) muestra bondad hacia todos. El amor (Jesús) prodigó el bien a todos, sin parcialidad. El amor (Jesús) nunca codició lo que otros tenían, viviendo una vida humilde sin quejarse. El amor (Jesús) nunca se jactó de quién era en la carne, aunque Él podía dominar fácilmente a cualquiera que entrara en contacto con Él. El amor (Dios) no demanda obediencia. Dios no demandaba obediencia de Su Hijo, sino más bien, Jesús obedecía gustosamente a Su Padre celestial. “Mas para que el mundo conozca que amo al Padre y como el Padre me mandó, así hago.” (Juan 14:31). El amor (Jesús) estuvo y está siempre viendo por los intereses de otros.
Esta breve descripción del amor, revela una vida sin egoísmo, en contraste con la vida egoísta del hombre natural. Asombrosamente, Dios ha otorgado a aquellos que reciben a Su Hijo Jesucristo como su Salvador personal del pecado, la habilidad de amar como Él lo hace, a través del poder del Espíritu Santo (ver Juan 1:12; 1 Juan 3:1, 23, 24). ¡Qué privilegio y desafío tenemos!
Creo que el corazón de esta pregunta reside en el fundamental malentendido de lo que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento revelan acerca de la naturaleza de Dios. Otra manera de expresar este mismo pensamiento básico, es cuando la gente dice: “El Dios del Antiguo Testamento es un Dios de ira, mientras que el Dios del Nuevo Testamento es un Dios de amor.”
El hecho de que la Biblia sea la revelación progresiva de Dios Mismo a nosotros, a través de eventos históricos y a través de Su relación con la gente a lo largo de la historia, puede contribuir a la idea errónea de las personas acerca de cómo es Dios distinto en el Antiguo Testamento, comparado con su actuación en el Nuevo Testamento. Sin embargo, cuando uno lee ambos, el Antiguo y el Nuevo Testamento, se hace rápidamente evidente que Dios no es diferente de un Testamento a otro y que la ira de Dios y Su amor están revelados en ambos Testamentos.
Por ejemplo, a través del Antiguo Testamento, se declara que Dios es “misericordioso y piadoso, lento para la ira y grande en misericordia y verdad” (Éxodo 34:6; Números 14:18; Deuteronomio 4:31; Nehemías 9:17; Salmo 86:5, Salmo 86:15, Salmo 103:8-14, Salmo 108:4; Salmo 145:8; Joel 2:13). Aún así, en el Nuevo Testamento, El amor y la bondadosa misericordia de Dios están más fuertemente manifiestos a través del hecho de que “... de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en ÉL cree no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16). A lo largo del Antiguo Testamento, vemos también a Dios tratando con Israel de manera muy parecida a la de un amoroso padre tratando con su hijo. Cuando ellos deliberadamente pecaban contra Él y comenzaban a adorar a los ídolos, Dios los castigaba, y aún así una y otra vez Él los liberaba una vez que se arrepentían de su idolatría. Esto se parece mucho a la manera como vemos a Dios tratando con los cristianos en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, Hebreos 12:6 nos dice que “...el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.”
Igualmente, vemos a través de todo el Antiguo Testamento el juicio y la ira de Dios derramarse sobre los pecadores no arrepentidos; de manera similar, en el Nuevo Testamento, vemos el juicio de Dios en acción “…la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Romanos 1:18) Aún con solo una rápida leída del Nuevo Testamento, notamos que Jesús habla más del infierno que del cielo. Así vemos claramente, que Dios no es más diferente en el Antiguo Testamento de lo que es en el Nuevo Testamento. Dios, por Su misma naturaleza es inmutable (sin cambio). Y aunque veamos un aspecto de Su naturaleza revelada en ciertos pasajes de la Escritura más que otros, Él en Sí mismo, no cambia jamás.
Cuando uno realmente comienza a leer y estudiar la Biblia, aprecia claramente que Dios no tiene ninguna diferencia entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Aunque la Biblia realmente es el conjunto de sesenta y seis libros individuales, escritos en dos (o posiblemente tres) continentes, en tres diferentes idiomas, a través de un período de aproximadamente 1500 años, y escrita por más de 40 autores (procedentes de diferentes estratos sociales y culturales), sigue siendo un libro con un contenido de perfecta unidad y sin contradicciones de principio a fin. En él vemos como un Dios amoroso, misericordioso y justo, trata con el hombre pecador en toda clase de situaciones. Verdaderamente, la Biblia es una carta de amor a la humanidad. El amor de Dios por Su creación y especialmente por el hombre, es evidente a través de toda la Escritura. Por toda la Biblia vemos el amoroso y misericordioso llamado de Dios a la gente, invitándola a una relación especial con Él, no porque ellos la merezcan, sino porque Él es un Dios de misericordia, lento para la ira y grande en bondadoso amor y verdad. También vemos a un Dios santo y justo, que es el Juez de todos los aquellos que desobedecen Su palabra y se niegan a adorarlo, que en vez de eso se vuelven a adorar a dioses de su propia creación, venerando a ídolos y otros dioses en lugar de adorar al único y verdadero Dios (Romanos 1).
Por el carácter santo y justo de Dios, todo pecado pasado, presente y futuro debe ser juzgado. Aún así, Dios en Su infinito amor, ha provisto el pago por el pecado y un camino de reconciliación, para que el hombre pecador pueda escapar de Su ira. Vemos esta maravillosa verdad en versos como 1 Juan 4:10 “En esto consiste el amor; no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a Su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. En el Antiguo Testamento, Dios proveyó un sistema de sacrificios, donde podía hacerse expiación por el pecado, pero este sistema fue solo temporal y simplemente apuntaba a la futura venida de Jesucristo, quien moriría en la cruz para hacer definitivamente una expiación sustitutiva y total por el pecado. El Salvador que fue prometido en el Antiguo Testamento, es más ampliamente revelado en el Nuevo Testamento y la última expresión del amor de Dios al enviar a Su Hijo Jesucristo, es revelada aquí en toda su gloria. Ambos, el Antiguo y el Nuevo Testamentos nos fueron dados para “hacernos sabios para la salvación” (2 Timoteo 3:15). Cuando los estudiamos con más detenimiento, se hace evidente que Dios no es más diferente en el Nuevo Testamento de lo que era en el Antiguo Testamento.
La Biblia registra a Dios hablando audiblemente a gente de muchas épocas (Éxodo 3:14; Josué 1:1; Jueces 6:18; 1 Samuel 3:11; 2 Samuel 2:1; Job 40:1; Isaías 7:3; Jeremías 1:7; Hechos 8:26; 9:15 – es solo un pequeño ejemplo). No hay una razón bíblica por la que Dios no pudiera hablar a una persona audiblemente en la actualidad. Con todos los cientos de veces que la Biblia registra a Dios hablando, debemos recordar que ocurrieron a lo largo de 4000 años de la historia humana. La voz audible de Dios es una excepción, no una regla. Aún en los registros bíblicos de situaciones en las que Dios habla, no siempre está claro si se trata de una voz audible, una voz interior o una impresión mental.
Dios habla a la gente en la actualidad. Primero, Dios nos habla a través de Su Palabra (2 Timoteo 3:16-17). Isaías 55:11 nos dice, “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.” La Biblia registra las palabras de Dios para nosotros en todo lo que necesitamos saber para ser salvos y vivir la vida cristiana. 2 Pedro 1:3-4 declara, “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por Su divino poder, mediante el conocimiento de Aquel que nos llamó a Su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.”
En segundo lugar, Dios habla a través de impresiones, eventos y pensamientos. Dios nos ayuda a discernir entre el bien y el mal a través de nuestras conciencias (1 Timoteo 1:5; 1 Pedro 3:16) Dios está en el proceso de adaptar nuestras mentes a Sus pensamientos (Romanos 12:2). Dios permite que ocurran eventos en nuestras vidas para dirigirnos, cambiarnos, y ayudarnos a crecer espiritualmente (Santiago 1:2-5; Hebreos 12:5-11). 1 Pedro 1:6-7 nos recuerda, “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo.”
Finalmente, sí, parece que algunas veces Dios habla audiblemente a la gente. Resulta altamente improbable que esto ocurra con tanta frecuencia como algunas personas declaran. De nuevo, aún en la Biblia, el que Dios hablara audiblemente era una excepción y no algo ordinario. Si alguien clama que Dios le ha hablado a él/ella, siempre compara lo que dicen con lo que la Biblia dice. Dios no se contradice a Sí mismo. 2 Timoteo 3:16-17 proclama; “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.”
El ateísta Bertrand Russel en su libro “Why I am Not a Christian” (Por qué no soy un cristiano) escribió, que si es verdad que todas las cosas necesitan de una causa, entonces Dios debe necesitar también una causa. El concluyó de esto, que si Dios necesitaba una causa, entonces Dios no era Dios (y si Dios no es Dios, entonces obviamente Dios no existe). Esta fue básicamente una manera ligeramente más sofisticada de la infantil pregunta, “¿Quién hizo a Dios?” Aun un niño sabe que las cosas no vienen de la nada, así que si Dios es “algo”, entonces Él también debe tener una causa, correcto?
La pregunta es astuta, porque se basa en la falsa suposición de que Dios viene de alguna parte y entonces pregunta dónde puede ser eso. La respuesta es que esta pregunta ni siquiera tiene sentido. Es como preguntar “¿A qué huele el azul?” El azul no está en la categoría de las cosas que tienen olor, así que la pregunta en sí misma es defectuosa. De la misma manera, Dios no está en la categoría de las cosas que son creadas, o llegan a existir, o son causadas. Dios no tiene causa ni procedencia de creación – Él simplemente existe.
¿Cómo sabemos esto? Bien, sabemos que de la nada, nada procede. Así que si alguna vez hubo un tiempo en que no existía absolutamente nada, entonces nada hubiera podido existir. Pero las cosas existen. Por lo tanto, puesto que nunca pudo haber habido absolutamente nada, algo tuvo que haber existido siempre. Esa cosa que ha existido siempre es a quien llamamos Dios.
El punto no es si debemos cuestionar a Dios, sino de qué manera – y por qué razón – lo cuestionamos. El cuestionar a Dios no es malo en sí. El profeta Habacuc había preguntado a Dios acerca del tiempo y la acción del plan del Señor. Habacuc, en lugar de ser reprendido por sus preguntas, es respondido pacientemente, y el profeta termina su libro con una canción de alabanza al Señor. Hay muchas preguntas expresadas a Dios en los Salmos (Salmos 10, 44, 74, 77). Estas provienen del clamor de los perseguidos, que están desesperados por la intervención y salvación de Dios. Aunque Dios no siempre responde a nuestras preguntas de la manera que deseamos, concluimos por estos pasajes que un sincero cuestionamiento procedente de un corazón devoto es bienvenido por Dios.
Las preguntas no sinceras, o los cuestionamientos de un corazón hipócrita, son otro asunto diferente. “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” Después que el rey Saúl había desobedecido a Dios, sus preguntas no fueron respondidas. (1 Samuel 28:6). Es totalmente diferente el querer saber por qué Dios permitió cierto evento, al cuestionar directamente la bondad de Dios. El tener dudas es diferente a cuestionar la soberanía de Dios y atacar Su carácter. En resumen, un cuestionamiento honesto no es pecado, pero uno amargo, desconfiado procedente de un corazón rebelde, sí lo es. Dios no es intimidado por los cuestionamientos. Dios nos invita a gozar de un compañerismo íntimo con Él. Cuando nosotros “cuestionamos a Dios”, debe ser con un espíritu humilde y una mente abierta. Podemos cuestionar a Dios, pero no debemos esperar una respuesta, a menos que estemos genuinamente interesados en Su respuesta. Dios conoce nuestros corazones, y sabe si genuinamente lo estamos buscando para que nos ilumine. La actitud de nuestro corazón es lo que determina si está bien o mal cuestionar a Dios.
Malaquías 3:6 declara, “Porque Yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.” De manera similar Santiago 1:17 nos dice, “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.” El significado de Números 23:19 no puede ser más claro, “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” No, Dios no cambia de parecer. Estos textos aseguran que Dios es inamovible e inmutable.
Sin embargo, esto parece contradecir lo que enseñan otros textos, tales como Génesis 6:6, “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en Su corazón.” También Jonás 3:10 que dice, “Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino; y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo.” Similarmente, Éxodo 32:14 declara, “Entonces Jehová se arrepintió del mal que dijo que había de hacer a Su pueblo.” Estos versos hablan de que el Señor “se arrepiente” de algo, y parecen estar en contradicción con los versos que enseñan que Dios es inmutable. Sin embargo, un examen minucioso de estos pasajes, revelan que estos no son realmente indicadores de que Dios sea capaz de cambiar. En el idioma original, la palabra que es traducida como “arrepentirse”, o “ceder”, es la expresión hebrea para “sentir pena o dolor por”. El sentir dolor por algo no significa que haya ocurrido un cambio, simplemente significa que hay pesar por algo que ha sucedido.
Consideremos en Génesis 6:6, que “... se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra...” Y prosigue diciendo “...y le dolió en su corazón.” Este verso declara que Dios lamentó haber creado al hombre. Sin embargo, obviamente Él no revirtió Su decisión. En lugar de ello, a través de Noé, Él permitió que el hombre continuara existiendo. El hecho de que estemos vivos hoy es la prueba viviente de que Dios no cambió de parecer acerca de la creación del hombre. También, el contexto de este pasaje es una descripción del estado pecaminoso en que el hombre estaba viviendo, y fue el pecado del hombre lo que causó el dolor de Dios, no la existencia del hombre. Veamos lo que Jonás 3:10 dice - “Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino; y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo.” Nuevamente, la misma palabra hebrea es usada aquí, la cual expresa “sentir pena o dolor por” ¿Por qué tenía Dios “dolor” por lo que Él había planeado para los ninivitas? Porque ellos tuvieron un cambio de corazón, y como resultado cambiaron sus caminos de desobediencia por obediencia. Dios es totalmente consistente. Dios iba a juzgar a Nínive por su maldad. Sin embargo, Nínive se arrepintió y cambió sus caminos. Como resultado, Dios tuvo misericordia de Nínive, lo que es enteramente consistente con Su carácter.
Romanos 3:23 nos enseña que todos los hombres pecan, y su conducta queda corta ante las normas y demandas de Dios. Romanos 6:23 dice que la consecuencia de esto es la muerte (espiritual y física). Así que, la gente de Nínive era merecedora del castigo. Todos nosotros enfrentamos esta misma situación, ya que es la elección del hombre por el pecado, lo que nos separa a todos de Dios. El hombre no puede hacer responsable a Dios por su propio predicamento. Así que sería contrario al carácter de Dios el no castigar a los ninivitas si éstos continuaban pecando. Sin embargo, la gente de Nínive decidió obedecer, y como consecuencia, el Señor decidió no castigarlos como originalmente lo había decidido. ¿El cambio por parte de los ninivitas obligó a Dios a hacer lo que hizo? ¡Absolutamente no! Dios no puede ser colocado en una posición de obligación hacia el hombre. Dios es bueno y justo, y eligió no castigar a los ninivitas como resultado de su cambio de corazón. Si algo hacen estos pasajes, es apuntar al hecho de que Dios no cambia, porque si el Señor no hubiera preservado a los ninivitas, esa acción habría sido contraria al carácter de Dios.
Las Escrituras que describen a Dios aparentemente “cambiando de parecer” son intentos humanos por explicar las acciones de Dios. Dios iba a hacer algo, pero en lugar de ello hizo otra cosa. Para nosotros, eso suena como un cambio. Pero para Dios, quien es omnisciente y soberano, no es un cambio. Dios siempre supo lo que Él iba a hacer. Dios también sabía lo que Él necesitaría hacer para que la humanidad hiciera lo que Él quería que hiciera. Dios amenazó a Nínive con destruirlo, sabiendo que eso causaría el arrepentimiento de los ninivitas. Dios amenazó a Israel con destrucción, sabiendo que Moisés intercedería por ellos. Dios no lamenta Sus decisiones, pero se entristece por lo que hace la humanidad en respuesta a Sus decisiones. Dios no cambia de parecer, sino que actúa consistentemente con Su Palabra en respuesta a nuestras acciones.
Hay un sentido en el que Dios ama a todos en el mundo entero (Juan 3:16; 1 Juan 2:2; Romanos 5:8) Este amor no es condicional – está basado solo en el hecho de que Dios es un Dios de amor (1 Juan 4:8, 16). El amor de Dios por toda la humanidad resulta en el hecho de que Dios muestra Su misericordia al no castigar a la gente de inmediato por sus pecados (Romanos 3:23; 6:23). Si Dios no amara a todos, estaríamos ahora mismo en el infierno. El amor de Dios por el mundo es manifestado en el hecho de que Él da a la gente la oportunidad de arrepentirse (2 Pedro 3:9). Sin embargo, el que Dios ame al mundo no significa que Él ignore el pecado. Dios es también un Dios de justicia (2 Tesalonicenses 1:6). El pecado no puede quedar impune para siempre (Romanos 3:25-26).
La mayor prueba de amor de la eternidad está descrita en Romanos 5:8, “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Cualquiera que ignore el amor de Dios, que rechace a Cristo como su Salvador, que niegue al Salvador que lo rescató (2 Pedro 2:1); estará sujeto a la ira de Dios por una eternidad (Romanos 1:18), y no a Su amor (Romanos 6:23). El amor incondicional de Dios se muestra en cuanto a Su misericordia hacia todos. Pero Dios ama condicionalmente sólo a aquellos que ponen su fe en Su Hijo para la salvación. (Juan 3:36). Sólo aquellos que creen en Jesucristo como su Señor y Salvador experimentarán el amor de Dios por la eternidad.
¿Dios ama a todos? Sí. ¿Dios ama más a los cristianos que a quiénes no lo son? No. ¿Dios ama de una manera diferente a los cristianos de lo que ama a los no creyentes? Sí. Dios ama a todos por igual en cuanto a Su misericordia para todos. Dios solo ama a los cristianos en cuanto a que ellos tienen Su eterna gracia y misericordia – la promesa de Su amor eterno en el Cielo. Es este amor de Dios por todos nosotros, lo que debería llevarnos a recibir Su amor eterno.
Cuando Dios realizó poderosos y asombrosos milagros para los israelitas ¿lograron éstos que ellos lo obedecieran? No, los israelitas constantemente desobedecieron y se rebelaron contra Dios aún cuando presenciaron todos esos milagros. La misma gente que vio a Dios abrir las aguas del Mar Rojo, dudó más tarde si Dios sería capaz de llevarlos a conquistar a los habitantes de la Tierra Prometida. Lea la parábola en Lucas 16:19-31. En ella, un hombre en el infierno le pide a Abraham enviar a Lázaro de entre los muertos para advertir a sus hermanos. Abraham le dijo al hombre que, “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (Lucas 16:31).
Jesús realizó incontables milagros, sin embargo, la gran mayoría de la gente no creyó en Él. Si en la actualidad Dios realizara milagros como los que hizo en el pasado, ocurriría el mismo resultado. La gente quedaría asombrada y creería en Dios por un corto tiempo. La fe sería superficial y desaparecería al momento en que algo inesperado o amenazante ocurriera. Una fe basada en milagros no es una fe madura. Dios realizó el milagro más grande de todos los tiempos al venir al mundo en la forma humana de Jesucristo, para morir en la cruz por nuestros pecados (Romanos 5:8), para que pudiéramos ser salvados (Juan 3:16). Dios aún realiza milagros – muchos de ellos simplemente pasan inadvertidos o son negados. Sin embargo, no necesitamos más milagros. Lo que necesitamos es creer en el milagro de la salvación a través de la fe en Jesucristo.
Otro importante concepto para entenderlo es el hecho de que el propósito de los milagros era el autentificar al realizador de esos milagros. Hechos 2:22 declara, “Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis.” Lo mismo es dicho de los apóstoles, “Con todo, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros.” (2 Corintios 12:12). Hablando del Evangelio, Hebreos 2:4 proclama, “Testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según Su voluntad.” Nosotros tenemos ahora la verdad de Jesús registrada en la Escritura. Tenemos también los escritos de los apóstoles impresos en la Escritura. Jesús y Sus apóstoles, como está escrito en la Biblia, son la piedra angular y el fundamento de nuestra fe (Efesios 2:20). En este sentido, los milagros ya no son necesarios, porque el mensaje de Jesucristo y Sus apóstoles ya ha sido certificado y detalladamente registrado en las Escrituras. Sí, Dios aún hace milagros. Al mismo tiempo, no debemos necesariamente esperar hoy que ocurran milagros como los registrados en la Biblia.
Es importante comprender aquí, en qué sentido es utilizada la palabra “celoso.” La manera en que es usada en Éxodo 20:5 para describir a Dios, es muy diferente al uso que se le da para describir el pecado de los celos (Gálatas 5:20). Cuando usamos la palabra “celoso,” la utilizamos en el sentido de estar envidiosos de alguien que tiene algo que nosotros no tenemos. Una persona puede estar celosa o envidiosa de otra persona, porque él o ella tiene un bonito carro o casa (posesiones). O una persona puede estar celosa o envidiosa de otra persona, porque aquella posee alguna habilidad o destreza que ésta no tiene (como habilidades atléticas). Otro ejemplo sería el que una persona pueda estar celosa o envidiosa de otra por su belleza.
Cuando vemos este texto, encontramos que no es que Dios esté celoso o envidioso porque alguien tiene algo que Él quiere y no posee. Éxodo 20:4-5 dice, “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra: No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso...”. Notemos que en este texto, Dios está hablando acerca de ser celoso si alguien da a otro algo que sólo le pertenece a Él.
En estos versos, Dios está hablando de la gente que hace ídolos y se inclina ante ellos y los adora, en lugar de dar a Dios la gloria y alabanza que sólo le pertenece a Él. Dios es posesivo con la adoración y el servicio que le pertenece. Es un pecado (como Dios lo señala en este mandamiento) adorar o servir a alguien más que no sea a Él. Así que, en resumen, es un pecado cuando deseamos, o estamos envidiosos, o celosos de alguien porque tiene algo que nosotros no poseemos. Es un uso diferente de la palabra celoso, cuando Dios dice que Él lo es. De lo que está celoso es de lo que le pertenece; la adoración y el servicio le pertenece a Él, y que son para brindarlos sólo a Él.
Tal vez un ejemplo práctico nos ayude a comprender más la diferencia. Si un esposo ve a otro hombre coqueteando con su esposa, él tiene razón en ponerse celoso, porque solo él tiene el derecho de cortejar a su esposa. Este tipo de celos no es pecado. Es más, es enteramente apropiado. Estar celoso de algo que te pertenece es bueno y apropiado. Los celos son un pecado cuando es un deseo de algo que no te pertenece. La adoración, la alabanza, el honor y la adoración pertenecen sólo a Dios, porque sólo Él es digno de ello. Por lo tanto, Dios es justamente celoso cuando esa adoración, alabanza, honor o adoración es brindada a los ídolos. Esta es precisamente la clase de celos a los que se refiere el apóstol Pablo en 2 a Corintios 11:2, “Porque os celo con celo de Dios,.....”
El sexismo es un género, usualmente el masculino, ejerciendo dominio sobre otro género, usualmente el femenino. La Biblia contiene muchas referencias de mujeres que, en nuestras mentes modernas, suenan discriminatorias hacia ellas. ¿Significa esto que Dios, y por lo tanto la Biblia, es sexista? Debemos recordar que cuando la Biblia describe una situación, no significa necesariamente que la respalde. La Biblia describe a hombres tratando a las mujeres como poco menos que una propiedad, pero eso no significa que la Biblia conceda su aprobación a tal acción. Aún en las situaciones en que en la Biblia es dado un mandato respecto al trato de las mujeres, no es necesariamente una indicación de la norma ideal de Dios. La Biblia se enfoca mucho más en la reforma de nuestras almas que en nuestras sociedades. Dios sabe que un cambio en el corazón resultará en un cambio en el comportamiento humano.
Durante los tiempos del Antiguo Testamento, en todo el mundo existía una sociedad patriarcal. Esta situación histórica es muy clara – no solo en la Escritura sino en las leyes sociales que gobernaban la mayoría de las sociedades en el mundo. Para los valores de los sistemas modernos y el mundial punto de vista humano, esto es llamado “sexismo.” Dios dispuso el orden en la sociedad, no el hombre, y Él es el autor del establecimiento de los principios de la autoridad. Sin embargo, como en cualquier otra situación, el hombre caído ha corrompido este orden. Eso ha resultado en la desigualdad e injusticia de la posición del hombre y la mujer a través de la historia. La exclusión y la discriminación que encontramos en nuestro mundo no es algo nuevo. Es el resultado de la caída del hombre y la introducción del pecado en el mundo – lo cual es rebelión contra Dios. Por lo tanto, podemos justamente decir que el término y la práctica del “sexismo” es el resultado de – un producto del – pecado de la humanidad. La revelación progresiva de la Biblia nos lleva hacia la cura del sexismo, así como de todas las prácticas pecaminosas de la raza humana.
Para encontrar y mantener un balance espiritual entre las posiciones de autoridad ordenadas por Dios, debemos consultar la Escritura. El Nuevo Testamento es el cumplimiento del Antiguo, y en él encontramos principios que nos indican la línea correcta de autoridad y la cura para el pecado, la enfermedad de toda la raza humana, y eso incluye la discriminación basada en el género de la persona.
La cruz de Cristo es el gran nivelador. Juan 3:16 dice “...para que todo aquel...” y esa es una declaración que incluye a todos sin excluir a nadie, basándose en su posición social, mental, de capacidad o de género. También encontramos pasajes en Gálatas, que nos hablan de nuestra igual oportunidad para salvación. “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” (Gálatas 3:26-28). No hay sexismo en la cruz.
La Biblia no es sexista. ¿Por qué? Porque retrata fielmente el resultado del pecado. En la Biblia están registrados toda clase de pecados: dominio y esclavitud, así como las fallas de sus grandes héroes. Al mismo tiempo también nos da la respuesta y la cura para esos pecados contra Dios y Su establecimiento del orden. ¿La respuesta? Una correcta relación con Dios. El Antiguo Testamento apuntaba hacia el futuro sacrificio supremo, y cada vez que se realizaba un sacrificio por el pecado, se enseñaba la necesidad de una reconciliación con Dios. En el Nuevo Testamento, el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” había nacido, muerto, sepultado, resucitado nuevamente, y ascendido a Su lugar en los cielos, desde donde intercede por nosotros. Es a través de la fe en Cristo que se encuentra la cura para el pecado y eso incluye el pecado del sexismo.
El cargo de sexismo en la Biblia está basado en la falta de conocimiento de la Escritura. Cuando los hombres y las mujeres de todas las edades han tomado los lugares designados por Dios, y vivido de acuerdo a “Así dice el Señor”, entonces se da un maravilloso balance entre los dos géneros. Este balance es con el que Dios los inició y es con el que Él concluirá. Se brinda una exagerada atención a las muchas consecuencias del pecado y no a la raíz del mismo. Es sólo cuando existe una reconciliación con Dios a través del Señor Jesucristo, que encontramos la verdadera igualdad. “...y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).
También es muy importante comprender que el hecho de que la Biblia asigne roles diferentes al hombre y a la mujer no es sexismo. La Biblia hace abundantemente claro que Dios espera que el hombre adopte el rol de liderazgo en la iglesia y el hogar. ¿Eso hace inferior a la mujer? ¡Absolutamente no! Lo que significa es que en nuestro mundo contaminado por el pecado, debe haber una estructura y una autoridad. Dios ha instituido los roles de autoridad para nuestro beneficio. El sexismo es el abuso de estos roles... no la existencia de éstos.
¿Por qué permite Dios los terremotos, tornados, huracanes, tsunamis, tifones, avalanchas de lodo, y otros desastres naturales? La tragedia del tsunami en Asia a finales del 2004, El huracán Katrina en 2005, en el sureste de los Estados Unidos, y las avalanchas de lodo en el 2006 en Filipinas tienen a mucha gente cuestionando la bondad de Dios. Es triste que con frecuencia los desastres naturales sean nombrados como “actos de Dios” mientras que no se le da “crédito” a Dios por años, décadas, o aún siglos de un clima benéfico. Dios creó todo el universo y las leyes de la naturaleza (Génesis 1:1) La mayoría de los desastres naturales son el resultado de estas leyes en acción. Los huracanes, tifones y tornados son el resultado de la colisión de diferentes patrones climáticos. Los terremotos son el resultado de desplazamientos de las placas en la estructura de la corteza terrestre. Un tsunami es causado por un terremoto submarino.
La Biblia proclama que en Jesucristo subsiste el control de la naturaleza (Colosenses 1:16-17). ¿Podría Dios prevenir los desastres naturales? ¡Absolutamente! ¿Algunas veces influencia Dios el clima? Si, ver Deuteronomio 11:17 y Santiago 5:17. ¿Algunas veces causa Dios los desastres naturales como juicio contra el pecado? Si, ver Números 16:30-34. El libro de Apocalipsis describe muchos eventos que definitivamente pueden ser descritos como desastres naturales (Apocalipsis capítulos 6, 8 y 16). Entonces, ¿Es cada desastre natural un castigo de Dios? Absolutamente no.
De forma muy parecida a la que Dios permite que la gente mala cometa actos malvados, Dios permite que la tierra demuestre las consecuencias que tiene el pecado sobre la creación. Romanos 8:19-21 nos dice que, “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.” La caída de la humanidad en el pecado tuvo efectos en todo, incluyendo el universo que habitamos. Todas las cosas en la creación fueron sujetadas a la “vanidad” y a la “corrupción”. El pecado es la causa final de los desastres naturales, así como lo es la causa de la muerte, la enfermedad y el sufrimiento.
Así que, regresamos donde empezamos. Podemos entender por qué ocurren los desastres naturales. Lo que no comprendemos es por qué Dios permite que ocurran. ¿Por qué permitiría Dios que el tsunami matara a más de 225,000 personas en Asia? ¿Por qué permitió Dios que el huracán Katrina destruyera las casas de cientos de miles de gente? Lo que podemos saber es esto... ¡Dios es bueno! Hay muchos milagros asombrosos, que ocurren durante el proceso de desastres naturales –evitando una mayor pérdida de vidas. Los desastres naturales causan que millones de personas reevalúen sus prioridades en la vida. Cientos de millones de dólares en ayuda son enviados para auxiliar a la gente que está sufriendo. Los ministerios cristianos tienen la oportunidad de ayudar, ministrar, aconsejar, orar – y guiar a la gente a la fe salvadora en Cristo. Dios puede, y lo hace, traer grandes bienes de terribles tragedias (Romanos 8:28).
Al examinar la Escritura, hay dos factores que resultan claros: El primero, es que Dios es un Espíritu, y no posee características o limitaciones humanas; segundo, que toda la evidencia contenida en la Escritura concuerda en que Dios se reveló a Sí mismo a la raza humana en forma masculina. Antes que nada, debe ser entendida la verdadera naturaleza de Dios. Dios es una Persona, obviamente, porque Dios exhibe todas las características de una personalidad propia: Dios tiene una mente, una voluntad, un intelecto y emociones. Dios se comunica, se relaciona, y las acciones personales de Dios son evidenciadas a través de toda la Escritura.
Como Juan 4:24 declara, “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” Puesto que Dios es un ser espiritual, Él no posee características físicas humanas. Sin embargo, algunas veces el lenguaje figurativo usado en la Escritura, le asigna características humanas a Dios, a fin de hacer posible que sean entendidas por el hombre. Esta asignación de características humanas para describir a Dios es llamada “antropomorfismo”. El antropomorfismo es simplemente un medio mediante el cual Dios (siendo un ser espiritual), comunica verdades acerca de Su naturaleza al hombre, un ser físico. Puesto que el hombre es un ser físico, está limitado en su comprensión de aquellas cosas que están más allá de su esfera física, y así el antropomorfismo en la Escritura, ayuda al hombre a entender quien es Dios.
Parte de la dificultad surge al examinar el hecho de que el hombre fue creado a la imagen de Dios. Génesis 1:26-27 dice: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su (propia) imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.”
Lo que esto significa, es que ambos, tanto el hombre como la mujer, fueron creados a la imagen de Dios, con esto, ellos son más grandes que todas las otras cosas creadas; porque ellos, como Dios, tienen una mente, voluntad, intelecto, emociones y capacidad moral. Los animales no poseen capacidad moral y tampoco poseen un componente inmaterial como lo tiene la raza humana. Génesis nos dice que cuando el hombre fue creado por Dios, Él lo creó a Su propia imagen. La imagen de Dios es el componente espiritual que sólo el hombre posee. Dios creó al hombre para tener una relación con Él; el hombre es la única creación designada para este propósito.
Eso dice que, el hombre y la mujer sólo son diseños semejantes a la imagen de Dios – no son pequeñas “copias al carbón” de Dios y el hecho de que sean hombres y mujeres no significa que Dios tenga características masculinas o femeninas. Recuerda, el haber sido hechos a la imagen de Dios, no tiene nada que ver con las características físicas.
Sabemos que Dios es un Ser Espiritual, y no posee características físicas. Sin embargo, esto no es una limitación para que Dios pueda elegir revelarse a Sí Mismo a la raza humana. La Escritura contiene toda la revelación que Dios dio al hombre acerca de Sí Mismo, y así es la única fuente verdadera y objetiva de información acerca de Dios. Al leer lo que nos dice la Escritura, encontramos muchas observaciones evidentes acerca de la forma en la cual Dios se revela a Sí Mismo a la raza humana:
Para comenzar, la Escritura contiene casi 170 referencias de Dios como el “Padre”. Por lógica, uno no puede ser padre, a menos que sea varón. Si lo que se quiso comunicar era que Dios eligió revelarse al hombre en forma femenina, entonces se hubiera usado la palabra “madre” en lugar de “padre”. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, los pronombres masculinos son usados una y otra vez con referencia a Dios.
Jesucristo se refirió varias veces a Dios como el Padre, y en otros casos usó el pronombre masculino para referirse a Dios. Sólo en los Evangelios, cerca de 160 veces, Cristo utiliza el término “Padre” en relación directa con Dios. Es de particular interés la declaración de Cristo en Juan 10:30. Él dice aquí, “Yo y (mi) el Padre uno somos” Obviamente, Jesucristo vino en la forma humana de un hombre para morir en la cruz y pagar por los pecados del mundo, y como Dios el Padre, se reveló a la humanidad en la forma masculina. La Escritura registra muchos otros ejemplos donde Cristo utiliza nombres y pronombres masculinos con referencia a Dios.
Las Epístolas del Nuevo Testamento (de Hechos a Apocalipsis), también contienen cerca de 900 versos donde la palabra “theos” – un nombre masculino en griego – es usado en directa referencia a Dios. Casi siempre es traducida como “Dios” en las versiones en español.
En incontables referencias a Dios dentro de la Escritura, existe claramente un patrón consistente de referencia a Él con títulos, nombres y pronombres masculinos. Mientras que Dios no es un hombre, sino un Espíritu, Él eligió la forma masculina a fin de revelarse a Sí Mismo a la humanidad. De la misma manera, Jesucristo, quien constantemente es referido con títulos, nombres y pronombres masculinos, adoptó la forma masculina mientras Él estuvo en la tierra. Los profetas del Antiguo Testamento y los apóstoles del Nuevo Testamento, se refieren tanto a Dios como a Jesucristo con nombres y títulos masculinos. Dios eligió revelarse en esta forma, para que el hombre comprendiera más fácilmente quien es Dios. El afirmar que Dios eligió la forma femenina para revelarse al hombre, no es consistente con el patrón establecido por la Escritura. Nuevamente, si Dios hubiera elegido la forma femenina, habría más evidencia de ello en la Escritura. Tal evidencia simplemente no existe. Mientras que Dios es condescendiente con el ser humano, para que éste pueda comprenderlo, es importante no tratar de “meter a Dios en una caja” por así decirlo, al imponerle limitaciones que no son apropiadas a la naturaleza de quien es Él.
Para un no creyente, el temor de Dios es temer el juicio de Dios y la muerte eterna, la cual es la separación eterna de Dios (Lucas 12:5; Hebreos 10:31). Para un creyente, el temor de Dios es algo muy diferente. El temor del creyente es el reverenciar a Dios. Hebreos 12:28-29 es una buena descripción de esto, “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor.” Esta reverencia y admiración es exactamente lo que significa el temor de Dios para los cristianos. Este es el factor que nos motiva a rendirnos al Creador del Universo.
Proverbios 1:7 declara, “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová...” Hasta que comprendamos quien es Dios, y desarrollemos un temor reverencial hacia Él, no podremos adquirir la verdadera sabiduría. La verdadera sabiduría sólo procede del entendimiento de quién es Dios – que Él es santo, justo y soberano. Deuteronomio 10:12,20,21 dice, “Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma.” – “A Jehová tu Dios temerás, a Él solo servirás, a Él seguirás, y por su nombre jurarás. Él es el objeto de tu alabanza, y Él es tu Dios, que ha hecho contigo estas cosas grandes y terribles que tus ojos han visto.” El temor de Dios es la base para nuestro andar en Sus caminos; servirle y sí, amarlo.
Muchos tienen la tendencia de minimizar el temor de Dios de los creyentes, interpretándolo como “respetarlo”. Mientras que el respeto indiscutiblemente está incluido en el concepto del temor de Dios, es mucho más que eso. El temor bíblico de Dios para un creyente, incluye el entender lo mucho que Dios aborrece el pecado y temer Su juicio sobre éste – aún en la vida de un creyente. Hebreos 12:5-11 describe la disciplina de Dios hacia el creyente. Aunque es hecha en amor (Hebreos 12:6), aún así es algo para temerse. Como hijos, el temor a la disciplina de nuestros padres se espera que prevenga las malas acciones. Lo mismo debe ser verdad en nuestra relación con Dios. Debemos temer Su disciplina y por lo tanto, buscar el vivir nuestras vidas de tal manera que lo agrademos.
Los creyentes no deben “tener miedo” de Dios. No tenemos razón para tenerle miedo. Tenemos Su promesa de que nada podrá separarnos de Su amor (Romanos 8:38-39). Tenemos Su promesa de que nunca nos dejará o desamparará (Hebreos 13:5). El temer a Dios significa tener tal reverencia por Él, que éste tenga un gran impacto en la manera en que vivimos nuestras vidas. El temor de Dios es reverenciarlo, someternos a Su disciplina, y adorarlo con admiración.
La Biblia nos dice que nadie ha visto a Dios (Juan 1:18) excepto el Señor Jesucristo. En Éxodo 33:20 Dios declara, “No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá.” Estos textos parecen contradecir otras Escrituras que describen a varias personas “viendo” a Dios. Por ejemplo, Éxodo 33:19-23 describe a Moisés hablando con Dios, “cara a cara”. ¿Cómo es que Moisés pudo hablar con Dios “cara a cara” si nadie puede ver el rostro de Dios y vivir? En este caso, la frase “cara a cara” es una figura del lenguaje, indicando que ellos tenían una estrecha comunión. Dios y Moisés hablaban entre ellos “como si” fueran dos seres humanos teniendo una conversación privada.
En Génesis 32:30, Jacob vio a Dios aparecer como un ángel. Él realmente no vio a Dios. Los padres de Sansón estaban aterrorizados cuando se dieron cuenta de que habían visto a Dios (Jueces 13:22), pero ellos sólo lo vieron aparecer como un ángel. Jesús era Dios encarnado (Juan 1:1,14) así que cuando la gente lo veía, ellos veían a Dios. Por lo que, sí, Dios puede ser “visto” y mucha gente ha “visto” a Dios. Al mismo tiempo, nadie jamás ha visto a Dios revelado en toda Su gloria. En nuestra caída condición humana, si Dios se revelara totalmente a nosotros, seríamos consumidos. Por esta razón, Dios mismo se oculta y aparece en formas en las cuales podemos “verlo”. Sin embargo, esto es diferente a ver a Dios en todo el despliegue de Su gloria y santidad. La gente ha visto visiones de Dios, imágenes de Dios y apariencias de Dios – pero nadie ha visto a Dios en toda Su plenitud (Éxodo 33:20).
Juan 9:31 declara, “Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad a éste oye.” También se ha dicho que la única oración que Dios escucha de un pecador es la oración para salvación. Como resultado de esta Escritura, algunos creen que Dios no escucha y/o nunca responderá las oraciones de un incrédulo. Sin embargo en el contexto, la Escritura dice que Dios no realiza milagros a través de un incrédulo. Los siguientes textos describen a Dios escuchando y respondiendo las oraciones de un incrédulo. 1 Juan 5:14-15 nos dice que Dios responde las oraciones en base a si las peticiones están de acuerdo con Su voluntad. Este principio tal vez, se aplica a los no creyentes. Si un incrédulo ora a Dios de acuerdo a Su voluntad, nada impide que Dios responda a tal oración de acuerdo a Su voluntad.
Al examinar los siguientes pasajes, vemos que la oración está involucrada en la mayoría de estos casos. En una o dos, Dios responde al clamor del corazón (no se establece si este clamor estaba dirigido a Dios). En algunos de estos casos, la oración parece estar combinada con arrepentimiento. Pero en otros casos, la oración era simplemente para una bendición o necesidad terrenal, y Dios respondió a ambas por misericordia, o en respuesta a una genuina búsqueda o fe de la persona. Estos son algunos pasajes que tratan con la oración de un no creyente.
La gente de Nínive; Jonás 3:5-10; para que Nínive fuera perdonado.
Agar e Ismael; Génesis 21:14-19; no fue tanto una oración, sino un clamor del corazón por su hijo, quien estaba próximo a morir.
Acab: 1 Reyes 21:17-29; especialmente vers. 27-29; Acab ayuna y gime por la profecía de Elías concerniente a su posteridad. Dios responde no aplicando tal maldición durante la vida de Acab.
La mujer de la región de Tiro y Sidón: Marcos 7:24-30; para que Jesús liberara a su hija de un demonio.
Cornelio, el centurión romano; Hechos 10; no se menciona la petición de su oración (Hechos 10:30), pero le es mostrado el camino para su salvación.
Dios hace promesas que son aplicables a todos (tanto salvos como no salvos), tales como Jeremías 29:13: “Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón.” Este fue el caso de Cornelio en Hechos 10:1-6. Pero hay muchas promesas que de acuerdo con el contexto de los pasajes, son sólo para cristianos. Los cristianos, habiendo recibido a Cristo como su Salvador, somos animados a acercarnos confiadamente al trono de gracia para alcanzar misericordia en tiempos de necesidad (Hebreos 4:14-16). Se nos dice que cuando pidamos cualquier cosa de acuerdo a la voluntad de Dios, Él nos escucha y nos concederá lo que pedimos (1 Juan 5:14-15). Hay muchas otras promesas para los cristianos concernientes a la oración (Mateo 21:22; Juan 14:13; Juan 15:7). Por lo tanto, sí, hay situaciones en las que Dios no responde las oraciones de un no creyente. Al mismo tiempo, en Su gracia y misericordia, Dios puede intervenir en las vidas de los inconversos en respuesta a sus oraciones.
Definición del monoteísmo - Monoteísmo proviene de las palabras “mono” (único) y “teísmo” (la creencia en Dios). Específicamente, es la creencia en un solo y verdadero Dios, quien es el único creador, sustentador, y juez de toda la creación. El monoteísmo difiere del henoteísmo, que es la creencia en múltiples dioses con un Dios supremo sobre todos ellos. También es opuesto al politeísmo, que es la creencia en la existencia de más de un dios.
Hay muchos argumentos para el monoteísmo, incluyendo aquellos que provienen de una revelación especial (la Escritura) o revelación natural (filosofía), así como de la antropología histórica. Estas solo serán explicadas brevemente a continuación, y esto no debe ser considerado de ninguna manera como una información exhaustiva.
Argumentos bíblicos del monoteísmo - Deuteronomio 4:35 “A ti te fue mostrado, para que supieses que Jehová es Dios, y no hay otro fuera de Él.” Deuteronomio 6:4, “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es.” Malaquías 2:10ª, “¿No tenemos todos un mismo Padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios?” 1 Corintios 8:6, “Para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para Él, y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas y nosotros por medio de Él.” Efesios 4:6, “un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.” 1 Timoteo 2:5 “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.” Santiago 2:19 “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.”
Obviamente, para mucha gente, no será aceptable el que simplemente se diga que hay un solo Dios porque así lo dice la Biblia. Esto es porque en primer lugar, sin Dios no hay manera de probar que la Biblia sea Su palabra. Sin embargo, uno podría argüir que, puesto que la Biblia contiene la mayor evidencia sobrenatural confiable, confirma lo que enseña y el monoteísmo puede ser afirmado dentro de estos términos. Un argumento similar serían las creencias y enseñanzas de Jesucristo, quien comprobó que Él era Dios (o al menos aprobado por Dios), por Su milagroso nacimiento, Su vida y el milagro de Su resurrección. Dios no puede mentir o engañar; por lo tanto, lo que Jesús creía y enseñaba era verdad. De esta manera, el monoteísmo en el cual Jesús creía y enseñaba, es verdadero. Este argumento puede no ser muy impresionante para aquellos que no están familiarizados con el caso de las confirmaciones sobrenaturales de la Escritura y Cristo, pero este es un buen lugar para comenzar para alguien que está familiarizado con su validez.
Argumentos históricos del monoteísmo - Los argumentos procedentes de la popularidad son notoriamente sospechosos, pero es interesante apreciar cuánto ha afectado el monoteísmo a las religiones del mundo. La teoría popular evolutiva del desarrollo religioso es el resultado de una visión evolutiva de la realidad en general, y la presuposición de una antropología evolutiva que es apreciada en las culturas “primitivas” como representativa de las etapas primarias del desarrollo religioso. Pero los problemas con esta teoría evolutiva son muchos: (1) La clase de desarrollo que describe, nunca ha sido observada – de hecho, no parece haber un desarrollo significativo hacia el monoteísmo dentro de ninguna cultura – en realidad parece ser el caso opuesto. (2) El método antropológico para la definición de “primitivo” es equiparable al desarrollo tecnológico; sin embargo, este criterio es escasamente satisfactorio puesto que son muchos los componentes de una cultura determinada. (3) Las supuestas etapas con frecuencia están perdidas o son salteadas. (4) Finalmente, la mayoría de las culturas politeístas muestran vestigios de un temprano monoteísmo en su desarrollo. Lo que encontramos es que este Dios monoteístico era personal, masculino, vivía en el cielo, tenía gran conocimiento y poder; era el creador del mundo y era el autor de la moralidad que debemos obedecer; que le hemos desobedecido y por lo tanto separado de Él, pero que ha provisto una manera de reconciliación. Virtualmente cada religión contiene una variación de este Dios en algún punto de su pasado, antes de convertirse en el caos del politeísmo. Por lo tanto, parece que la mayor parte de las religiones comenzaron en monoteístas y se “volvieron” politeístas, animistas, y mágicas – y no viceversa. (El Islam es un caso muy raro, habiendo regresado al punto de partida de una creencia monoteísta). Aún con este movimiento, con frecuencia el politeísmo es funcionalmente monoteísta o henoteísta. Es una rara religión politeísta, la cual no tiene a uno de sus dioses como soberano sobre los demás, con dioses menores funcionando solo como intermediarios.
Argumentos filosóficos / teológicos para el monoteísmo.Hay muchos argumentos filosóficos para la imposibilidad de la existencia de más de un Dios. Mucho de esto depende en gran manera de una posición metafísica concerniente a la naturaleza de la realidad. Desafortunadamente, en un artículo tan corto sería imposible argumentar estas básicas posiciones metafísicas y luego proceder a mostrar lo que éstas señalan con respecto al monoteísmo, pero baste con asegurar que existen fuertes bases filosóficas y teológicas para estas verdades milenarias (y muchas son claramente evidentes en sí mismas). Brevemente entonces, veremos aquí tres argumentos que uno podría decidir explorar (en accidentado orden de dificultad):
1. Si hubiera más de un Dios, entonces el universo estaría en desorden debido a las múltiples autoridades y creadores, pero no lo está; por lo tanto, hay un solo Dios.
2. Puesto que Dios es totalmente un ser perfecto, entonces no puede haber un segundo Dios, porque éstos deberían diferir en alguna manera, y el diferir de esa completa perfección es ser menos perfecto y ya no ser Dios.
3. Puesto que Dios es infinito en Su existencia, entonces Él no puede tener partes (porque las partes no pueden ser añadidas hasta alcanzar el infinito). Si la existencia de Dios no es solo una parte de Él (como lo es para todas las cosas que puedan existir o no), entonces Él debe tener una existencia infinita. Por lo tanto, no puede haber dos seres infinitos, porque uno tendría que diferir del otro, y el diferir de una existencia infinita, equivale no existir del todo.
Alguien querría argumentar que muchos de estos puntos no excluirían a una sub-clase de “dioses”, y está bien. Aunque sabemos que esto es bíblicamente imposible, no hay nada de malo en ello, en teoría. En otras palabras Dios pudo haber creado una sub-clase de “dioses” pero sucede que en este caso no lo hizo. Si Él lo hubiera hecho, estos “dioses” serían solamente limitadas cosas creadas – probablemente muy parecidos a los ángeles (p.e. Salmo 82). Esto no daña el caso para el monoteísmo, el cual no dice que no puedan haber otros seres espirituales – sólo que no puede existir la presencia de otro Dios.
La pregunta de si hay un argumento concluyente para la existencia de Dios, ha sido debatida a través de la historia por gente extraordinariamente inteligente que se ha colocado a ambos lados de la disputa. En tiempos recientes, los argumentos contra de la posibilidad de la existencia de Dios han asumido un espíritu militante, que acusa a cualquiera que se atreva a creer en Dios, como alguien delirante e irracional. Karl Marx aseguraba que cualquiera que creyera en Dios debía tener un desorden mental que causaba la invalidación del intelecto. El psiquiatra Sigmund Freud escribió que una persona que creyera en un Dios Creador, era una persona delirante, y que sólo sostenía esas creencias debido a un factor de “cumplimiento de un deseo” lo que causó que Freud lo considerara como una posición injustificable. El filósofo Frederick Nietzsche dijo abiertamente que la fe equivalía a negarse a conocer lo que es verdadero. Las voces de estas tres figuras de la historia (junto con otras), ahora son simplemente repetidas por una nueva generación de ateos quienes claman que la creencia en Dios está intelectualmente injustificada.
¿Realmente es éste el caso? ¿El creer en Dios es mantener una posición racionalmente inaceptable? Fuera de lo referente a la Biblia, ¿puede establecerse un caso de la existencia de Dios que refute la posición tanto de los viejos como de los nuevos ateos, y ofrecer suficiente garantía para creer en un Creador? La respuesta es sí, se puede. Por otra parte, al demostrar la validez de un argumento a favor de la existencia de Dios, el caso del ateísmo resulta ser intelectualmente débil.
Para formar un argumento para la existencia de Dios, debemos comenzar por hacer las preguntas correctas. Comenzamos con la pregunta metafísicamente más básica: “¿Por qué tenemos algo, en vez de nada en absoluto?” Esta es la pregunta básica de la existencia - ¿Por qué estamos aquí; por qué está la Tierra aquí; por qué está aquí el universo en vez de la nada? Comentando sobre este punto, un teólogo ha dicho, “En un sentido, el hombre no hace las preguntas acerca de Dios; su existencia misma levanta la pregunta acerca de Dios.”
Al considerar esta pregunta, hay cuatro posibles respuestas del por qué tenemos algo en vez de nada en absoluto:
1. La realidad es una ilusión.
2. La realidad es/fue auto-creada.
3. La realidad es auto-existente (eterna)
4. La realidad fue creada por algo que es auto-existente.
Así que, ¿cuál es la solución más plausible? Comencemos con la realidad siendo simplemente una ilusión, lo cual es la creencia de un número de religiones orientales. Esta opción fue excluida hace siglos por el filósofo Rene Descartes quien es famoso por su declaración, “Pienso, luego existo.” Descartes, un matemático, argumentó que si él estaba pensando, entonces él debía “existir.” En otras palabras, “Pienso, por lo tanto, no soy una ilusión.” Las ilusiones requieren de algo que experimente la ilusión, y por otra parte, tú no puedes dudar de la existencia de ti mismo sin probar tu existencia; es un argumento auto-excluyente. Así que la posibilidad de que la realidad sea una ilusión queda eliminada.
La siguiente es la opción de que la realidad sea auto-creada. Cuando estudiamos filosofía, aprendemos sobre las declaraciones “analíticamente falsas”, lo que significa que son falsas por definición. La posibilidad de que la realidad sea auto-creada es una de esos tipos de declaraciones por la simple razón de que algo no puede ser anterior a sí mismo. Si tú te creaste a ti mismo, entonces tú debes haber existido antes para que te crearas a ti mismo, pero eso simplemente no puede ser. En la evolución a veces se refieren a esto como la “generación espontánea” – algo que procede de la nada – una posición que pocos, si no es que ninguna persona razonable sostiene, simplemente porque no puedes obtener algo de la nada. Aún el ateo David Hume dijo, “Yo nunca juzgué tan absurda una proposición como la de que cualquier cosa puede surgir sin una causa.” Puesto que algo no puede proceder de nada, la alternativa de la realidad como algo auto-creado es excluida.
Ahora, nos hemos quedado con solo dos elecciones – una realidad eterna, o la realidad siendo creada por algo que es eterno; un universo eterno o un Creador eterno. El teólogo del siglo XVIII Jonathan Edwards resumió esta encrucijada:
• Algo existe.
• La nada no puede crear algo.
• Por tanto, existe un “algo” necesario y eterno.
Notemos que tenemos que regresar a un “algo” eterno. El ateo que se burla del creyente en Dios por creer en un Creador eterno, debe recapacitar y aceptar la existencia de un universo eterno; es la única otra puerta que puede elegir. Pero ahora la pregunta es, ¿a dónde conduce la evidencia? ¿Acaso la evidencia apunta a la existencia de la materia antes que la mente, o a la mente antes que la materia?
Hasta ahora, todos los puntos clave de la evidencia científica y filosófica apuntan lejos de un universo eterno y hacia un Creador eterno. Desde el punto de vista científico, los científicos honestos admiten que el universo tuvo un principio, y todo lo que tiene un principio no es eterno. En otras palabras, todo lo que tiene un principio tiene una causa, y si el universo tuvo un principio, tuvo una causa. El hecho de que el universo tuvo un principio, es subrayado por evidencias tales como la segunda ley de la termodinámica, el eco de radiación del big bang descubierto a principios del siglo XX, el hecho de que el universo se esté expandiendo y pueda ser rastreado hasta un singular inicio, y la teoría de la relatividad de Einstein. Todas ellas prueban que el universo no es eterno.
Más aún, las leyes que rodean la causalidad hablan en contra de que el universo sea la causa última de todo lo que conocemos por este simple hecho: un efecto debe asemejarse a su causa. Siendo esto así, ningún ateo puede explicar cómo un universo impersonal, sin propósito, sin significado y amoral, accidentalmente creo seres (nosotros) que están llenos de personalidad y obsesionados con el propósito, el significado y las leyes morales. Tal cosa, desde el punto de vista causal, refuta por completo la idea de un universo natural dando origen a todo lo que existe. Así que al final, el concepto de un universo eterno es eliminado.
El filósofo J. S. Mill (no un cristiano) resumió a lo que ahora hemos llegado: “Es evidente en sí, que solo la Mente puede crear mente.” La única conclusión racional y razonable es que un Creador eterno es el responsable por la realidad tal como la conocemos. O poniéndolo en un conjunto de declaraciones lógicas:
• Existe algo.
• Tú no obtienes algo de nada.
• Por tanto necesariamente existe “algo” eterno.
• Las únicas dos opciones son un universo eterno y un Creador eterno.
• La ciencia y la filosofía han descartado el concepto de un universo eterno.
• Por tanto, existe un Creador eterno.
El alguna vez ateo Lee Strobel, quien llegó a este resultado final hace muchos años, ha comentado, “Esencialmente, me di cuenta de que siendo ateo, tendría que creer que la nada produce todo; que la no-vida produce vida; la aleatoriedad produce sincronización; que el caos produce información; que la inconsciencia produce consciencia; y la no-razón produce razón. Estos saltos de fe simplemente fueron demasiado grandes para que los aceptara, especialmente a la luz del caso afirmativo para la existencia de Dios… En otras palabras, en mi evaluación, la cosmovisión cristiana justificó la totalidad de la evidencia mucho mejor que la cosmovisión atea.”
Pero la próxima pregunta que debemos abordar es la siguiente: si existe un Creador eterno (y ya hemos demostrado que así es), ¿qué clase de Creador es Él? ¿Podemos inferir opiniones acerca de Él en base a las cosas que ha creado? En otras palabras ¿podremos entender la causa por sus efectos? La respuesta a esto es sí, podemos hacerlo, deduciendo las siguientes características:
• Él debe ser de naturaleza sobrenatural (puesto que Él creó el tiempo y el espacio).
• Él debe ser omnipotente (excesivamente poderoso).
• Él debe ser eterno (auto-existente).
• Él debe ser omnipresente (Él creó el espacio y no está limitado por él).
• Él debe ser eterno e inmutable (Él creó el tiempo).
• Él debe ser inmaterial porque trasciende el espacio y lo físico.
• Él debe ser personal (lo impersonal no puede crear la personalidad).
• Él debe ser infinito y único puesto que no puedes tener dos infinitos.
• Él debe ser plural y sin embargo tener unidad puesto que la unidad y la diversidad existen en la naturaleza.
• Él debe ser omnisciente (supremamente inteligente). Solo un ser cognoscitivo puede producir seres cognoscitivos.
• Él debe tener propósito puesto que creó todo deliberadamente.
• Él debe ser moral (ninguna ley moral puede obtenerse sin un dador).
• Él debe ser protector (o no habrían sido dadas leyes morales).
Siendo ciertas estas cosas, ahora preguntamos si alguna religión en el mundo describe a tal Creador. La respuesta a esto es sí: el Dios de la Biblia se ajusta perfectamente a este perfil. Él es sobrenatural (Génesis 1:1), poderoso (Jeremías 32:17), eterno (Salmo 90:2), omnipresente (Salmo 139:7), eterno/inmutable (Malaquías 3:6), inmaterial (Juan 5:24), personal (Génesis 3:9), necesario (Colosenses 1:17), infinito/único (Jeremías 23:24, Deuteronomio 6:4), plural pero con unidad (Mateo 28:19), inteligente (Salmo 147:4-5), con propósito (Jeremías 29:11), moral (Daniel 9:14), y protector (1 Pedro 5:6-7).
Un último punto por abordar sobre el tema de la existencia de Dios, es el asunto de cuán justificable es en realidad la posición del ateísmo. Puesto que el ateo afirma que la posición del creyente no es convincente, sólo es razonable voltear la pregunta y dirigirla de regreso a él. La primer cosa por entender es la afirmación que hace el ateo – “sin dios,” que es lo que significa “ateo” – es una posición insostenible de adoptar desde el punto de vista filosófico. Como dice el jurista y filósofo Mortimer Adler, “Una proposición existencial afirmativa puede ser probada, pero una proposición existencial negativa – una que niega la existencia de algo – no puede ser probada.” Por ejemplo, alguien puede asegurar que las águilas rojas existen y alguien más puede asegurar que las águilas rojas no existen. El primero sólo necesita encontrar una sola águila para probar su afirmación. Pero el segundo debe peinar el universo entero y literalmente estar en todo lugar al mismo tiempo para asegurarse que él no ha pasado inadvertida ninguna águila roja en alguna parte y en algún momento, lo cual es imposible de hacer. Esto es por lo que los ateos intelectualmente honestos, admitirán que ellos no pueden probar que Dios no existe.
En seguida, es importante entender el problema que rodea la seriedad de las afirmaciones de la verdad que se han hecho, y la cantidad de evidencia requerida para respaldar ciertas conclusiones. Por ejemplo, si alguien pone dos vasos de limonada frente a ti, y te dice que una puede ser más ácida que la otra; puesto que las consecuencias de elegir la bebida más ácida no son serias, no necesitarías una gran cantidad de evidencia para tomar tu decisión. Sin embargo, si el anfitrión le añadiera azúcar a un vaso pero en el otro pusiera veneno para ratas, entonces querrías tener la suficiente evidencia antes de tomar tu decisión.
Aquí es donde una persona sopesa las evidencias, al tratar de decidir entre el ateísmo y el creer en Dios. Puesto que el optar por el ateísmo podría resultar en irreparables consecuencias eternas, parecería que debiera demandarse del ateo presentar pruebas fundamentales y de peso para apoyar su postura, pero no puede. El ateísmo simplemente no puede presentar la prueba para la evidencia por la gravedad de los cargos que hace. En vez de ello, el ateo y aquellos a quien él convence de su posición, se deslizan a la eternidad con sus dedos cruzados, esperando no encontrar la desagradable verdad de que la eternidad realmente existe. Como dice Mortimer Adler, “Más consecuencias para la vida y la acción se derivan de la afirmación o negación de Dios, que de ninguna otra pregunta básica.”
Así que ¿el creer en Dios tiene una garantía intelectual? ¿Existe un argumento racional, lógico y razonable para la existencia de Dios? Absolutamente. Mientras que los ateos tales como Freud aseguran que aquellos que creen en Dios simplemente quieren el cumplimiento de un deseo, tal vez es Freud y sus seguidores quienes realmente sufren del cumplimiento de un deseo: la esperanza y el deseo de que no haya un Dios, ni a quién entregar cuentas, y por lo tanto tampoco un juicio. Pero refutando a Freud está el Dios de la Biblia, quien afirma Su existencia y el hecho de que verdaderamente vendrá un juicio para aquellos que sabían dentro de ellos mismos la verdad de que Él existe, pero que suprimieron esa verdad ( Romanos 1:20). Pero para aquellos que responden a la evidencia de que realmente existe un Creador, Él ofrece el camino de salvación que ha sido logrado a través de Su Hijo, Jesucristo: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” (Juan 1:12-13)
Dentro de todos nosotros existe un fuerte deseo de ser conocidos y conocer a otros. Más importante aún, es que toda la gente desea conocer a su Creador, aún si no profesan creer en Dios. En la actualidad estamos siendo bombardeados con anuncios que prometen muchas formas de satisfacer nuestros deseos de saber más, tener más y ser más. Sin embargo, las promesas vacías que vienen del mundo nunca podrán satisfacer de la manera en que nos puede satisfacer conocer a Dios. Jesús dijo, “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Juan 17:3).
Así que “¿cuál es la clave para conocer verdaderamente a Dios?” Primero, es imperativo entender que el hombre, por sí mismo, es incapaz de conocer verdaderamente a Dios, debido a su pecado. Las Escrituras nos revelan que todos somos pecadores (Romanos 3:11-20) y que ninguno alcanza el estándar de santidad requerido para tener comunión con Dios. También se nos dice que la consecuencia de nuestro pecado es la muerte (Romanos 6:23) y que pereceremos eternamente sin Dios, a menos que aceptemos y recibamos la promesa del sacrificio de Jesús en la cruz. Así que, a fin de conocer realmente a Dios, primero debemos recibirlo en nuestras vidas. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” (Juan 1:12). Nada es más importante que entender esta verdad cuando se trata de conocer a Dios. Jesús deja en claro que solo Él es el camino al cielo y al conocimiento personal de Dios: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Juan 14:6).
No hay ningún requisito para comenzar esta jornada aparte de aceptar y recibir las promesas arriba mencionadas. Jesús vino a darnos vida al ofrecerse Él mismo como un sacrificio, para que nuestros pecados no nos priven de conocer a Dios. Una vez que hayamos recibido esta verdad, podemos comenzar la jornada de conocer a Dios de una manera personal. Uno de los ingredientes clave en esta jornada es entender que la Biblia es la Palabra de Dios y es Su revelación de Él mismo, de Sus promesas y Su voluntad. La Biblia es esencialmente una carta de amor escrita de un Dios amoroso para nosotros, quien nos creó para conocerlo íntimamente. ¿Qué mejor manera de saber acerca de nuestro Creador que sumergirnos en Su Palabra, revelada a nosotros por esta misma razón? Y es importante continuar este proceso a través de toda la jornada. Pablo le escribe a Timoteo, “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (1 Timoteo 3:14-16; 2 Timoteo 3:14-17).
Finalmente, el conocer verdaderamente a Dios involucra nuestro compromiso de obedecer lo que leemos en las Escrituras. Después de todo, fuimos creados para hacer buenas obras (Efesios 2:10) a fin de ser parte del plan de Dios y continuar revelándolo al mundo. Llevamos la responsabilidad de vivir de acuerdo a la misma fe que es requerida para conocer a Dios. Somos la sal y la luz de este mundo (Mateo 5:13-14), designados para traer el sabor de Dios al mundo y para servir como luz que brille en medio de las tinieblas. No sólo debemos leer y entender la Palabra de Dios, debemos aplicarla en obediencia y permanecer fieles a ella (Hebreos 12). Jesús Mismo le concede la mayor importancia a amar a Dios con todo lo que somos y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22). Este mandamiento es imposible de guardar sin el compromiso de leer y aplicar Su verdad revelada en Su Palabra.
Estas son las claves para conocer verdaderamente a Dios. Desde luego, nuestras vidas comprenderán mucho más, cosas tales como comprometernos en la oración, devoción, compañerismo y adoración. Pero eso sólo puede lograrse haciendo una decisión de recibir a Jesús y Sus promesas en nuestra vida y aceptar que nosotros, por nosotros mismos, no podemos conocer realmente a Dios. Entonces nuestras vidas podrán estar llenas de Dios, y podremos experimentar lo que es conocerlo íntima y personalmente.
A fin de responder a esta pregunta, necesitamos primeramente distinguir la diferencia entre castigo y disciplina. Para los creyentes en Jesús, todo nuestro pecado – pasado, presente y futuro – ya ha sido castigado en la cruz. Como cristianos, nunca seremos castigados por el pecado. Esto fue hecho una vez y para siempre. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Por el sacrificio de Cristo, Dios ve solamente la justicia de Cristo cuando nos mira a través de Él. Nuestro pecado ha sido clavado en la cruz con Jesús, y nunca más seremos castigados por ello.
Sin embargo, el pecado que permanece en nuestras vidas, algunas veces requiere de la disciplina de Dios. Si continuamos actuando de manera pecaminosa y no nos arrepentimos y nos volvemos de ese pecado, Dios comienza a aplicarnos Su disciplina divina. Si no lo hiciera, Él no sería un Padre cuidadoso y amoroso. Así como disciplinamos a nuestros hijos por su propio bien, así también nuestro amoroso Padre celestial corrige a Sus hijos por su propio beneficio. Hebreos 12:7-13 nos dice, “Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados. Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado.”
Necesitamos recordar que el pecado es una constante en nuestras vidas, mientras todavía estemos en el mundo (Romanos 3:10, 23) Por tanto, no sólo tenemos que lidiar con la disciplina de Dios por nuestra desobediencia, sino que también tendremos que lidiar con las consecuencias naturales resultantes del pecado. Si un creyente roba algo, Dios lo perdonará y lo limpiará del pecado de robo, restaurando su compañerismo entre Él mismo y el ladrón arrepentido. Sin embargo, las consecuencias sociales del robo pueden ser severas, desde multas hasta encarcelamiento. Estas son consecuencias naturales del pecado y deben ser soportadas. Pero Dios trabaja aún a través de esas consecuencias para incrementar nuestra fe y glorificarse a Sí mismo.
La naturaleza infinita de Dios significa simplemente que Dios existe aparte de, y no está limitado por el tiempo o el espacio. Infinito significa “sin límites:” Cuando nos referimos a Dios como “infinito,” generalmente nos referimos a Él con términos como omnisciente, omnipotente, omnipresente, etc.
Omnisciente significa que Dios lo sabe todo, o que Él tiene un conocimiento ilimitado. Su conocimiento infinito es lo que lo califica como gobernante y juez soberano sobre todas las cosas. No sólo sabe Dios todo lo que sucederá, sino también sabe todas las cosas que pudieran haber sucedido. Nada toma a Dios por sorpresa, y nadie puede esconderse de Él. Hay muchos versos en la Biblia donde Dios revela este aspecto de Su naturaleza. Uno de ellos es 1 Juan 3:20 “…mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas.”
Omnipotente significa que Dios es todopoderoso o que Él tiene un poder ilimitado. Tener todo el poder es significativo, porque establece la habilidad de Dios para llevar a cabo Su soberana voluntad. En razón de que Dios es omnipotente y tiene un poder infinito, nada puede evitar lo que Su voluntad haya decretado que suceda, y nada puede detener o impedir que se cumplan sus propósitos divinos. Hay muchos versos en la Biblia en los que Dios revela este aspecto de Su naturaleza. Uno de tales versos está en el Salmo 115:3 “Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho.” O cuando respondió a la pregunta de Sus discípulos de “¿Quién, pues, podrá ser salvo? (Mateo 19:25), Jesús dice, “Para los hombres, esto es imposible; mas para Dios todo es posible.” (Mateo 19:26).
Omnipresente significa que Dios siempre está presente. No hay un lugar al que puedas ir para escapar de la presencia de Dios. Dios no está limitado por el tiempo o el espacio. Él está presente en cada punto del tiempo y del espacio. La presencia infinita de Dios es significativa porque establece que Dios es eterno. Dios siempre ha existido y siempre existirá. Antes del principio del tiempo, Dios ya era. Él no tiene principio ni fin, y nunca hubo un tiempo en el que Él no existiera, ni habrá un tiempo en el que Él cese de existir. Nuevamente, muchos versos en la Biblia nos revelan este aspecto de Dios, y uno de ellos está en el Salmo 139:7-10: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra.”
Porque Dios es infinito, también se dice que es trascendental, lo que simplemente significa que Dios está excesivamente muy por encima de la creación - es tanto mayor que la creación como independiente de ella. Lo que esto significa, es que Dios está tan infinitamente por encima y más allá de nosotros y de nuestra habilidad para comprenderlo, que si Él no se hubiera revelado a Sí mismo, nosotros no sabríamos ni entenderíamos cómo es Él. Pero, afortunadamente, Dios no nos ha dejado ignorantes de Él mismo. En vez de ello, Él se ha revelado a Sí mismo a nosotros a través tanto de la revelación general (la creación y nuestra conciencia) y la revelación especial (la Palabra de Dios escrita, la Biblia, y la Palabra viva de Dios, que es Jesucristo). Por tanto, podemos conocer a Dios, y podemos saber cómo reconciliarnos con Él y cómo vivir de acuerdo a Su voluntad. A pesar del hecho de que somos finitos y Dios es infinito, podemos saber y entender a Dios, porque Él se ha revelado a nosotros.
La palabra eterno significa “perpetuo, no teniendo ni principio ni fin.” El Salmo 90:2 nos habla acerca de la eternidad de Dios. “Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios.” Puesto que los humanos medimos todo en tiempo, es muy difícil para nosotros concebir algo que no tuvo principio, sino que siempre ha existido, y continuará para siempre. Sin embargo, la Biblia no trata de probar la existencia de Dios o Su eternidad, sino simplemente comienza con la declaración “En el principio Dios…” (Génesis 1:1), indicando que desde el principio del registro de los tiempos, Dios ya existía. Desde la duración que se extiende sin límite hacia atrás, a la duración que se extiende sin límite hacia adelante, desde las edades eternas a las edades eternas, Dios fue y es para siempre.
Cuando Moisés fue comisionado por Dios para ir a los israelitas con un mensaje Suyo, Moisés se preguntaba qué les diría si le preguntaban cuál era el nombre de Dios. La respuesta de Dios es altamente reveladora: “Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.” (Éxodo 3:14). Esto revela la verdadera esencia de Dios, Su auto-existencia, y que Él es el Ser de seres. También describe Su eternidad e inmutabilidad, así como su constancia y fidelidad en cumplir Sus promesas, porque eso incluye todo el tiempo, pasado, presente y futuro. El sentido es, no sólo Soy lo que Soy en el presente, sino Soy lo que he Sido y Soy lo que Seré, y Seré lo que Soy. Las propias palabras de Dios acerca de Su eternidad nos hablan desde las páginas de la Escritura.
Jesucristo, Dios encarnado, también constató Su deidad y eternidad ante la gente de Su tiempo al declararles, “Antes que Abraham fuese, YO SOY.” (Juan 8:58). Es claro que Jesús estaba afirmando ser Dios encarnado, porque los judíos, al escuchar esta declaración trataron de apedrearlo. Para los judíos, declarar que uno mismo es el Dios eterno era una blasfemia digna de la pena de muerte (Levítico 24:16). Jesús estaba afirmando que era eterno, así como Su Padre es eterno. Esto fue declarado nuevamente por Juan respecto a la naturaleza de Cristo: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.” (Juan 1:1). Antes del registro de los tiempos, Jesús y Su Padre eran uno en esencia, y compartían por igual el atributo de la eternidad.
Romanos 1:20 nos dice que la naturaleza eterna de Dios y su eterno poder son revelados a través de Su creación. Todos los hombres ven y entienden este aspecto de la naturaleza de Dios por el testimonio de los diversos aspectos del orden creado. El sol y los cuerpos celestes continúan en sus órbitas siglo tras siglo. Las estaciones vienen y van en su tiempo programado; los árboles producen hojas en primavera y las pierden en el otoño. Año tras año estas cosas continúan, y nadie puede detenerlas o alterar el plan de Dios. Todo esto da fe del eterno poder de Dios y Su plan para la tierra. Un día, Él creará un nuevo cielo y una tierra nueva y ellos, como Él, continuarán hasta la eternidad. Nosotros que pertenecemos a Cristo a través de la fe, continuaremos también por la eternidad, compartiendo la eternidad de nuestro Dios a cuya imagen fuimos creados.
La palabra omnipotente proviene de omni- que significa “todo” y potente que significa “poder.” Al igual que con los atributos de omnisciencia y omnipresencia, se entiende que, si Dios es infinito y soberano, lo cual sabemos que es, entonces Él también debe ser omnipotente. Él tiene todo el poder sobre todas las cosas en todos los tiempos en todas las formas.
Job habló del poder de Dios en Job 42:2 “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti.” Job estaba reconociendo la omnipotencia de Dios para llevar a cabo Sus planes. También Moisés, fue recordado por Dios que Él tenía todo el poder para llevar a cabo Sus propósitos respecto a los israelitas: “Entonces Jehová respondió a Moisés: ¿Acaso se ha acortado la mano de Jehová? Ahora verás si se cumple mi palabra, o no.” (Números 11:23).
En ninguna otra parte la omnipotencia de Dios es apreciada más claramente que en la creación. Dios dijo, “Sea… y fue” (Génesis 1:3, 6, 9, etc.) El hombre necesita herramientas y materiales para crear; Dios simplemente habla, y por el poder de Su Palabra, todo fue creado de la nada. “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca.” (Salmo 33:6).
El poder de Dios también es visto en la preservación de Su creación. Toda la vida sobre la tierra perecería si no fuera por la continua provisión de Dios de todo lo que necesitamos para comer, vestir y habitar, todo de recursos renovables sostenidos por Su poder, como el preservador del hombre y la bestia (Salmo 36:6). Los mares que cubren casi toda la tierra y sobre los que somos impotentes, nos arrollarían si Dios no hubiera prescrito sus límites (Job 38:8-11).
La omnipotencia de Dios se extiende a los gobiernos y sus líderes (Daniel 2:21), porque Él los detiene o les permite seguir su camino de acuerdo a Sus planes y propósitos. Su poder es ilimitado en cuanto a Satanás y sus demonios. El ataque de Satanás sobre Job fue limitado sólo a ciertas acciones. Éste fue restringido por el poder ilimitado de Dios (Job 1:12; 2:6). Jesús le recordó a Pilato que él no habría tenido ningún poder sobre Él a menos que le hubiera sido concedido por el Dios todopoderoso (Juan 19:11)
Siendo omnipotente, Dios puede hacer cualquier cosa. Sin embargo, eso no significa que Dios haya perdido Su omnipotencia cuando la Biblia dice que Él no puede hacer ciertas cosas. Por ejemplo, Hebreos 6:18 dice que Él no puede mentir. Eso no significa que Él no tenga el poder para mentir, sino que Dios elige no mentir de acuerdo con Su propia perfección moral. De la misma manera, a pesar de ser todopoderoso y de odiar el mal, Él permite que suceda el mal, de acuerdo a Su buen propósito. Él utiliza ciertos eventos malos para el desarrollo de Sus propósitos, tales como cuando ocurrió la maldad más grande que pudo haber sucedido – el asesinato del perfecto, santo e inocente Cordero de Dios para la redención de la humanidad.
Como Dios encarnado, Jesucristo es omnipotente. Su poder es visto en los milagros que realizó – en sus numerosas curaciones, en la alimentación de los cinco mil (Marcos 6:30-44), en la tormenta que convirtió en calma (Marcos 4:37-41), y el último despliegue de poder, en la resurrección de Lázaro y la hija de Jairo de los muertos (Juan 11:38-44; Marcos 5:35-43), ejemplos de Su control sobre la vida y la muerte. La muerte fue la última razón por la que vino Jesús – para destruirla (1 Corintios 15:22; Hebreos 2:14) y para llevar a los pecadores a una correcta relación con Dios. El Señor Jesús declaró que Él tenía el poder para poner Su vida y para volverla a tomar, un hecho que Él alegorizaba cuando hablaba acerca del templo (Juan 2:19). Si era necesario, Él tenía el poder para llamar a doce legiones de ángeles que lo rescataran durante Su juicio (Mateo 26:53), sin embargo Él se ofreció a Sí mismo en humildad en lugar de nosotros (Filipenses 2:1-11).
El gran misterio es que este poder puede ser compartido por los creyentes que están unidos a Dios en Jesucristo. Pablo dice, “….Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.” (2 Corintios 12:9b). El poder de Dios es más exaltado en nosotros cuando más grande es nuestra debilidad, porque Él “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros.” (Efesios 3:20). Es el poder de Dios el que continúa sosteniéndonos en un estado de gracia a pesar de nuestro pecado (2 Timoteo 1:12), y por Su poder somos guardados de caer (Judas 24). Su poder será proclamado por todas las huestes celestiales por toda la eternidad (Apocalipsis 19:1). ¡Qué esa sea nuestra eterna oración!
El prefijo omni- procede de la palabra latina que significa “todo.” Así que, decir que Dios es omnipresente, es decir que Dios está presente en todas partes. En muchas religiones, Dios es considerado como omnipresente, mientras que en el judaísmo y el cristianismo, esta visión se subdivide en la trascendencia e inmanencia de Dios. Aunque Dios no está totalmente inmerso en la trama de la creación (panteísmo), Él está presente en todas partes en todos los tiempos.
La presencia de Dios es continua a través de toda la creación, aunque puede no ser revelada en la misma manera al mismo tiempo a la gente en todas partes. A veces, Él puede estar activamente presente en una situación, mientras que puede no revelar Su presencia en otra circunstancia en alguna otra área. La Biblia revela que Dios al mismo tiempo puede estar presente para una persona de una forma manifiesta (Salmo 46:1; Isaías 57:15) y presente en cada situación en toda la creación en cualquier momento determinado (Salmo 33:13-14). La omnipresencia es el método de Dios para estar presente en todos los rangos de tiempo o espacio. Aunque Dios está presente en todo tiempo y espacio, Dios no está localmente limitado a ningún tiempo o espacio. Dios está en todas partes y en cada momento. No hay molécula o partícula atómica que sea tan pequeña en la que Dios no esté totalmente presente, y ninguna galaxia tan vasta que Dios no la abarque. Pero si tuviéramos que quitar la creación, Dios aún sabría de ella, porque Él conoce todas las posibilidades ya sea que éstas sean reales o no.
Dios está naturalmente presente en cada aspecto del orden natural de las cosas, en cada forma, tiempo y lugar (Isaías 40:12; Nahúm 1:3). Dios está activamente presente en una forma diferente en cada evento en la historia como guía providente de los asuntos humanos (Salmo 48:7; 2 Crónicas 20:37; Daniel 5:5-6). Dios está presente y atento de manera especial para aquellos que invocan Su nombre, que interceden por otros, que adoran a Dios, que le piden y que oran fervientemente por perdón (Salmo 46:1). De forma suprema, Él está presente en la persona de Su Hijo, el Señor Jesucristo (Colosenses 2:19), y místicamente presente en la iglesia universal que cubre la tierra y contra la cual las puertas del infierno no prevalecerán.
Así como la omnisciencia de Dios presenta aparentes paradojas debido a las limitaciones de la mente humana, así también la omnipresencia de Dios. Una de estas paradojas es importante: la presencia de Dios en el infierno, ese lugar, al que son enviados los malvados, y donde sufren la ilimitada e incesante furia de Dios a causa de su pecado. Muchos argumentan que el infierno es un lugar de separación de Dios (Mateo 25:41) y si es así, entonces no puede decirse que Dios esté en un lugar que está separado de Él. Sin embargo, los impíos en el infierno soportan su ira eterna, porque Apocalipsis 14:10 habla del tormento de los impíos en la presencia del Cordero. El que Dios deba estar presente en un lugar donde se dice que los impíos han ido, causa cierta consternación. Sin embargo, esta paradoja puede ser explicada por el hecho de que Dios puede estar presente – porque Él llena todas las cosas con Su presencia (Colosenses 1:17) y sostiene todo por la palabra de Su poder (Hebreos 1:3) – sin embargo Él no necesariamente está en todas partes para bendecir.
Así como algunas veces Dios está separado de Sus hijos debido a su pecado (Isaías 52:9), y está lejos de los impíos (Proverbios 15:29), y ordena que aquellos sin Dios, que viven en la oscuridad, al final de los tiempos vayan a un lugar de castigo eterno, Dios aún está ahí en medio de todo esto. Él sabe lo que sufren las almas que ahora están en el infierno; Él conoce su angustia, sus gritos por un respiro, sus quejidos y dolor por el estado eterno en que se encuentran. Él está allí en todos sentidos, como un perpetuo recordatorio de su pecado que ha creado un abismo a toda clase de bendiciones que de otro modo les habrían sido otorgadas. Él está ahí de cualquier manera, pero no despliega ningún otro atributo que no sea el de Su ira.
Del mismo modo, Él también estará en el cielo, manifestando toda bendición que ni siquiera podemos comenzar a entender aquí. Él estará desplegando Su múltiples bendiciones – su múltiple amor, y Su múltiple bondad – de hecho, todo lo demás, a excepción de Su ira. La omnipresencia de Dios debería servirnos como recordatorio de que no podemos escondernos de Dios cuando hemos pecado (Salmo 139:11-12), sin embargo podemos regresar a Dios en arrepentimiento y fe, sin siquiera tener que movernos (Isaías 57:16).
Omnisciencia es definida como “el estado de tener un conocimiento total, la cualidad de saberlo todo.” Para que Dios sea soberano sobre Su creación de todas las cosas, ya sean visibles o invisibles, Él tiene que ser omnisciente. Su omnisciencia no se limita a una sola persona en la Deidad – el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son todos omniscientes por naturaleza.
Dios lo sabe todo (1 Juan 3:20). Él conoce no sólo los más mínimos detalles de nuestra vida, sino los de todos los que están a nuestro alrededor, porque Él menciona que aún sabe cuando cae un pajarillo o cuando perdemos uno solo de nuestros cabellos (Mateo 10:29-30). No sólo sabe Dios todo lo que ocurrirá hasta el final de la historia misma (Isaías 46:9-10), sino que Él también conoce nuestros propios pensamientos, aún antes de que hablemos (Salmo 139:4). Él conoce nuestro corazón desde lejos; y aún nos vio antes de nacer dentro del vientre materno (Salmo 139:1-3; 15:16). Salomón expresa perfectamente esta verdad cuando dice, “…porque solo tú conoces el corazón de todos los hijos de los hombres” (1 Reyes 8:39).
A pesar de la condescendencia del Hijo de Dios para despojarse de Sí mismo y asumir la forma de siervo (Filipenses 2:7), Su omnisciencia es claramente apreciada en los escritos del Nuevo Testamento. La primera oración de los apóstoles en Hechos 1:24 dice, “Tú, Señor, que conoces los corazones de todos..” implica la omnisciencia de Jesús, la cual es necesaria si Él ha de ser capaz de recibir peticiones e interceder por nosotros a la diestra de Dios. En el mundo, la omnisciencia de Jesús es igualmente clara. En muchos relatos del Evangelio, se nos dice que Él conocía los pensamientos de su audiencia (Mateo 9:4; 12:25; Marcos 2:6-8; Lucas 6:8). Él sabía la vida de la gente aún antes de conocerla. Cuando se encontró con la mujer que sacaba agua del pozo en Sicar, Él le dijo, “Porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido.” (Juan 4:18). También les dijo a Sus discípulos, que Su amigo Lázaro había muerto, aunque Él se encontraba a más de 40 kilómetros de distancia de la casa de Lázaro (Juan 11:11-15). Él les dijo a Sus discípulos que fueran e hicieran los preparativos para la Cena de Pascua, describiendo a la persona que iban a encontrar y a quien habían de seguir (Marcos 14:13-15). Quizá lo mejor de todo, es que Él conocía a Natanael, aún antes de haberlo encontrado, porque Él conocía su corazón (Juan 1:47-48).
Claramente observamos la omnisciencia de Jesús en el mundo, pero es también aquí donde comienza la paradoja. Jesús hacía preguntas, lo cual implica la ausencia de conocimiento, aunque el Señor hacía pregunta más para el beneficio de Su audiencia que para Él mismo. Sin embargo, hay otra faceta respecto a Su omnisciencia que procede de las limitaciones de la naturaliza humana, la cual Él, como Hijo de Dios asumió. Leemos que como hombre, Él “crecía en sabiduría y en estatura,…” (Lucas 2:52) y que “por lo que padeció aprendió la obediencia.” (Hebreos 5:8). También leemos que Él no sabía cuándo sería el fin del mundo (Mateo 24:34-36). Por tanto, debemos preguntar, ¿por qué el Hijo de Dios no sabría esto, si Él sabía todo lo demás? En vez de considerar esto simplemente como una limitación humana, debemos considerarlo como una controlada limitación de conocimiento. Aquí vemos un acto voluntario de humildad a fin de compartir totalmente nuestra naturaleza (Filipenses 2:6-11; Hebreos 2:17) y ser el Segundo Adán.
Finalmente, no hay nada demasiado difícil para un Dios omnisciente, y es por tener las bases de nuestra fe en un Dios como Él, que podemos descansar seguros en Él, sabiendo que Él promete que nunca nos desamparará mientras continuemos viviendo en Él. Él nos ha conocido desde la eternidad, aún antes de la creación. Dios ya te conocía a ti y a mí, dónde apareceríamos en el curso del tiempo, y con quiénes interactuaríamos. Él aún conocía nuestro pecado en toda su fealdad y depravación, y sin embargo, en amor, Él puso su sello sobre nosotros y nos acercó ese amor en Jesucristo (Efesios 1:3-6). Lo veremos cara a cara, pero nuestro conocimiento de Él jamás terminará. Nuestro asombro, amor y alabanza de Él continuará durante todos los milenios, al asolearemos en los rayos de Su amor celestial, aprendiendo y apreciando más y más de nuestro Dios omnisciente.
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él.” (1 Juan 3:1). Este pasaje comienza con un mandato: “¡Mirad!” Juan quiere que observemos las manifestaciones del amor del Padre. Él ha introducido el tema del amor de Dios en el capítulo anterior (1 Juan 2:5, 15), mencionado brevemente aquí, y ampliamente explicado en el capítulo cuatro. El propósito de Juan es describir la clase de amor que el Padre da a Sus hijos, “¡cuál amor!” La palabra griega traducida como “cuál amor” se encuentra sólo seis veces en el Nuevo Testamento y siempre implica asombro y admiración.
Lo que es interesante notar aquí, es que Juan no dice, “El Padre nos ama.” Al hacerlo, él estaría describiendo una condición. En lugar de eso, él nos dice que el Padre ha “derramado” Su amor en nosotros, y esto, a su vez, representa una acción y el alcance del amor de Dios. También es interesante notar que Juan ha elegido la palabra “Padre” a propósito. La palabra implica la relación padre-hijo. Sin embargo, Dios no se convirtió en Padre cuando nos adoptó como Sus hijos. La paternidad de Dios es eterna. Él es eternamente el Padre de Jesucristo, y a través de Jesús Él es nuestro Padre. Es a través de Jesús que recibimos el amor del Padre y somos llamados “hijos de Dios.”
Qué honor es el que Dios nos llame Sus hijos, y nos dé la seguridad de que como Sus hijos somos herederos y coherederos con Cristo (Romanos 8:17). En su Evangelio, Juan también nos dice que Dios le da el derecho de convertirse en hijo de Dios a todo aquel que mediante la fe, ha recibido a Cristo como su Señor y Salvador (Juan 1:12). Dios extiende Su amor a Su Hijo Jesucristo, y a través de Él, a todos Sus hijos adoptados.
Entonces, cuando Juan nos dice que “eso es lo que somos”, él declara la realidad de nuestro estado. Ahora mismo, en este preciso momento, somos Sus hijos. En otras palabras, esta no es una promesa que Dios cumplirá en el futuro. No, la verdad es que ya somos hijos de Dios. Gozamos de todos los derechos y privilegios que conlleva nuestra adopción, porque hemos llegado a conocer a Dios como nuestro Padre. Como Sus hijos, experimentamos Su amor. Como Sus hijos, lo conocemos a Él como nuestro Padre, porque experimentamos un conocimiento de Dios. Ponemos nuestra fe y confianza en Aquel que nos ama, nos provee, y nos protege como nuestros padres terrenales lo harían. También como los padres terrenales lo harían, Dios disciplina a Sus hijos cuando desobedecen o ignoran Sus mandamientos. Él lo hace para nuestro beneficio, “para que participemos de Su santidad.” (Hebreos 12:10).
Hay muchas formas en que las Escrituras describen a aquellos que aman a Dios y le obedecen. Somos “herederos de Dios y coherederos con Cristo.” (Romanos 8:17); somos “sacerdocio santo” (1 Pedro 2:5); somos “nuevas criaturas” (2 Corintios 5:17); y somos “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Pero más que todo lo anterior – más significativo que cualquier título o posición – es el simple hecho de que somos hijos de Dios y Él es nuestro Padre celestial.
Nuestra relación con Dios es similar a nuestra relación con otros, en que todas las relaciones requieren de fe. Nosotros nunca podremos conocer totalmente a ninguna otra persona. No podemos experimentar todo lo que ellos experimentan ni entrar en sus mentes para conocer lo que son sus pensamientos y emociones. Proverbios 14:10 dice, “El corazón conoce la amargura de su alma; y extraño no entremeterá en su gloria.” Somos incapaces de conocer totalmente aún nuestros propios corazones. Jeremías 17:9 dice que, “Engañoso es el corazón más que todas las cosas y perverso; ¿quién lo conocerá?” En otras palabras, el corazón humano es tal, que busca esconder lo profundo de su maldad, engañando aún a su dueño. Hacemos esto al echarles la culpa a otros, al justificar nuestra mala conducta, minimizar nuestros pecados, etc.
Porque somos incapaces de conocer plenamente a los demás, hasta cierto punto la fe es un ingrediente integral en todas las relaciones. Por ejemplo, una esposa se sube a un auto conducido por su esposo, confiando en que él manejará con precaución, aún cuando a menudo él conduce más rápido de lo que ella lo haría por las carreteras en invierno. Ella confía en que él actúe en todo momento por el bien de ambos. Todos nosotros compartimos información acerca de nosotros mismos con los demás, confiando en que ellos no nos traicionarán con esa información. Manejamos por la calle, confiando en que aquellos que conducen a nuestro alrededor, sigan las reglas de tránsito. Así que, ya sea con extraños o con amigos íntimos y compañeros, debido a que no podemos conocer por completo a los demás, la confianza es siempre un componente necesario de nuestras relaciones.
Si no podemos conocer plenamente a nuestros finitos compañeros humanos, ¿cómo esperamos conocer plenamente a un Dios infinito? Aún si Él decidiera revelarse a Sí mismo totalmente, es imposible para nosotros conocerlo plenamente. Es como tratar de vaciar el océano (similarmente infinito en volumen) en un frasco de un cuarto de litro (finito)… ¡imposible! No obstante, así como podemos tener relaciones significativas con otros que han acrecentado nuestra confianza por lo que conocemos de ellos y su carácter, así Dios ha revelado lo suficiente acerca de Él mismo a través de Su creación (Romanos 1:18-21), a través de Su Palabra escrita, la Biblia. (2 Timoteo 3:16-17; 2 Pedro 1:16-21), y a través de Su Hijo, Jesucristo (Juan 14:9), como para que podamos entrar en una significativa relación con Él. Pero esto sólo es posible cuando la barrera de nuestro pecado ha sido quitada al confiar en la persona y obra de Cristo en la cruz como el pago por nuestros pecados. Esto es necesario porque, así como es imposible que la luz y las tinieblas coexistan juntas, así es imposible que un Dios santo tenga relación con un hombre pecador, a menos que su pecado haya sido pagado y quitado. Jesucristo, el Hijo de Dios, sin pecado, murió en la cruz para llevar nuestro castigo y cambiarnos, para que cualquiera que crea en Él pueda llegar a ser hijo de Dios y vivir eternamente en Su presencia (Juan 1:12; 2 Corintios 5:21; 2 Pedro 3:18 y Romanos 3:10-26).
Ha habido ocasiones en el pasado en que Dios se ha revelado a Sí mismo de forma más “visible” a la gente. Un ejemplo de esto fue en el tiempo del Éxodo de Egipto, cuando Dios reveló Su cuidado por los israelitas al enviar milagrosas plagas sobre los egipcios hasta que estuvieron dispuestos a liberar a los israelitas de la esclavitud. Entonces Dios abrió el Mar Rojo, permitiendo que aproximadamente dos millones de israelitas cruzaran sobre tierra seca. Luego, mientras el ejército egipcio buscaba perseguirlos a través de la misma brecha, Él liberó las aguas que cayeron sobre ellos y los cubrió (Éxodo 14:22-29). Más tarde, en el desierto, Dios los alimentó milagrosamente con maná, y los guiaba en el día mediante una columna de nube y en la noche con una columna de fuego, representaciones visibles de Su presencia con ellos (Éxodo 13:21; 15:14-15).
Sin embargo, a pesar de estas repetidas demostraciones de Su amor, guía, y poder, los israelitas aún se rehusaban a confiar en Él cuando Dios quería que entraran a la Tierra Prometida. En vez de eso, ellos prefirieron confiar en la palabra de diez hombres que los atemorizaron con sus historias de ciudades amuralladas y la estatura gigante de la gente de esa tierra (Números 13:26-33). Estos eventos mostraron que las futuras revelaciones de Dios a nosotros no tendrían un mayor efecto en nuestra habilidad para confiar en Él. Si Dios interactuara de manera similar con la gente de hoy, no responderíamos de manera diferente a los israelitas, porque nuestros corazones pecaminosos son iguales a los de ellos.
La Biblia también habla de un tiempo futuro, cuando el Cristo glorificado regresará a gobernar la tierra desde Jerusalén por 1,000 años (Apocalipsis 20:1-10). Más gente nacerá en la tierra durante el reinado de Cristo. Él gobernará con absoluta justicia y equidad, y sin embargo, a pesar de Su perfecto gobierno, la Biblia asegura que al final de los 1,000 años, Satanás no tendrá problemas para levantar un ejército que se rebele contra el reinado de Cristo. El futuro evento del milenio y el evento pasado del éxodo, revelan que el problema no es que Dios no se haya revelado lo suficiente al hombre, sino que el problema reside en el pecaminoso corazón del hombre, que se rebela contra el reinado amoroso de Dios. Nosotros anhelamos pecaminosamente tener el auto-control.
Dios nos ha revelado lo suficiente de Su naturaleza como para que seamos capaces de confiar en Él. Él ha mostrado a través de los eventos de la historia, en las obras de la naturaleza, y a través de la vida de Jesucristo, que Él es todopoderoso, omnisciente, todo sabio, todo amoroso, todo santidad, inamovible y eterno. Y en esa revelación Él ha demostrado que Él es digno de ser confiado. Pero, así como los israelitas en el desierto, la decisión es nuestra de confiar o no en Él. A menudo, nos vemos inclinados a tomar esta decisión basándonos en lo que creemos conocer acerca de Dios, en vez de lo que Él ha revelado de Sí mismo y puede ser entendido acerca de Él a través de un cuidadoso estudio de Su inerrante Palabra, la Biblia. Si tú aún no lo has hecho, comienza un cuidadoso estudio de la Biblia, y tú puedes llegar a conocer a Dios a través de una dependencia de Su Hijo Jesucristo, quien vino al mundo a salvarnos de nuestros pecados, para que podamos tener un dulce compañerismo con Dios tanto ahora, como de manera plena un día en el cielo.
La doctrina bíblica de la soberanía de Dios establece que Dios es todopoderoso sobre todo. Él está en completo control de todas las cosas –pasadas, presentes y futuras– y nada sucede que esté fuera de Su jurisdicción. Él lo causa directamente – o lo permite pasivamente – todo cuanto sucede. Pero permitir que algo suceda y causar que algo suceda son dos cosas diferentes. Por ejemplo, Dios causó la creación de los perfectos y sin pecados Adán y Eva; después Él permitió que ellos se rebelaran contra Él. Él no causó que ellos pecaran, y ciertamente pudo habérselos impedido, pero Él decidió no hacerlo para Sus propios propósitos y para lograr Su plan perfecto. Esa rebelión produjo toda clase de mal, mal que no fue causado por Dios, pero que Él permitió que existiera.
La enfermedad es una manifestación de los dos tipos de mal – el moral y el natural. El mal moral es la inhumanidad del hombre para con el hombre. El mal natural está compuesto de cosas como desastres naturales y enfermedades físicas. El mal mismo es una perversión o corrupción de algo que originalmente era bueno, pero que ahora le falta algo. En el caso de la enfermedad, la enfermedad es un estado donde la buena salud está ausente. La palabra griega para mal, “PONEROUS,” implica realmente una malignidad, algo que está corrompiendo un buen y saludable estado del ser.
Cuando Adán pecó, él condenó a toda la humanidad a sufrir las consecuencias de ese pecado, uno de los cuales es la enfermedad. Romanos 8:20-22 dice, “Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora.” Dios – “quien sujetó” a la creación a frustración después de la caída – tiene el plan de liberar eventualmente a la creación de su esclavitud al pecado, así como Él nos liberó de esa esclavitud a través de Cristo.
Hasta que llegue ese día, Dios usa las enfermedades y otros males para lograr Su soberano propósito, para dar gloria a Sí mismo, y exaltar Su santo nombre. A veces, Él sana milagrosamente. Jesús iba a través de Israel sanando toda clase de males y enfermedades (Mateo 4:23) y aún resucitó a Lázaro de los muertos después que la enfermedad lo mató. Otras veces, Dios usa las enfermedades como un método de disciplina o como un juicio contra el pecado. El rey Usías en el Antiguo Testamento fue atacado con lepra (2 Crónicas 26:19-20). Nabucodonosor fue llevado a la locura por Dios hasta que entendió que “el Altísimo gobierna sobre los asuntos de los hombres” (Daniel 4). Herodes fue derribado y comido por gusanos porque tomó la gloria de Dios para él mismo (Hechos 12:21-23). Aún hay al menos un caso, donde Dios permite la enfermedad –ceguera– no como castigo por el pecado, sino para revelarse Él mismo y Sus poderosas obras a través de la ceguera (Juan 9:1-3).
Cuando llega la enfermedad, puede no ser el resultado de la intervención directa de Dios en nuestras vidas, sino más bien el resultado de un mundo caído, de cuerpos caídos y de una salud deficiente y elecciones de estilo de vida. Y aunque hay indicadores en la Escritura de que Dios quiere que tengamos buena salud (3 Juan 2), todo padecimiento y enfermedad son permitidos por Él para Sus propósitos, ya sea que lo entendamos o no.
La enfermedad es ciertamente el resultado de la caída del hombre en pecado, pero Dios está totalmente en control, y Él ciertamente determina cuán lejos puede llegar el mal (así como Él lo hizo con Satanás y las tribulaciones de Job – no le fue permitido a Satanás excederse de esos límites). Él nos dice que es todopoderoso más de cincuenta veces en la Biblia, y es sorprendente ver cómo Su soberanía se une con las decisiones que tomamos (tanto buenas como malas) para llevar a cabo Su plan perfecto (Romanos 8:28).
Para aquellos que son creyentes y sufren de males, padecimientos y/o enfermedades en esta vida, el saber que pueden glorificar a Dios a través de su sufrimiento, templa la incertidumbre del por qué Él lo ha permitido, algo que tal vez ellos no puedan totalmente entender hasta que estén en Su presencia en la eternidad. Cuando eso suceda, todas las preguntas serán respondidas, o tal vez más exactamente, ya no estaremos más interesados en preguntar.
Estar enojado con Dios es algo con lo que mucha gente, tanto creyentes como no creyentes, ha luchado a través del tiempo. Cuando sucede algo trágico en nuestra vida, le preguntamos a Dios, “¿Por qué?” porque esa es nuestra reacción natural. Sin embargo, lo que realmente le estamos preguntando, no es tanto el “¿Por qué, Dios?” sino “¿Por qué yo, Dios?” Esta reacción indica dos defectos en nuestro razonamiento. Primero, como creyentes, operamos bajo la impresión de que la vida debe ser fácil, y que Dios debe evitar que nos suceda cualquier tragedia. Cuando Él no lo hace, nos enojamos con Él. Segundo, cuando no comprendemos la extensión de la soberanía de Dios, perdemos confianza en Su habilidad para controlar las circunstancias, la gente, y la manera en que éstas nos afectan. Después nos enojamos con Dios porque nos parece que Él ha perdido el control del universo y especialmente el control sobre nuestras vidas. Cuando perdemos la fe en la soberanía de Dios, es porque nuestra frágil humanidad está lidiando con nuestra propia frustración, y nuestra falta de control sobre los acontecimientos. Cuando suceden cosas buenas, a menudo las atribuimos a nuestros logros y éxito. Sin embargo, cuando suceden cosas malas, somos prontos para culpar a Dios, y nos enojamos con Él por no haberlas evitado, lo cual indica el primer defecto en nuestro razonamiento – que merecemos ser inmunes a circunstancias desagradables.
Las tragedias traen al hogar la terrible verdad de que no estamos en control. Todos nosotros pensamos en uno u otro momento que podemos controlar el resultado de las situaciones, pero en realidad es Dios quien está a cargo de toda Su creación. Todo lo que sucede es causado o permitido por Dios. Ni un pajarillo, ni un cabello de nuestra cabeza cae a tierra sin el conocimiento de Dios (Mateo 10:29-31). Podemos quejarnos, enojarnos, y culpar a Dios por lo que nos sucede. Sin embargo, si confiamos en Él y rendimos ante Él nuestro dolor y amargura, reconociendo nuestro pecado de soberbia, al tratar de forzar nuestra voluntad sobre la Suya, Él puede y nos brindará Su paz y fortaleza para pasar a través de cualquier situación difícil (1 Corintios 10:13). Muchos creyentes en Cristo pueden dar testimonio de ese mismo hecho. Podemos estar enojados con Dios por muchas razones, así que todos debemos aceptar en algún momento que hay cosas que no podemos controlar o aún entender con nuestra mente finita.
Nuestra comprensión de la soberanía de Dios en todas las circunstancias, debe estar acompañada por nuestro entendimiento de Sus otros atributos; amor, misericordia, bondad, benignidad, justicia y santidad. Cuando vemos nuestras dificultades a través de la verdad de la Palabra de Dios –la cual nos dice que nuestro amoroso y santo Dios hace que todas las cosas sucedan para nuestro bien (Romanos 8:28), y que Él tiene un plan perfecto y un propósito para nosotros que no puede ser frustrado (Isaías 14:24; 46:9-10) – comenzamos a ver nuestros problemas en una luz diferente. También sabemos por la Escritura, que esta vida nunca será de continuo gozo y felicidad. Más bien, Job nos recuerda que “...como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción.” (Job 5:7), y que esta vida es corta y “hastiada de sinsabores” (Job 14:1). Sólo porque venimos a Cristo para la salvación y el perdón de los pecados, no significa que se nos garantice una vida libre de problemas. De hecho, Jesús dijo, “En el mundo tendréis aflicción,” pero Él ya ha “vencido al mundo” (Juan 16:33), lo que nos permite tener paz interior, a pesar de las tormentas que rujan a nuestro alrededor (Juan 14:27).
Una cosa es cierta: la ira inapropiada es pecado (Gálatas 5:20; Efesios 4:26-27, 31 y Colosenses 3:8). La ira impía es autodestructiva, le da lugar al diablo en nuestras vidas, y puede destruir nuestro gozo y paz si nos aferramos a ella. Al aferrarnos a nuestra ira, permitimos que la amargura y el resentimiento broten en nuestros corazones. Debemos confesarla al Señor, y así con Su perdón, podremos entregarle esos sentimientos a Él. Debemos ir frecuentemente ante el Señor en oración con nuestra pena, ira y dolor. La Biblia nos dice en 2 Samuel 12:15-23 que David fue ante el trono de gracia pidiendo por su bebé enfermo, ayunando, llorando y orando para que sobreviviera. Cuando el bebé murió, David se levantó y adoró al Señor, diciéndoles luego a sus siervos que él sabía dónde estaba su bebé y que algún día él estaría con él en la presencia de Dios. David lloró ante el Señor durante la enfermedad de su bebé, y después él se inclinó ante Él en adoración. Este es un maravilloso testimonio. Dios conoce nuestros corazones, y no tiene caso tratar de ocultar lo que realmente sentimos. Así que el hablar con Él acerca de ello, es una de las mejores formas de manejar nuestra pena. Si lo hacemos humildemente, derramando nuestros corazones ante Él, Él obrará a través de nosotros, y en el proceso, nos haremos más semejantes a Él.
La conclusión es ¿podemos confiarle todo a Dios, nuestras mismas vidas y las vidas de nuestros seres queridos? ¡Desde luego que sí! Nuestro Dios es compasivo, lleno de gracia y amor, y como discípulos de Cristo, podemos confiarle todas las cosas. Cuando algo trágico nos sucede, sabemos que Dios puede usarlo para atraernos más cerca de Él y fortalecer nuestra fe, que nos lleva a la madurez y plenitud (Salmos 34:18; Santiago 1:2.4). Entonces, podemos convertirnos en un testimonio de consuelo para otros (2 Corintios 1:3-5). Sin embargo, eso es más fácil decirlo que hacerlo. Se requiere una diaria sujeción de nuestra propia voluntad a la de Dios, un fiel estudio de Sus atributos como se ven en la Palabra de Dios, mucha oración, y posteriormente aplicar lo que aprendamos a nuestra propia situación. Al hacerlo, nuestra fe crecerá y madurará progresivamente, haciendo más fácil el confiar en Él para que nos guíe a través de la siguiente tragedia que casi seguramente llegará.
Así que, para responder directamente la pregunta; sí, está mal estar enojado con Dios. Enojarse con Dios es el resultado de una inhabilidad o falta de disposición para confiar en Dios, aún cuando no entendamos lo que Él esté haciendo. El enojarnos con Dios es en esencia decirle a Dios que Él ha hecho algo malo, lo cual es imposible. ¿Entiende Dios cuando estamos enojados, frustrados o desilusionados con Él? Sí, Él conoce nuestros corazones y sabe cuán difícil y dolorosa puede ser la vida en este mundo. ¿Esto hace que esté bien estar enojado con Dios? Absolutamente no. En lugar de estar enojados con Dios, deberíamos derramar nuestros corazones ante Él en oración y luego confiar en que Él está en control de todo y que Su plan es perfecto.
Dios es espíritu (Juan 4:24), y por ello Su apariencia no se parece a nada que podamos describir. Éxodo 33:20 nos dice, “No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá.” Como seres humanos pecadores, somos incapaces de ver a Dios en toda Su gloria. Su apariencia es totalmente inimaginable y demasiado gloriosa para ser percibida sin peligro por el hombre pecador.
En varias ocasiones, la Biblia describe la apariencia de Dios semejante a la de un hombre. Estos casos no deben ser entendidos como descripciones exactas de la apariencia de Dios, sino más bien, la manera en que Dios se revela a Sí mismo a nosotros, a fin de que podamos entenderla. La apariencia de Dios está más allá de nuestra capacidad de entendimiento y descripción. Dios nos da destellos de Su apariencia cuando nos enseña verdades acerca de Él, no necesariamente para que podamos hacernos una imagen de Él en nuestra mente. Dos pasajes que describen poderosamente la asombrosa apariencia de Dios están en Ezequiel 1:26-28 y Apocalipsis 1:14-16.
Ezequiel 1:26-28 declara, “Y sobre la expansión que había sobre sus cabezas se veía la figura de un trono que parecía de piedra de zafiro; y sobre la figura del trono había una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él. Y vi apariencia como de bronce refulgente, como apariencia de fuego dentro de ella en derredor, desde el aspecto de sus lomos para arriba; y desde sus lomos para abajo, vi que parecía como fuego, y que tenía resplandor alrededor. Como parece el arco iris que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del resplandor alrededor.” Apocalipsis 1:14-16 proclama, “Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.”
Estos pasajes representan los mejores esfuerzos de Ezequiel y de Juan por describir la apariencia de Dios. Ellos tuvieron que usar lenguaje simbólico para describir aquello para lo que no existen palabras en el lenguaje humano; p. ej. “una semejanza,” “que parecía,” “apariencia como,” “su rostro era como,” etc. Sí, sabemos que cuando estemos en el cielo, “… le veremos tal como Él es.” (1 Juan 3:2). El pecado ya no existirá, y seremos capaces de percibir a Dios en toda Su gloria.
La gloria de Dios es la belleza de Su espíritu. No es una belleza estética o material, sino una belleza que emana de Su carácter, de todo lo que Él es. Santiago 1:10 hace un llamado al hombre rico para que se “gloríe en su humillación,” indicando una gloria que no tiene que ver con la riqueza, el poder o la belleza material. Esta gloria puede coronar a un hombre o llenar la tierra. Es vista dentro de un hombre y en la tierra, pero no es de ellos; es de Dios. La gloria del hombre es la belleza del espíritu del hombre, la cual es falible y eventualmente pasajera, y por lo tanto es humillación – como lo dice el verso. Pero la gloria de Dios, la cual es manifiesta en el conjunto de todos Sus atributos, jamás se desvanece. Es eterna.
Isaías 43:7 dice que Dios nos creó para Su gloria. En contexto con otros versos, puede decirse que el hombre “glorifica” a Dios porque a través del hombre, la gloria de Dios puede ser vista en cosas tales como el amor, la música, el heroísmo, etc. – cosas pertenecientes a Dios que nosotros llevamos en “vasos de barro” (2 Corintios 4:7). Somos los vasos que “contienen” Su gloria. Todas las cosas que somos capaces de hacer y de ser, encuentran su fuente en Él. Dios interactúa con la naturaleza de la misma manera. La naturaleza exhibe Su gloria. Su gloria es revelada en la mente del hombre a través del mundo material en muchas formas, y con frecuencia de diferentes maneras para diferentes personas. Una persona puede quedar cautivada por la vista de las montañas, y otra persona puede amar la belleza del mar. Pero quién está detrás de ambos (la gloria de Dios) le habla a ambas personas y las conecta con Dios. De esta manera, Dios es capaz de revelarse a Sí mismo a todos los hombres, sin importar su raza, herencia o lugar. Como dice el Salmo 19:1-4. “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras.”
El Salmo 73:24 llama “gloria” al mismo cielo. Solía ser común escuchar a los cristianos hablar de la muerte como ser “recibido en la gloria,” la cual es una frase tomada de este Salmo. Cuando el cristiano muere, él será llevado a la presencia de Dios, y en Su presencia estará naturalmente rodeado por la gloria de Dios. Seremos llevados al lugar donde literalmente reside la belleza de Dios – la belleza de Su Espíritu estará allí, porque Él estará allí. Nuevamente, la belleza de Su Espíritu (o la esencia de Quien Es Él) es Su “gloria.” En ese lugar, Su gloria no necesitará venir a través del hombre o la naturaleza, en vez de ello será vista claramente, así como lo dice 1 Corintios 13:12, “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.”
En el sentido terrenal/humano, la gloria es una belleza o vitalidad que descansa sobre lo material de la tierra (Salmo 37:20, Salmo 49:17), y en ese sentido, es pasajera. Pero la razón de su desvanecimiento es porque las cosas materiales no perduran. Éstas se marchitan y mueren, porque la gloria que se encuentra en ellas pertenece a Dios, y vuelve a Él cuando el deterioro o la muerte se adueñan de lo material. Piensa en el hombre rico que mencionamos antes. Los versos dicen, “El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación, pero el que es rico, en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierba.” ¿Qué significa esto? El verso está advirtiendo al hombre rico, que se dé cuenta que su riqueza, poder y belleza proceden de Dios, y que se humille al recapacitar en que es Dios quien hizo lo que él es, y le dio todo cuanto tiene. Y el estar consciente de que él perecerá como la hierba, lo traerá a la conclusión de que la gloria procede de Dios. Que Dios es la fuente, el manantial de donde emanan todas las pequeñas glorias.
Puesto que la gloria procede de Dios, Él no permitirá establecer la afirmación de que la gloria proviene del hombre, o de los ídolos del hombre, o de la naturaleza. En Isaías 42:8, vemos un ejemplo del celo de Dios por Su gloria. Este celo por Su propia gloria es de lo que Pablo está hablando en Romanos 1:21 cuando habla sobre las maneras en las que la gente adora a la criatura en vez de al Creador. En otras palabras, ellos miran al objeto a través del cual procede la gloria de Dios, y en vez de dar a Dios el crédito por ello, ellos adoran a ese animal, o árbol u hombre como si la belleza que poseyeran se hubiera originado dentro de ellos. Este es el corazón mismo de la idolatría y es un hecho muy común. Todo aquel que haya vivido, ha cometido este error en uno u otro momento. Todos nosotros hemos “cambiado” la gloria de Dios a favor de la “gloria del hombre.”
Este es el error que mucha gente continúa haciendo: confiando en cosas terrenales, en relaciones terrenales, en sus propios poderes, talentos o belleza, o en la bondad que ven en otros. Pero cuando estas cosas se desvanecen y caen como lo harán inevitablemente (siendo sólo contenedores temporales de la gloria mayor), esta gente cae en la desesperación. Lo que todos necesitamos considerar es que la gloria de Dios es constante, y que los que viajamos a través de la vida, la veremos manifestada aquí y allá, en esta persona, o ese bosque, o en una historia de amor o heroísmo, ficticia o no, o en nuestras propias vidas. Pero al final, todo eso regresa a Dios. Y el único camino a Dios es a través de Su Hijo, Jesucristo. Es en Él donde encontraremos la fuente misma de toda la belleza en el cielo, si estamos en Cristo. Nada será una pérdida para nosotros. Todas esas cosas que se desvanecieron en la vida, las encontraremos nuevamente en Él.
La ira es definida como “la respuesta emocional a la percepción del mal y la injusticia,” con frecuencia traducido como “enojo,” “indignación,” “cólera,” o “irritación.” Tanto los humanos como Dios expresan la ira. Pero hay una gran diferencia entre la ira de Dios y la ira del hombre. La ira de Dios es santa y siempre justificada; la del hombre nunca es santa y rara vez justificada.
En el Antiguo Testamento, la ira de Dios es una divina respuesta al pecado y la desobediencia del hombre. La idolatría era con frecuencia la causa de la ira divina. El Salmo 78:56-66 describe la idolatría de Israel. La ira de Dios es consistentemente dirigida hacia aquellos que no siguen Su voluntad (Deuteronomio 1:26-46; Josué 7:1; Salmo 2:1-6). Los profetas del Antiguo Testamento, a menudo escribían acerca de un día en el futuro, el “día de la ira” (Sofonías 1:14-15). La ira de Dios contra el pecado y la desobediencia es perfectamente justificada porque Su plan para la humanidad es santo y perfecto, así como Dios Mismo es santo y perfecto. Dios proporcionó un camino para ganar el favor divino –el arrepentimiento – el cual aleja la ira de Dios sobre el pecador. Rechazar ese plan perfecto es rechazar el amor, la misericordia, la gracia y el favor de Dios e incurrir en Su justa ira.
En el Nuevo Testamento, las enseñanzas de Jesús apoyan el concepto de Dios como un Dios de ira que juzga el pecado. La historia del hombre rico y Lázaro, habla del juicio de Dios y las serias consecuencias para el pecador no arrepentido (Lucas 16:19-31). Jesús dijo en Juan 3:36 que, “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.” El que cree en el Hijo de Dios no sufrirá la ira de Dios por su pecado, porque el Hijo llevó en Él la ira de Dios cuando murió en la cruz en nuestro lugar (Romanos 5:6-11). Aquellos que no creen en el Hijo, quienes no lo reciben como Salvador, serán juzgados en el día de la ira (Romanos 2:5-6).
Por el contrario, en Romanos 12:19; Efesios 4:26 y Colosenses 3:8-10, se advierte sobre la ira humana. Sólo Dios puede vengarse porque Su venganza es perfecta y santa, mientras que la ira del hombre es pecaminosa, exponiéndose a la influencia demoníaca. Para el cristiano, el enojo y la ira son inconsistentes con nuestra nueva naturaleza, la cual es la naturaleza de Cristo Mismo (2 Corintios 5:17). Para comprender lo que es la libertad del dominio de la ira, el creyente necesita que el Espíritu Santo santifique y limpie su corazón de sentimientos de ira y enojo. Romanos 8 muestra la victoria sobre el pecado en la vida de aquel que está viviendo en el Espíritu (Romanos 8:5-8). Filipenses 4:4-7 nos dice que la mente controlada por el Espíritu está llena de paz.
La ira de Dios es algo temible y aterrador. Sólo aquellos que han estado cubiertos por la sangre de Cristo, derramada por nosotros en la cruz, pueden estar seguros de que la ira de Dios nunca caerá sobre ellos. “Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.” (Romanos 5:9).
Cuando se habla de la voluntad de Dios, muchas personas consideran tres aspectos diferentes de la misma en la Biblia. El primer aspecto se conoce como la voluntad decretal, soberana, u oculta de Dios. Esta es la voluntad "definitiva" de Dios. Esta faceta de la voluntad de Dios viene del reconocimiento de la soberanía de Dios y los demás aspectos de la naturaleza de Dios. Esta expresión de la voluntad de Dios se centra en el hecho de que Dios soberanamente ordena todo lo que sucede. En otras palabras, no hay nada que sucede es que fuera de la voluntad soberana de Dios. Este aspecto de la voluntad de Dios se ve en los versículos como Efesios 1:11, donde leemos que Dios es el "que hace todas las cosas según el designio de su voluntad", y Job 42:2, " Yo conozco que todo lo puedes, Y que no hay pensamiento que se esconda de ti." Este punto de vista de la voluntad de Dios se basa en el hecho de que, porque Dios es soberano, su voluntad no puede ser frustrada. No ocurre nada que sea más allá de su control.
Esta comprensión de Su voluntad soberana no implica que Dios cause todo lo que suceda. Por el contrario, esto reconoce que, porque Él es soberano, Él debe por lo menos dar permiso o permitir que pase lo que pase. Este aspecto de la voluntad de Dios reconoce que, aun cuando Dios permite pasivamente que las cosas sucedan, Él debe elegir permitirlas, porque siempre tiene el poder y el derecho a intervenir. Dios siempre puede optar por autorizar o detener las acciones y eventos de este mundo. Por lo tanto, al permitir que sucedan estas cosas, son Su “voluntad”, en este sentido de la palabra.
Mientras la voluntad soberana de Dios es a menudo oculta para nosotros hasta después de que suceda, hay otro aspecto de Su voluntad que es claro para nosotros: Su voluntad perceptiva o revelada. Como su nombre lo indica, esta faceta de la voluntad de Dios significa que Dios ha elegido revelar algo de su voluntad en la Biblia. La voluntad perceptiva de Dios es la voluntad declarada de Dios sobre lo que debemos o no debemos hacer. Por ejemplo, debido a la voluntad revelada de Dios, podemos saber que es la voluntad de Dios que no robemos, que amemos a nuestros enemigos, que nos arrepintamos de nuestros pecados, y que seamos santos como Él es santo. Esta expresión de la voluntad de Dios se manifiesta tanto en su Palabra y en nuestra conciencia, a través de las cuales Dios ha escrito Su ley moral en los corazones de todos los hombres. Las leyes de Dios, si escritas en la Biblia o en nuestros corazones, son vinculantes para nosotros. Somos responsables cuando las desobedecemos.
La comprensión de este aspecto de la voluntad de Dios reconoce que, si bien tenemos el poder y la capacidad de desobedecer los mandamientos de Dios, no tenemos derecho a hacerlo. Por lo tanto, no hay excusa para nuestro pecado, y no podemos afirmar que al elegir el pecado estamos cumpliendo simplemente el decreto soberano o la voluntad de Dios. Judas estaba cumpliendo la voluntad soberana de Dios en traicionar a Cristo, al igual que los romanos que le crucificaron. Sin embargo, eso no justifica sus pecados. Ellos no eran menos malignos o traicioneros, y fueron responsables de su rechazo de Cristo (Hechos 4:27-28). A pesar de que, en su soberana voluntad, Dios permite que suceda el pecado, aún estamos responsables ante Él por el pecado.
El tercer aspecto de la voluntad de Dios que vemos en la Biblia es la voluntad permisiva o perfecta de Dios. Esta faceta de la voluntad de Dios describe la actitud de Dios y define lo que es agradable a Dios. Por ejemplo, si bien es claro que Dios no se complace en la muerte de los malvados, también es claro que él quiere o decreta su muerte. Esta expresión de la voluntad de Dios se revela en los muchos versículos de la Escritura que indican lo que le complace a Dios o no. Por ejemplo, en 1 Timoteo 2:4 vemos que Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad ", sin embargo, sabemos que la voluntad soberana de Dios es que "Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. "(Juan 6:44).
Si no tenemos cuidado, podemos fácilmente llegar a preocuparnos e incluso obsesionarnos con encontrar la "voluntad" de Dios para nuestras vidas. Sin embargo, si la voluntad que estamos buscando es Su voluntad secreta, oculta, o decretal, estamos en una búsqueda tonta. Dios no ha querido revelarnos ese aspecto de su voluntad. Lo que debemos tratar de conocer es la voluntad perceptiva o revelada de Dios. La verdadera marca de la espiritualidad es cuando deseamos conocer y vivir de acuerdo a la voluntad de Dios revelada en las Escrituras, y que puede resumirse como "Sed santos porque yo soy santo" (1 Pedro 1:15-16). Nuestra responsabilidad es obedecer la voluntad revelada de Dios y no especular sobre lo que su voluntad oculta para nosotros podría ser. Si bien debemos tratar de ser "guiados por el Espíritu Santo," no debemos olvidar nunca que el Espíritu Santo nos conduce principalmente hacia la rectitud y a conformarnos a la imagen de Cristo para que nuestra vida glorifique a Dios. Dios nos llama a vivir nuestra vida de toda palabra que sale de Su boca.
Vivir de acuerdo a Su voluntad revelada debe ser el objetivo principal o el propósito de nuestras vidas. Romanos 12:1-2 resume esta verdad, ya que estamos llamados a presentar nuestros "cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta." Para conocer la voluntad de Dios, debemos sumergirnos en la Palabra de Dios escrita, saturar nuestras mentes con ella, orando que el Espíritu Santo nos transforme a través de la renovación de nuestras mentes, para que el resultado sea lo que es bueno, agradable y perfecto - la voluntad de Dios.
Cada uno de los muchos nombres de Dios describe un aspecto diferente de Su carácter multifacético. Estos son algunos de los nombres de Dios más conocidos en la Biblia:
EL, ELOAH ELOEH:Dios “Poderoso, Fuerte, Prominente” (Génesis 7:1; [Génesis 33:20] Isaías 9:6) – etimológicamente, El parece significar “poder;” como en “Poder hay en mi mano para haceros mal” (Génesis 31:29). El está asociado con otras cualidades, tales como integridad (Números 23:19), celo (Deuteronomio 5:9), y compasión (Nehemías 9:31), pero la idea de la raíz original de poderoso, permanece.
ELOHIM:Dios “Creador, Todopoderoso y Fuerte” (Génesis 17:7; Jeremías 31:33) – la forma plural de Eloah, que da cabida a la doctrina de la Trinidad. Desde la primera frase de la Biblia, la superlativa naturaleza del poder de Dios es evidente cuando Dios (Elohim) habla para que el mundo exista (Génesis 1:1).
EL SHADDAI:“Dios Todopoderoso,” “El Fuerte de Jacob” (Génesis 49:24; Salmo 132:2, 5) – habla del máximo poder de Dios sobre todas las cosas.
ADONAI:“El Señor” (Génesis 15:2; Jueces 6:15) – usado en lugar de YHWH, el cual se creía entre los judíos que era demasiado sagrado para ser pronunciado por hombres pecadores.
YHWH / YAHWEH / JEHOVÁ:“SEÑOR” (Deuteronomio 6:4; Daniel 9:14) – estrictamente hablando, el único nombre propio de Dios. Traducido en las Biblias en español como Jehová o “SEÑOR” (todo con mayúsculas) para distinguirlo de Adonai, “Señor.” La revelación de los nombres es dada primeramente a Moisés “YO SOY EL QUE SOY” (Éxodo 3:14). Este nombre especifica una proximidad, una presencia. Yahweh está presente, accesible, cerca de aquellos que claman a Él para liberación (Salmo 107:13), perdón (Salmo 25:11) y guía (Salmo 31:3).
YAHWEH-JIREH:“El Señor Proveerá” (Génesis 22:14) - el nombre inmortalizado por Abraham cuando Dios proveyó el carnero para ser sacrificado en lugar de Isaac.
YAHWEH-RAPHA:“El Señor Que Sana” (Éxodo 15:26) – “porque yo soy Jehová tu sanador” tanto del cuerpo como del alma. En el cuerpo, preservando de y curando enfermedades, y del alma, perdonando las iniquidades.
YAHWEH-NISI:“El Señor Es Mi Bandera” (Éxodo 17:15) – donde bandera es entendido como un lugar de reunión. Este nombre conmemora la victoria en el desierto sobre los amalecitas en Éxodo 17.
YAHWEH-MEKADDESH:“El Señor que Santifica, que Hace Santo” (Levítico 20:8; Ezequiel 37:28) – Dios deja en claro que sólo Él, no la ley, puede limpiar a Su pueblo y hacerlo santo.
YAHWEH-SHALOM:“El Señor es nuestra Paz” (Jueces 6:24) – el nombre dado por Gedeón al altar que construyó después de que el Ángel del Señor le aseguró que no moriría como pensó que sucedería después de haberlo visto.
YAHWEH-ELOHIM:“SEÑOR Dios” (Génesis 2:4; Salmo 59:5) – una combinación del nombre único de Dios YHWH y el genérico “Señor,” significando que Él es el Señor de señores.
YAHWEH-TSIDKENU:“El Señor nuestra Justicia” (Jeremías 33:16) – Al igual que con YHWH-M’Kaddesh, es Dios únicamente quien provee la justificación para el hombre, a través de la Persona de Su Hijo Jesucristo, quien se hizo pecado por nosotros “para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” (2 Corintios 5:21).
YAHWEH-ROHI:“El Señor es mi Pastor” (Salmo 23:1) – Después que David reflexionó sobre su relación como pastor con sus ovejas, se dio cuenta de que era exactamente la relación que Dios tenía con él, y así declara, “Yahweh-Rohi es mi Pastor; nada me faltará.” (Salmo 23:1).
YAHWEH-SAMA:“El Señor está allí” (Ezequiel 48:35) – el nombre atribuido aquí a Jerusalén y al Templo, indica que la gloria del Señor que en algún momento se apartó (Ezequiel 8 - 11) había regresado (Ezequiel 44:1-4).
YAHWEH-SABAOTH:“El Señor de los Ejércitos” (Isaías 1:24; Salmo 46:7) – Ejércitos significa “hordas,” tanto de ángeles como de hombres. Él es Señor de los ejércitos del cielo y de los habitantes de la tierra, de judíos y gentiles, de ricos y pobres, amos y esclavos. El nombre es expresivo en majestad, poder y autoridad de Dios y muestra que Él es capaz de llevar a cabo lo que determina hacer.
EL ELYON:“El Altísimo” (Deuteronomio 26:19) – es derivado de la raíz hebrea para “subir” o “ascender,” así que la implicación es de aquello que está demasiado alto. El Elyon denota exaltación y habla del absoluto derecho a Su señorío.
EL ROI:“El Dios que me ve” (Génesis 16:13) – el nombre atribuido a Dios por Agar, quien se encontraba sola y desesperada en el desierto después de haber sido expulsada por Sarai (Génesis 16:1-14). Cuando Agar se encontró con el Ángel del Señor, ella se dio cuenta de que había visto a Dios Mismo en una teofanía. También consideró que El Roi la vio a ella en su aflicción y testificó que Él era Dios que vive y lo ve todo.
EL OLAM:“El Dios Eterno” (Salmo 90:1-3) – La naturaleza de Dios no tiene principio ni fin, está libre de todas las limitaciones del tiempo, y Él contiene en Sí mismo la causa misma del tiempo. “Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios.”
EL-GIBHOR:“Dios Fuerte” (Isaías 9:6) – el nombre describe al Mesías, Jesucristo, en esta profética porción de Isaías, como un poderoso y gran guerrero; el Mesías, el Poderoso Dios, quien llevará a cabo la destrucción de los enemigos de Dios y regirá con vara de hierro (Apocalipsis 19:15).
La frase “santo, santo, santo” aparece dos veces en la Biblia, una en el Antiguo Testamento (Isaías 6:3) y una en el Nuevo (Apocalipsis 4:8). Ambas veces la frase es hablada o cantada por criaturas celestiales, y en ambas ocasiones ocurre en la visión de un hombre que fue transportado hasta el trono de Dios; primero, el profeta Isaías y después el apóstol Juan. Antes de abordar las tres repeticiones de la santidad de Dios, es importante entender lo que significa exactamente la santidad de Dios.
La santidad de Dios es el más difícil de explicar de todos los atributos de Dios, en parte porque es uno de sus atributos esenciales que no es compartido por el hombre. Nosotros somos creados a la imagen de Dios y compartimos muchos de Sus atributos, en una escala mucho menor, desde luego – amor, misericordia, fidelidad, etc. Pero algunos de los atributos de Dios nunca serán compartidos por seres creados – omnipresencia, omnisciencia, omnipotencia, y santidad. La santidad de Dios es lo que lo separa a Él de todos los demás seres, lo que hace que Él esté separado y sea distinto de todo lo demás. La santidad de Dios es más que sólo Su perfección o pureza sin pecado; es la esencia de Su “alteridad” - Su trascendencia. La santidad de Dios personifica el misterio de Su majestuosidad y nos hace mirarlo con asombro, mientras comenzamos a comprender sólo un poco de Su majestad.
Isaías fue testigo presencial de la santidad de Dios en su visión descrita en Isaías 6. Aunque Isaías era un profeta de Dios y un hombre justo, su reacción ante la visión de la santidad de Dios fue sentirse consciente de su propia maldad y la desesperación por su propia vida (Isaías 6:5). Aún los ángeles en la presencia de Dios, aquellos que clamaban “Santo, santo, santo, JEHOVÁ de los ejércitos,” cubrían sus rostros y pies con cuatro de sus seis alas. El cubrir su rostro y sus pies sin duda denota la reverencia y asombro inspirado por la inmediata presencia de Dios (Éxodo 3:4-5). Los serafines estaban cubiertos, como si trataran de ocultarse lo más posible, en reconocimiento de su indignidad ante la presencia del Santo. Y si los puros y santos serafines exhiben tal reverencia en la presencia de Jehová, ¡con cuán profundo respeto deberíamos nosotros como criaturas contaminadas y pecaminosas, intentar acercarnos a Él! La reverencia mostrada a Dios por los ángeles debe recordarnos nuestro propio atrevimiento, cuando llegamos de forma apresurada, irreverente e imprudente ante Su presencia, como lo hacemos a menudo, porque no entendemos lo que es Su santidad.
La visión de Juan del trono de Dios en Apocalipsis 4, fue similar a la de Isaías. Nuevamente, estaban los seres vivientes alrededor del trono diciendo incesantemente, “Santo, santo, santo, es el Señor Dios Todopoderoso,” (Apocalipsis 4:8) en reverencia y admiración ante el Santo. Juan prosigue describiendo que estas criaturas dan gloria y honor y reverencia a Dios continuamente alrededor de Su trono. Es interesante, que la reacción de Juan ante la visión de Dios en Su trono es diferente a la de Isaías. No hay un registro de Juan cayendo en el terror y la conciencia de su propio estado pecaminoso, tal vez porque Juan ya se había encontrado con el Cristo resucitado al inicio de su visión (Apocalipsis 1:1). Cristo había colocado Su mano sobre Juan y le había dicho que no tuviera temor. De la misma forma, nosotros podemos aproximarnos al trono de gracia si tenemos la mano de Cristo sobre nosotros en la forma de Su justificación, cambiada por nuestro pecado en la cruz (2 Corintios 5:21).
Pero ¿por qué la repetición de tres veces “santo, santo, santo,” (llamada trisagio)? La repetición de un nombre o una expresión tres veces era muy común entre los judíos. En Jeremías 7:4, los judíos son representados por el profeta mientras dice, “Templo de Jehová” tres veces, expresando su intensa confianza en su propia adoración, aún cuando era hipócrita y corrupta. Jeremías 22:29, Ezequiel 21:27, 1 Samuel 18:23 y 2 Samuel 18:33 contienen expresiones de intensidad similares repetidas tres veces. Por tanto, cuando los ángeles alrededor del trono llaman o gritan uno al otro, “Santo, santo, santo,” ellos están expresando con fuerza y pasión la verdad de la suprema santidad de Dios, esa característica esencial que expresa Su asombrosa y majestuosa naturaleza.
Adicionalmente, el trisagio expresa la naturaleza trina de Dios, las tres Personas de la Divinidad, cada una igual en santidad y majestad. Jesucristo es el Santo que no “vería corrupción” en la tumba, sino que resucitaría para ser exaltado a la diestra de Dios (Hechos 2:26; 13:33-35). Jesús es el “Santo y Justo” (Hechos 3:14) cuya muerte en la cruz nos permite estar confiados ante el trono nuestro Dios santo. La tercera Persona de la Trinidad – el Espíritu Santo – por Su nombre mismo denota la importancia de santidad en la esencia de la Divinidad.
Finalmente, las dos visiones de los ángeles alrededor del trono clamando, “Santo, santo, santo,” indican claramente que Dios es el mismo en ambos Testamentos. Con frecuencia pensamos en el Dios del Antiguo Testamento como un Dios de ira y el Dios del Nuevo Testamento como un Dios de amor. Pero Isaías y Juan presentan un cuadro unificado de nuestro santo, majestuoso, y asombroso Dios, que no cambia (Malaquías 3:6), que es el mismo ayer, hoy y siempre (Hebreos 13:8), y “en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). La santidad de Dios es eterna, así como Él es eterno.
Esta es una pregunta de dos partes. La primera parte es “¿Sabía Dios que Satanás se rebelaría y que Adán y Eva pecarían?” La respuesta se encuentra en lo que la Biblia enseña acerca del conocimiento de Dios. Sabemos por la Escritura que Dios es omnisciente, lo que literalmente significa “todo-conocimiento”. Job 37:16, Salmo 139:2-4, 147:5; Proverbios 5:21, Isaías 46:9-10, y 1 Juan 3:19-20, no dejan duda de que el conocimiento de Dios es infinito y que Él sabe todo lo que ha sucedido en el pasado, lo que está sucediendo ahora, y lo que sucederá en el futuro.
Al ver algunos de los superlativos en estos versos – “perfecto en sabiduría”; “su entendimiento es infinito”; “él sabe todas las cosas” – está claro que el conocimiento de Dios no es meramente mayor que el nuestro, sino infinitamente mayor. Él sabe todas las cosas en su totalidad. Isaías 46:10 declara que Él no sólo conoce todas las cosas, sino que también Él las controla. ¿De qué otra manera podría “hacernos saber” lo que sucederá en el futuro y declarar inequívocamente que Sus planes se cumplirán? Así que, ¿sabía Dios que Adán y Eva iban a pecar? ¡Sí! ¡Absolutamente! ¿Estuvieron ellos fuera de Su control en algún momento? ¡Absolutamente no! Si el conocimiento de Dios no es perfecto, entonces hay una deficiencia en Su naturaleza. Cualquier deficiencia en la naturaleza de Dios, significa que Él no puede ser Dios, porque la esencia misma de Dios requiere la perfección de todos Sus atributos. Por lo tanto, la respuesta a la primera pregunta debe ser necesariamente “sí.”
Moviéndonos a la segunda parte de la pregunta, “¿Por qué creó Dios a Satanás y a Adán y Eva, sabiendo anticipadamente que ellos iban a pecar?” Esta pregunta es un poco más complicada, porque estamos haciendo una pregunta de “¿por qué?” para lo que la Biblia usualmente no proporciona respuestas integrales. A pesar de ello, debemos ser capaces de llegar a una comprensión limitada, si examinamos algunos pasajes bíblicos. Para comenzar, ya hemos visto que Dios es omnisciente y nada puede suceder fuera de Su conocimiento, Así que, si Dios sabía que Satanás se iba a revelar y a caer del cielo y que Adán y Eva iban a pecar, y aún así los creó, debe significar que la caída del hombre era parte del soberano plan de Dios desde el principio. Ninguna otra respuesta tendría sentido, dado lo que ya hemos dicho hasta ahora.
Ahora, debemos ser cuidadosos en notar que la caída de Adán y Eva en pecado, no significa que Dios sea el autor del pecado, ni tampoco que Él haya tentado a Adán y Eva para que pecaran (Santiago 1:13). La caída responde al propósito del plan general de Dios para la creación de la humanidad. Nuevamente, este debe ser el caso, si no, la caída del hombre nunca hubiera ocurrido.
Si consideramos lo que algunos teólogos llaman la “meta-narrativa” (la línea de la historia) de la Escritura, vemos que la historia bíblica puede ser dividida a grosso modo en tres secciones principales: 1) el paraíso (Génesis 1-2); 2) el paraíso perdido (Génesis 3- Apocalipsis 20); y 3) el paraíso recobrado (Apocalipsis 21-22). Con mucho, la mayor parte de la narrativa está dedicada a pasar del paraíso perdido al paraíso recobrado. Al centro de esta meta-narrativa está la cruz. La cruz estaba planeada desde el mismo principio (Hechos 2:23). Era sabido y predestinado de antemano, que Cristo iría a la cruz y daría Su vida como rescate por muchos (Mateo 20:28) – aquellos elegidos por la presciencia de Dios y predestinados para ser Su pueblo. (Efesios 1:4-5).
Leyendo la Escritura muy cuidadosamente y tomando en consideración lo que hasta ahora se ha dicho, nos lleva a las siguientes conclusiones:
1. La rebelión de Satanás y la caída de la humanidad, fueron conocidos de antemano y predestinados por Dios.
2. Aquellos que llegarían a ser el pueblo de Dios, los elegidos, fueron conocidos y predestinados por Dios.
3. La crucifixión de Cristo, como expiación por el pueblo de Dios, fue conocida y predestinada por Dios.
Así que, nos quedamos con las siguientes preguntas: ¿Por qué crear a la humanidad sabiendo de la caída? ¿Por qué crear a la humanidad, sabiendo que sólo algunos serían “salvados”? ¿Por qué envió a Jesucristo a sabiendas que iba a morir por una humanidad que voluntariamente cayó en el pecado? Desde la perspectiva humana, esto no tiene sentido. Si la meta-narrativa se mueve del paraíso, a la pérdida del paraíso, y a la recuperación del paraíso, ¿por qué no sólo ir derecho al paraíso recobrado y evitar todo el interludio del paraíso perdido?
La única conclusión a la que podemos llegar, considerando de las afirmaciones antes mencionadas, es que el propósito de Dios era crear un mundo en el cual Su gloria podía ser manifestada en toda su grandeza. La gloria de Dios es el objetivo fundamental de la creación. De hecho, es el objetivo fundamental de todo lo que Él hace. El universo fue creado para exhibir la gloria de Dios (Salmo 19:1), y la ira de Dios se revela contra aquellos que no le glorifican (Romanos 1:23). Nuestro pecado ocasiona que no alcancemos la gloria de Dios (Romanos 3:23), y en el nuevo cielo y nueva tierra, la gloria de Dios es lo que proporcionará la luz (Apocalipsis 21:23). La gloria de Dios es manifiesta cuando Sus atributos están en perfecta exposición y la historia de la redención es parte de eso.
El mejor lugar en la Escritura para apreciar esto se encuentra en Romanos 9:19-24. La ira y la misericordia exhiben las riquezas de la gloria de Dios, y no puedes tener ninguna de ellas sin la caída del hombre. Por tanto, todas estas acciones – la caída, la elección, la redención, la expiación – sirven al propósito de glorificar a Dios. Cuando el hombre cayó en pecado, la misericordia de Dios fue manifestada de inmediato al no matarlo en el acto. La paciencia y la tolerancia de Dios fueron también manifiestas cuando la humanidad cayó más profundamente en pecado antes del diluvio. La justicia y la ira de Dios se manifestaron cuando ejecutó Su juicio durante el diluvio, y la misericordia y la gracia de Dios fueron demostradas cuando Él salvó a Noé y a su familia. La ira y la justicia de Dios serán reveladas en el futuro cuando Él trate con Satanás de una vez por todas (Apocalipsis 20:7-10).
La manifestación última de la gloria de Dios fue en la cruz, donde Su ira, Su justicia y Su misericordia se reunieron. El justo juicio de todos los pecados fue ejecutado en la cruz, y la gracia de Dios fue manifestada al derramar Su ira por el pecado sobre Su Hijo Jesús, en lugar de sobre nosotros.
El amor y la gracia de Dios están manifiestos en aquellos a quienes Él ha salvado (Juan 3:16; Efesios 2:8-9). Al final, Dios será glorificado cuando Su pueblo elegido le adore por toda la eternidad con los ángeles, y los impíos también glorificarán a Dios cuando Su justicia y rectitud serán finalmente vindicados por el castigo eterno de todos los pecadores no arrepentidos (Filipenses 2:11). Nada de esto podía haber sucedido sin la rebelión de Satanás y la caída de Adán y Eva.
La clásica objeción a esta posición es que la presciencia y predestinación de Dios de la caída, limita la libertad del hombre. En otras palabras, si Dios creó a la humanidad con el pleno conocimiento de la inminente caída en el pecado ¿cómo puede ser el hombre responsable por su pecado? La mejor respuesta a esta pregunta se puede encontrar en la Confesión de Fe de Westminster capítulo III:
“Dios desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad, ordenó libre e inalterablemente todo lo que sucede; sin embargo, lo hizo de tal manera, que Dios ni es autor del pecado, ni hace violencia al libre albedrío de sus criaturas, ni quita la libertad ni contingencia de las causas secundarias, sino más bien las establece.” (CFW, III.1).
Lo que esto está diciendo, es que Dios ordena los eventos futuros de tal manera que nuestra propia libertad y la función de las causas secundarias (p. ej. las leyes de la naturaleza) son preservadas. Los teólogos llaman a esto “concurrencia.” La soberanía de Dios fluirá concurrentemente con nuestro libre albedrío, de tal manera que nuestras libres decisiones siempre resultarán en llevar a cabo la voluntad de Dios (por “libre albedrío” queremos decir que nuestras decisiones no son coaccionadas por influencias externas).
En resumen, Dios sabía que Satanás se rebelaría y que Adán y Eva iban a pecar en el Huerto del Edén. Aún sabiendo eso, Dios creó a Lucero (que por su rebelión se convirtió en Satanás) y a Adán y Eva, porque el crearlos y ordenar la caída era parte de Su plan soberano para manifestar Su gloria en toda su grandeza. Aún cuando la caída era conocida de antemano y predestinada, nuestra libertad en la toma de decisiones no está violada porque nuestras libres decisiones son los medios por los cuales se lleva a cabo la voluntad de Dios.
La Biblia enseña que Dios reina sobre las naciones desde Su santo trono en el cielo (Salmo 47:8; Isaías 6:1, 66:1; Hebreos 4:16). Aunque sabemos que la presencia de Dios está de alguna forma únicamente en el cielo, las enseñanzas de la Escritura también dejan en claro que Dios es omnipresente (presente en todas partes y en todo tiempo). Desde el principio de la Escritura, vemos que la presencia de Dios se movía sobre la tierra, incluso cuando aún estaba desordenada y vacía (Génesis 1:2). Dios llenaba el mundo con Su creación, y Su presencia y gloria continúan habitando toda la tierra (Números 14:21). Hay muchos ejemplos a través de la Escritura de la presencia de Dios moviéndose sobre la tierra, interactuando con Su creación (Génesis 3:8; Deuteronomio 23:14; Éxodo 3:2; 1 Reyes 19:11-18; Lucas 1:35; Hechos 16:7). Hebreos 4:13 dice, “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.” Jeremías 23:24 exclama, “¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?” El Salmo 139 es un asombroso estudio sobre la omnipresencia de Dios.
¿Dónde está Dios?¿Dónde está Dios cuando estamos dolidos?
Parece que deseamos saber la respuesta a esta pregunta, más que nada cuando nos enfrentamos a problemas dolorosos y ataques de dudas. Aún Jesús, durante Su crucifixión preguntó, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). Para los espectadores de la época, así como para aquellos que leen la historia por primera vez, parece que Dios sí abandonó a Jesús, así que obviamente, concluimos que Él también nos abandonará a nosotros en nuestros momentos más oscuros. Sin embargo, si continuamos observando los acontecimientos que tuvieron lugar después de la crucifixión, se revela la verdad de que nada puede separarnos del amor de Dios, ni siquiera la muerte (Romanos 8:37-39). Después que Jesús fue crucificado, Él fue glorificado (1 Pedro 1:21; Marcos 16:6, 19; Romanos 4:24-25). De este ejemplo únicamente, podemos estar seguros de que aún cuando no sintamos la presencia de Dios en medio de nuestro dolor, aún así podemos creer en Su promesa de que Él nunca nos desamparará ni nos dejará (Hebreos 13:5). Joni Erickson Tada dijo, “A veces Dios permite lo que aborrece, para llevar a cabo lo que Él ama.”
Ponemos nuestra confianza en el hecho de que Dios no miente, Él nunca cambia, y Su Palabra permanece veraz para siempre (Números 23:19; 1 Samuel 15:29; Salmo 110:4; Malaquías 3:6; Hebreos 7:21; 13:8; Santiago 1:17 y 1 Pedro 1:25). Nosotros no nos desanimamos con las dolorosas circunstancias, porque vivimos por la fe en cada palabra que procede de la boca de Dios, no poniendo nuestra esperanza en lo que se ve o percibe. Confiamos en Dios, en que estas leves tribulaciones momentáneas están logrando para nosotros una gloria eterna que excede por mucho a todo el sufrimiento que podamos soportar en este mundo. Así que, ponemos nuestros ojos, no en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque sabemos y creemos que lo que se ve es temporal, pero lo que no se ve es eterno (2 Corintios 4:16-18; 5:7). También confiamos en la Palabra de Dios, la cual dice que Él está haciendo constantemente que las cosas funcionen conjuntamente para el bien de aquellos que lo aman y han sido llamados de acuerdo a Su propósito (Romanos 8:28). Aún cuando no siempre vemos el buen fin para el cual Dios está llevando a cabo las cosas, podemos estar seguros de que llegará el momento cuando entendamos y veamos todo con más claridad.
Nuestras vidas son como un tapiz. Si miras el reverso del tapiz, todo lo que verás será un revoltijo de nudos e hilos sueltos colgando por todas partes. No es nada atractivo, y parece que no hay ni pies ni cabeza en la obra. Sin embargo cuando lo volteas, puedes apreciar la forma en que el artesano ha entrelazado hábilmente cada hebra para formar una hermosa creación, al igual que en la vida de un creyente (Isaías 64:8). Vivimos con una limitada comprensión de las cosas de Dios, sin embargo, vendrá el día cuando conozcamos y entendamos todas las cosas (Job 37:5; Isaías 40:28; Eclesiastés 11:5; 1 Corintios 13:12; 1 Juan 3:2), ¿Dónde está Dios cuando nos sentimos dolidos? El mensaje para que lo lleves contigo en tiempos difíciles, es que cuando no puedes ver Su mano, confía en Su corazón, y sabe con certeza que Él no te ha abandonado. Cuando parezca que ya no tienes fuerzas por ti mismo, es cuando más puedes descansar completamente en Su presencia y saber que Su poder se perfecciona en tu debilidad (2 Corintios 12:9-10).
Afortunadamente para nosotros, Dios no es justo. La justicia significaría que todos recibirían exactamente lo que él o ella merecen. En la mente de muchas personas, la justicia es que todos los seres sean tratados por igual. Si Dios fuera totalmente justo, todos nosotros pasaríamos la eternidad en el infierno pagando por nuestros pecados, que es exactamente lo que todos merecemos. Todos nosotros hemos pecado contra Dios (Romanos 3:23) y por lo tanto somos merecedores de la muerte eterna (Romanos 6:23). Si recibiéramos lo que merecemos, terminaríamos en el lago de fuego (Apocalipsis 20:14-15). Pero Dios no es justo; en vez de eso, Él es bueno y misericordioso, así que Él envió a Jesucristo a morir en la cruz en nuestro lugar, tomando el castigo que merecíamos (2 Corintios 5:21). Todo lo que tenemos que hacer es creer en Él y seremos salvos, perdonados, y seremos recibidos en el hogar eterno en el cielo (Juan 3:16).
Sin embargo, a pesar de la amorosa gracia de Dios, ninguno creería en Él por sí mismo (Romanos 3:10-18). Dios tiene que acercarnos a Él a fin de que creamos (Juan 6:44). Dios no acerca a todos, sino sólo a algunas personas que Él soberanamente ha elegido (Romanos 8:29-30; Efesios 1:5, 11). Esto no es “justo” a nuestros ojos, porque pareciera que Dios no está tratando igual a toda la gente. Sin embargo, Dios no tiene que elegir a cualquiera. Nuevamente, sería totalmente justo para todos pasar la eternidad en el infierno. El que Dios salve a algunos no es injusto para aquellos que permanecen sin salvación, puesto que ellos reciben precisamente lo que merecen.
Aquellos que Dios ha elegido están recibiendo el amor y la gracia de Dios. Pero, cuando Dios atrae nuestro corazón y abre nuestra mente, todos nosotros tenemos la oportunidad de responder a la revelación de la creación (Salmo 19:1-3), así a la consciencia que Dios ha puesto dentro de nosotros (Romanos 2:15), y hace que nos volvamos a Dios. Aquellos que no lo hagan, recibirán lo que realmente merecen por haberlo rechazado. Aquellos que lo rechazan a Él, reciben el justo castigo (Juan 3:18, 36). Aquellos que creen, reciben mucho más y mejor de lo que ellos merecen. Sin embargo, ninguno ha sido castigado más allá de lo que él o ella merecen. ¿Es Dios justo? No. Afortunadamente, ¡Dios es mucho más que justo! Dios es un Dios de gracia, misericordia y perdón – pero también es santo, recto y justo.
En Génesis 22:1, la palabra hebrea traducida como “tentar” es la palabra NACAH, y significa “probar, tratar, tentar, analizar, poner a prueba o aquilatar.” Por tener tantos posibles significados, debemos ver el contexto y compararlo con otros pasajes. Mientras leemos la narración del evento, notamos que Dios no intentaba que Abram consumara el sacrificio de Isaac. Sin embargo, Abram no lo sabía y estaba dispuesto a llevar a cabo las órdenes de Dios, sabiendo que si Dios lo requería, Él era capaz de resucitar a Isaac de los muertos (Hebreos 11:17-19). Este pasaje en Hebreos es mejor traducido donde dice: “Abram cuando fue ‘probado,’” en vez de decir que él fue “tentado.” Así que, la conclusión es que en Génesis 22:1 la palabra hebrea traducida como “tentar” tiene que ver con probar o evaluar algo.
Santiago 1:13 nos da un principio rector: nadie tiene el derecho de decir “que es tentado de parte de Dios.” La palabra “de” es esencial en nuestro entendimiento de esta declaración, porque indica el origen de algo. Las tentaciones para pecar no se originan en Dios. Santiago concluye: “porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie.”
Otra palabra importante en esta discusión se encuentra en Santiago 1:2-3 – “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.” La palabra griega traducida como “pruebas” denota dificultades, o algo que rompe la pauta de la paz, el confort, la alegría y la felicidad en la vida de alguien. La forma del verbo de esta palabra significa “poner a alguien o algo a prueba,” con el propósito de descubrir la naturaleza de esa persona o la calidad de alguna cosa. Dios permite tales dificultades para probar –e incrementar – la fortaleza y calidad de nuestra fe y demostrar su validez (vv. 2-12). Así que de acuerdo a Santiago, cuando enfrentamos tentaciones, el propósito de Dios es probar la fe de uno y producir carácter en nosotros. Ese es un motivo alto, bueno y noble.
¿Hay tentaciones diseñadas para hacernos caer? Sí, pero éstas no proceden de Dios –provienen de Satanás (Mateo 4:1), de sus demonios (Efesios 6:12), o de nosotros mismos (Romanos 13:14; Gálatas 5:13). Dios permite que las experimentemos, y son permitidas para nuestro beneficio. Cuando Dios le dijo a Abram que ofreciera a Isaac – la tentación no tenía como propósito hacer pecar a Abram, sino probar su fe.
¿Quién es Dios? – El Hecho
El hecho de la existencia de Dios es tan conspicuo, tanto a través de la creación y a través de la conciencia del hombre, que la Biblia llama “necio” al ateo (Salmo 14:1). De acuerdo a esto, la Biblia nunca intenta probar la existencia de Dios; más bien, asume Su existencia desde el mismo inicio (Génesis 1:1). Lo que la Biblia hace es revelar la naturaleza, el carácter, y la obra de Dios.
¿Quién es Dios? – La Definición
Es de suma importancia entender correctamente a Dios, porque una falsa idea acerca de Dios es idolatría. En el Salmo 50:21, Dios reprueba al hombre impío con esta acusación: “Pensabas que de cierto sería yo como tú”. Para empezar, una buena manera de resumir la definición de lo que es Dios es “el Ser Supremo; el Creador y Gobernador de todo lo que hay, el Auto-existente que es perfecto en poder, bondad y sabiduría.”
¿Quién es Dios? – Su Carácter
Estas son algunas de las características de Dios como se revelan en la Biblia: Dios es justo (Hechos 17:31), amoroso (Efesios 2:4-5), veraz (Juan 14:6), y santo (1 Juan 1:5). Dios muestra compasión (2 Corintios 1:3), misericordia (Romanos 9:15), y gracia (Romanos 5:17). Dios juzga el pecado (Salmo 5:5) pero también ofrece el perdón (Salmo 130:4).
¿Quién es Dios? – Una Relación con Él
Dios se encarnó en la Persona del Hijo, (Juan 1:14). El Hijo de Dios se hizo el Hijo del Hombre y por lo tanto es el “puente” entre Dios y el hombre (Juan 14:6; 1 Timoteo 2:5). Es sólo a través del Hijo que podemos tener el perdón de los pecados (Efesios 1:7), la reconciliación con Dios (Juan 15:15; Romanos 5:10), y la salvación eterna (2 Timoteo 2:10). En Jesucristo “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9). Así que, para saber realmente quién es Dios, todo lo que tenemos que hacer, es ver a Jesús.
Decepcionarse con Dios no necesariamente es algo malo o pecaminoso; más bien es parte de la condición humana. La palabra decepcionado significa “un sentimiento de insatisfacción cuando las esperanzas, los deseos y las expectativas de uno no se cumplen.” Cuando de alguna manera Dios no cumple con nuestras esperanzas o no llena nuestras expectativas, inevitablemente surge la decepción. Si Dios no actúa de la manera en que pensamos que Él debería, nos decepcionamos de Él y nos desilusionamos de Su desempeño. Esto puede conducir a una vacilante fe en Dios, especialmente respecto a Su soberanía y bondad.
Cuando Dios no actúa como pensamos que debería actuar, no es porque Él sea incapaz de hacerlo. Es simplemente que Él elige no hacerlo. Mientras que esto puede parecer un hecho arbitrario o caprichoso de Su parte, la verdad es exactamente lo opuesto. Dios elige actuar o no, de acuerdo a Su perfecta y santa voluntad, a fin de lograr sus justos propósitos. Nada de lo que suceda está fuera del plan de Dios. Él tiene el control sobre cada molécula que flota en el universo, y la voluntad de Dios abarca cada acto y decisión hecha por cada persona en todo el mundo en todo momento. Él nos dice en Isaías 46:11, “…que llamo desde el oriente al ave, y de tierra lejana al varón de mi consejo. Yo hablé, y lo haré venir; lo he pensado, y también lo haré.” Aún las aves de alguna manera son parte de Su pre-ordenado plan. Aún así, hay veces en que Él elije comunicarnos Sus planes (Isaías 46:10), y otras en que no lo hace. Algunas veces entendemos lo que está haciendo; pero otras veces no (Isaías 55:9). Algo sabemos con seguridad: si le pertenecemos, cualquier cosa que Él haga será para nuestro beneficio, ya sea que lo entendamos o no (Romanos 8:28).
La clave para evitar decepcionarnos con Dios es alinear nuestras voluntades con la Suya y someternos a Su voluntad en todas las cosas. Al hacerlo, no sólo nos evitará ser decepcionados por Dios, sino también evitará que nos quejemos y enojemos por los eventos que ocurran en nuestra vida. Los israelitas en el desierto se quejaron y cuestionaron a Dios en varias ocasiones, a pesar de haber visto el milagroso despliegue de Su poder al abrirles camino en medio del Mar Rojo, al suministrarles el maná y las codornices en el desierto, y al ver la gloria del Señor que los seguía en la forma de una columna de fuego (Éxodo 15-16; Números 14:2-37). A pesar de la continua fidelidad de Dios para con Su pueblo, ellos estaban enojados y decepcionados con Dios porque Él no actuaba como ellos pensaban que debía hacerlo. En vez de someterse a Su voluntad y confiar en Él, ellos vivían en un constante estado de agitación y confusión.
Cuando alineamos nuestras voluntades con la voluntad de Dios y cuando podemos decir con Jesús, “…pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (Lucas 22:42), entonces encontramos el contentamiento del que habló Pablo en 1 Timoteo 6:6-10 y Filipenses 4:11-12. Pablo había aprendido a contentarse con cualquier cosa que Dios enviara en su camino. Él confiaba en Dios y se sometía a Su voluntad, sabiendo que un Dios santo, justo, perfecto, amoroso y misericordioso, haría que todas las cosas trabajaran juntas para su bien, porque eso es lo que Él ha prometido. Cuando vemos a Dios bajo esa luz, es imposible que nos sintamos decepcionados de Él. En vez de ello, nos sometemos gustosamente a nuestro Padre celestial, sabiendo que Su voluntad es perfecta y que todo lo que Él permite que suceda en nuestras vidas, será para nuestro propio bien y para gloria Suya.